domingo, 3 de julio de 2016

Harry Potter y el prisionero de Azkaban- Cap 16

Aclaración: Bueno todos los personajes y los libros que leen pertenecen a Jo Rowling, yo solo lo traspaso a un blog para que puedan leerlo de una manera diferente con las intervenciones de ciertos personajes pertenecientes a ella.


Harry Potter y el Prisionero de Azkaban


Capitulo XVI: "La Predicción de la profesora Trelawney

-Denme eso es hora de un capítulo feliz- Canuto dudó agarrar el libro- ¿Creen que lo estúpido se pegue?
-Sirius, la estupidez es como la varicela una vez y no se repite- inclinó la cabeza y arrugó el ceño.
-¿Cuándo he sido estúpido?- Marlene suspiró.
-Todos los días de los últimos siete años, más o menos.
-¡Ey!- Sirius y Canuto la miraron ofendidos.
-Eso no iba para ti- Sirius sonrió de lado.
-Estas cambiándome por mí mismo, ¿sabes las crisis existenciales que eso me provoca, rubia?
Remus se pellizcó el puente de la nariz.
-Ve a terapia. Ahora, lee o te quito el libro.
Rodó los ojos grises pero se centró en el libro frente a él.
-El capítulo se llama La predicción de la profesora Trelawney, ¿qué pasa con la loca ahora?
-Si comienzas a leer nos enteraremos.

La euforia por haber ganado la copa de quidditch le duró a Harry al menos una semana. Incluso el clima pareció celebrarlo. A medida que se aproximaba junio, los días se volvieron menos nublados y más calurosos, y lo que a todo el mundo le apetecía era pasear por los terrenos del colegio y dejarse caer en la hierba, con grandes cantidades de zumo de calabaza bien frío, o tal vez jugando una partida improvisada de gobstones, o viendo los fantásticos movimientos del calamar gigante por la superficie del lago.

Todos sonrieron, casi transportados a esa época deliciosa del año, en su tiempo, faltaba al menos un par de meses para ese clima y la final de Quidditch.
-Será extraño estar tirada debajo de un árbol sin ti diciendo "Sal conmigo Evans" una y otra y otra vez- comentó Lily, James se encogió de hombros.
-Seguiré molestándote para que me prestes atención.
-Cariño, agradece que realmente me gustas- suspiró.
Pero no podían hacerlo. Los exámenes se echaban encima y, en lugar de holgazanear, los estudiantes tenían que permanecer dentro del castillo haciendo enormes esfuerzos por concentrarse mientras por las ventanas entraban tentadoras ráfagas de aire estival. Incluso se había visto trabajar a Fred y a George Weasley; estaban a punto de obtener el TIMO (Título Indispensable de Magia Ordinaria).

Fred y George rieron. Mientras sus padres los miraban confusos.
-¿Por qué siento que hicieron una tontería?- Arthur hizo una mueca.
-Dependiendo de si consideras faltar a los examenes una tontería.
-¿QUÉ USTEDES QUÉ?- Molly estaba hiperventilando.
-Tranquila mamá, nos ha ido bien en la vida, al vivo al menos- Fred señaló con la cabeza a su gemelo. George lo miró herido.
-No digas esas cosas, no es gracioso.
-No me digas que te has ablandado Georgie.
-Vuelve a bromear con eso y te romperé la nariz.
Fred se llevó la mano a la nariz y lo miró feo.
-En la cara no.
-¿Cómo es que no han rendido los TIMO?- preguntó McGonagall- Son muy inteligentes, es un verdadero desperdicio de talento.
-Hemos ido a rendir Transformaciones, querida Minnie, le tenemos el respeto necesario para no dejarla esperando nuestra presencia.

 Percy se preparaba para el ÉXTASIS (EXámenes Terribles de Alta Sabiduría e Invocaciones Secretas), la titulación más alta que ofrecía Hogwarts. Como Percy quería entrar en el Ministerio de Magia, necesitaba las máximas puntuaciones.

-Funcionó- sonrió levemente, la ambición, si bien ahora le daba una buena vida a él y su familia, también le había hecho cometer muchos errores y le costaba sentirse orgulloso de muchas cosas.
 Se ponía cada vez más nervioso y castigaba muy severamente a cualquiera que interrumpiera por las tardes el silencio de la sala común. De hecho, la única persona que parecía estar más nerviosa que Percy era Hermione.

Hermione hizo una mueca al recordar esos momentos, le subía el estrés de solo acordarse.

Harry y Ron habían dejado de preguntarle cómo se las apañaba para acudir a la vez a varias clases, pero no pudieron contenerse cuando vieron el calendario de exámenes que tenía. La primera columna indicaba:

LUNES
9 en punto: Aritmancia
9 en punto: Transformaciones
Comida
1 en punto: Encantamientos
1 en punto: Runas Antiguas

Todas las miradas curiosas se posaron en la castaña.
-¿Como hacías eso? Nunca me ha quedado claro- cuestionó Seamus.
-Sería muy complicado, ya lo explicará el libro.
-Una situación que da vueltas ¿no, Hermione?- preguntó Lily perspicaz.
-Muchas.

—¿Hermione? —dijo Ron con cautela, porque aquellos días saltaba fácilmente cuando la interrumpían—. Eeeh... ¿estás segura de que has copiado bien el calendario de exá­menes?
—¿Qué? —dijo Hermione bruscamente, cogiendo el calendario y observándolo—. Claro que lo he copiado bien.
—¿Serviría de algo preguntarte cómo vas a hacer dos exámenes a la vez? —le dijo Harry.
—No —respondió Hermione lacónicamente—. ¿Habéis visto mi ejemplar de Numerología y gramática?
—Sí, lo cogí para leer en la cama —dijo Ron en voz muy baja.

Soltaron algunas risitas.
-Admitelo, te he ido quitando esa triste alergia a los libros que tenías- Ron suspiró.
-Yo no tengo alergia a los libros, no me gustan los de estudiar- la castaña negó con la cabeza, Ron era tan opuesto a ella que parecía imposible que pudiese gustarle tanto. Eran blanco y negro, todo lo que ella adoraba Ronald lo consideraba aburrido, lo que más le gustaba era, quizás, que a pesar de aburrirse de muerte él intentaba ponerle el mismo entusiasmo que a las cosas que le gustaban solo por hacerla sentir bien. Ron había leído sus novelas favoritas y ella había ido a gritar con él a los partidos de los Chudley Cannons, no entendían las pasiones del otro, pero se amaban lo suficiente como para acoplarse.

Hermione empezó a revolver entre montañas de pergaminos en busca del libro. Entonces se oyó un leve roce en la ventana. Hedwig entró aleteando, con un sobre fuertemente atenazado en el pico.
—Es de Hagrid —dijo Harry, abriendo el sobre—. La apelación de Buckbeak se ha fijado para el día 6.
—Es el día que terminamos los exámenes —observó Hermione, que seguía buscando el libro de Aritmancia.
—Y tendrá lugar aquí. Vendrá alguien del Ministerio de Magia y un verdugo.
Hermione levantó la vista, sobresaltada.
—¡Traen a un verdugo a la sesión de apelación! Es como si ya estuviera decidido.

-¿Cuándo el ministerio ha sido justo?- bufó Sirius, cuando la expresión se volvía seria, las arrugas y las ojeras de los años en prisión parecían marcarse más.

—Sí, eso parece —dijo Harry pensativo.
—¡No pueden hacerlo! —gritó Ron—. ¡He pasado años leyendo cosas para su defensa! ¡No pueden pasarlo todo por alto!
Pero Harry tenía la horrible sensación de que la Comisión para las Criaturas Peligrosas había tomado ya su decisión, presionada por el señor Malfoy. Draco, que había estado notablemente apagado desde el triunfo de Gryffindor en la final de quidditch, había recuperado parte de su anterior petulancia.
Los ojos de Sirius y Draco, grises como la plata gracias a la herencia Black, se cruzaron. La primer mirada con desprecio y la segunda con vergüenza.
Por los comentarios socarrones que entreoía Harry, Malfoy estaba seguro de que matarían a Buckbeak, y parecía encantado de ser el causante. Lo único que podía hacer Harry era contenerse para no imitar a Hermione cuando abofeteó a Malfoy. Y lo peor de todo era que no tenían tiempo ni ocasión de visitar a Hagrid, porque las nuevas y estrictas medidas de seguridad no se habían levantado, y Harry no se atrevía a recoger la capa invisible del interior de la es­tatua de la bruja.
 -¿Tú la dejaste ahí?- James lo miró enojado- HARRY POTTER QUE CLASE DE MERODEADOR ERES- Harry se encogió de hombros.
-Uno que entro a la cámara de los secretos, apuñalo un basilisco, vio nacer a un dragón ilegal y se quedó con la chica más bonita de Hogwarts- señaló a Ginny con la cabeza.
-Cuando el alumno supera al maestro- murmuró Canuto.

Comenzó la semana de exámenes y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Los alumnos de tercero salieron del examen de Transformaciones el lunes a la hora de la comida, agotados y lívidos, comparando lo que habían hecho y quejándose de la dificultad de los ejercicios, consistentes en transformar una tetera en tortuga. Hermione irritó a todos porque juraba que su tortuga era mucho más galápago, cosa que a los demás les traía sin cuidado.

La castaña puso los ojos en blanco, tenía que reconocer que había cosas que no tenían importancia, para los demás al menos.
—La mía tenía un pitorro en vez de cola. ¡Qué pesadilla...!
—¿Las tortugas echan vapor por la boca?
—La mía seguía teniendo un sauce dibujado en el caparazón. ¿Creéis que me quitarán puntos?

-¿Cómo le dibujas un sauce a una tortuga en el caparazón?- Alice alzó las cejas sorprendida- que le den más puntos al niño.

Después de una comida apresurada, la clase volvió a subir para el examen de Encantamientos. Hermione había tenido razón: el profesor Flitwick puso en el examen los encantamientos estimulantes. Harry, por los nervios, exageró un poco el suyo, y Ron, que era su pareja en el ejercicio, se echó a reír como un histérico.

-Lo siento- Ron le quitó importancia.
-Él siempre actúa como un histérico- se mofó Ginny.

Tuvieron que llevárselo a un aula vacía y dejarlo allí una hora, hasta que estuvo en condiciones de llevar a cabo el encantamiento. Después de cenar; los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía.

-Esto me está aburriendo, pensé que iba a leer un capítulo interesante no una lista de exámenes- Canuto hizo un mohín. Lunático suspiró y tomó el libro. -Pero me lo devuelves si pasa algo interesante.

Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Má­gicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte. Había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el gusarajo vivo durante una hora. Como los gusarajos vivían mejor si se los dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían tenido nunca, y además concedió a Harry, a Ron y a Hermione muchas oportunidades de hablar con Hagrid.

Minerva arrugó los labios, estar deprimido no era motivo para que los alumnos no cumplieran con su temario.

—Buckbeak está algo deprimido —les dijo Hagrid inclinándose un poco, haciendo como que comprobaba que el gusarajo de Harry seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado tiempo. Pero... en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.
Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones: un absoluto desastre. Por más que lo intentó, Harry no consiguió que espesara su «receta para confundir», y Snape, vigilándolo con aire de vengativo placer, garabateó en el espacio de la nota, antes de alejarse, algo que parecía un cero.
James y Lily soltaron el aire con un bufido, Lily con resignación y tristeza...James contando del uno al diez para no hechizar a Snivellus.
-Oye cornamenta, recuérdame ¿por qué sigue vivo el bicho?- James hizo una mueca.
-Salvo al cachorro en una ocasión.

A media noche, arriba, en la torre más alta, tuvieron el de Astronomía; el miércoles por la mañana el de Historia de la Magia, en el que Harry escribió todo lo que Florean Fortescue le había contado acerca de la persecución de las brujas en la Edad Media, y hubiera dado cualquier cosa por poderse tomar además en aquella aula sofocante uno de sus helados de nueces y chocolate. El miércoles por la tarde tenían el examen de Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador. Luego volvieron a la sala común, con la nuca quemada por el sol y deseosos de encontrarse al día siguiente a aquella misma hora, cuando todo hubiera finalizado.

El ánimo en el comedor había caído notablemente, el ambiente de exámenes, estrés y cansancio habían quitado todo el júbilo que había dejado la final de Quidditch y se había sumido en un aire de aburrimiento.

El penúltimo examen, la mañana del jueves, fue el de Defensa Contra las Artes Oscuras. El profesor Lupin

-¡Al fin se pone interesante!- festejó James.
había preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha. Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la que tenían que vadear un profundo estanque de juegos que contenía un grindylow; atravesar una serie de agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre ciénagas sin prestar oídos a las engañosas indicaciones de un hinkypunk; y meterse dentro del tronco de un árbol para enfrentarse con otro boggart.

-¡Asombroso!- aplaudió George- ¡Lo mejor que se ha visto!
-¡El mejor profesor que Hogwarts ha tenido!- sumó Fred. Todos los visitantes aplaudieron a un sonrojado Remus, que agachaba la cabeza orgulloso.

—Estupendo, Harry —susurró Lupin, cuando el joven bajó sonriente del tronco—. Nota máxima.

Lily miró orgullosa a Harry, sabía que quizás Harry no fuera el mejor estudiante pero daba lo mejor de sí y que Remus no le había ni un solo punto no merecido.
Sonrojado por el éxito, Harry se quedó para ver a Ron y a Hermione. Ron lo hizo muy bien hasta llegar al hinkypunk, que logró confundirlo y que se hundiese en la ciénaga hasta la cintura. Hermione lo hizo perfectamente hasta llegar al árbol del boggart. Después de pasar un minuto dentro del tronco, salió gritando.
-Agh, no sirvo bajo presión, sobre todo cuando tiene que ver con las emociones. El Ridikulus y el Patronus siempre me han costado horrores- se lamentó.

—¡Hermione! —dijo Lupin sobresaltado—. ¿Qué ocurre?
—La pro... profesora McGonagall —dijo Hermione con voz entrecortada, señalando al interior del tronco—. Me... ¡me ha dicho que me han suspendido en todo!
Costó un rato tranquilizar a Hermione. Cuando por fin se recuperó, ella, Harry y Ron volvieron al castillo. Ron seguía riéndose del boggart de Hermione.
Ron abrazó con fuerza a Hermione, aquel boggart ñoño y vergonzoso, había dado paso a un boggart que los hería profundamente a él y a Hermione, el boggart cobraba su forma justo en el momento en que la abandonó durante la búsqueda, el peor miedo de Hermione era la traición y la deslealtad.
Pero cuando estaban a punto de reñir, vieron algo al final de las escaleras. Cornelius Fudge, sudando bajo su capa de rayas, contemplaba desde arriba los terrenos del colegio. Se sobresaltó al ver a Harry.
—¡Hola, Harry! —dijo—. ¿Vienes de un examen? ¿Te falta poco para acabar?
—Sí —dijo Harry. Hermione y Ron, como no tenían trato con el ministro de Magia, se quedaron un poco apartados.

-No les duró mucho el respeto al cargo- se rió Neville.

—Estupendo día —dijo Fudge, contemplando el lago—. Es una pena..., es una pena... —suspiró ampliamente y miró a Harry—. Me trae un asunto desagradable, Harry, La Comisión para las Criaturas Peligrosas solicitó que un testigo presenciase la ejecución de un hipogrifo furioso. Como tenía que visitar Hogwarts por lo de Black, me pidieron que entrara.
—¿Significa eso que la revisión del caso ya ha tenido lugar? —interrumpió Ron, dando un paso adelante.
—No, no. Está fijada para la tarde —dijo Fudge, mirando a Ron con curiosidad.
—¡Entonces quizá no tenga que presenciar ninguna ejecución! —dijo Ron resueltamente—. ¡El hipogrifo podría ser absuelto!

Arthur y Molly sintieron orgullo, su pequeño niño sabía más de justicia que muchos adultos que le triplicaban la edad.
-¿El perrito muere?- Marlene miró a Tonks desconcertada.
-Es un caballo con cabeza de águila ¿por qué lo llamas perrito?- la niña se encogió de hombros.
-Es como tío Sirius- Canuto la miró algo alarmado.
-¿Por qué yo?
-Porque eres bueno y bonito, pero metes la pata muy a menudo- Marlene y Lily rieron a carcajadas, mientras Remus le sonreía a una pequeña metamorfomaga que se sonrojaba hasta el cabello.
-Basta Lunático, vuelve a sonreírle y tu pequeña fan se nos cae desmallada.
-Canuto, es una niña- se defendió el ojimiel. Ginny soltó una risita que Hermione calló de un codazo. No era el momento.

Antes de que Fudge pudiera responder; dos magos entraron por las puertas del castillo que había a su espalda. Uno era tan anciano que parecía descomponerse ante sus ojos; el otro era alto y fornido, y tenía un fino bigote de color negro. Harry entendió que eran representantes de la Comisión para las Criaturas Peligrosas, porque el anciano miró de soslayo hacia la cabaña de Hagrid y dijo con voz débil:
—Santo Dios, me estoy haciendo viejo para esto. A las dos en punto, ¿no, Fudge?
El hombre del bigote negro toqueteaba algo que llevaba al cinto; Harry advirtió que pasaba el ancho pulgar por el filo de un hacha. Ron abrió la boca para decir algo, pero Hermione le dio con el codo en las costillas y señaló el vestíbulo con la cabeza.
—¿Por qué no me has dejado? —dijo enfadado Ron, en­trando en el Gran Comedor para almorzar—. ¿Los has visto? ¡Hasta llevan un hacha! ¡Eso no es justicia!

Fabian maldijo.
-¿Cómo le explicas a un niño que la justicia no existe y que quienes deben impartirla son aún más corruptos que los propios criminales?

—Ron, tu padre trabaja en el Ministerio. No puedes ir diciéndole esas cosas a su jefe —respondió Hermione, aunque también ella parecía muy molesta—. Si Hagrid conserva esta vez la cabeza y argumenta adecuadamente su defensa, es posible que no ejecuten a Buckbeak...
Pero a Harry le parecía que Hermione no creía en realidad lo que decía. A su alrededor, todos hablaban animados, saboreando por adelantado el final de los exámenes, que tendría lugar aquella tarde, pero Harry; Ron y Hermione, preocupa­dos por Hagrid y Buckbeak, permanecieron al margen.

-No es para menos- Hagrid ya comenzaba a llorar de nuevo.
-¡Qué no se muere, hombre! ¡ten compostura!- recordó Minerva exasperada.

El último examen de Harry y Ron era de Adivinación. El último de Hermione, Estudios Muggles. Subieron juntos la escalera de mármol. Hermione los dejó en el primer piso, y Harry y Ron continuaron hasta el séptimo, donde muchos de su clase estaban sentados en la escalera de caracol que conducía al aula de la profesora Trelawney, repasando en el último minuto.
—Nos va a examinar por separado —les informó Neville, cuando se sentaron a su lado. Tenía Disipar las nieblas del futuro abierto sobre los muslos, por las páginas dedicadas a la bola de cristal—. ¿Alguno ha visto algo alguna vez en la bola de cristal? —preguntó desanimado.
—Nanay —dijo Ron.

-Inventen algo, es lo que yo hice en tercer año- James y Sirius miraron gratamente sorprendidos a Lily- ¿Qué? Esa materia ni siquiera sirve para algo.

Miraba el reloj de vez en cuando. Harry se dio cuenta de que calculaba lo que faltaba para el comienzo de la revisión del caso de Buckbeak.
La cola de personas que había fuera del aula se reducía muy despacio. Cada vez que bajaba alguien por la plateada escalera de mano, los demás le preguntaban entre susurros:
—¿Qué te ha preguntado? ¿Qué tal te ha ido?
Pero nadie aclaraba nada.
—¡Me ha dicho que, según la bola de cristal, sufriré un accidente horrible si revelo algo! —chilló Neville, bajando la escalera hacia Harry y Ron, que acababa de llegar al rellano en ese momento.

Neville se quejó de su propia ingenuidad.

—Es muy lista —refunfuñó Ron—. Empiezo a pensar que Hermione tenía razón   —dijo señalando la trampilla con el dedo—: es una impostora.

-Sigo sin entender porque esa mujer ocupa el cargo- se quejó Minerva.
-No lo sé, su abuela era una gran amiga mía, pero hay alguna razón en algún momento durante esos años que me hizo conservar a Trelawney en el castillo- Dumbledore estaba analizando las posibilidades y ya tenía una idea de por donde iría la situación.

—Sí—dijo Harry, mirando su reloj. Eran las dos—. Ojalá se dé prisa.
Parvati bajó la escalera rebosante de orgullo.
—Me ha dicho que tengo todas las características de una verdadera vidente —dijo a Ron y a Harry—. He visto muchísimas cosas... Bueno, que os vaya bien.

-Estúpida Parvati- Ginny frunció el ceño- Le hizo falta una guerra para despertar sus neuronas.  
Bajó aprisa por la escalera de caracol, hasta llegar junto a Lavender.
—Ronald Weasley —anunció desde arriba la voz conocida y susurrante. Ron hizo un guiño a Harry y subió por la es­calera de plata.
Harry era el único que quedaba por examinarse. Se sentó en el suelo, con la espalda contra la pared, escuchando una mosca que zumbaba en la ventana soleada. Su mente estaba con Hagrid, al otro lado de los terrenos del colegio.

El semi gigante miró con cariño al trío, sin duda ellos y Dumbledore eran las únicas personas que creían en él incondicionalmente.

Por fin, después de unos veinte minutos, los pies grandes de Ron volvieron a aparecer en la escalera.
—¿Qué tal? —le preguntó Harry, levantándose.
—Una porquería —dijo Ron—. No conseguía ver nada, así que me inventé algunas cosas. Pero no creo que la haya convencido...
—Nos veremos en la sala común —musitó Harry cuando la voz de la profesora Trelawney anunció:
—¡Harry Potter!
En la sala de la torre hacia más calor que nunca. Las cor­tinas estaban echadas, el fuego encendido, y el habitual olor mareante hizo toser a Harry mientras avanzaba entre las sillas y las mesas hasta el lugar en que la profesora Trelawney lo aguardaba sentada ante una bola grande de cristal.

-Empecemos con el teatro-Bill se frotó las manos.

—Buenos días, Harry —dijo suavemente—. Si tuvieras la amabilidad de mirar la bola... Tómate tu tiempo, y luego dime lo que ves dentro de ella...
Harry se inclinó sobre la bola de cristal y miró concentrándose con todas sus fuerzas, buscando algo más que la niebla blanca que se arremolinaba dentro, pero sin encontrarlo.
—¿Y bien? —le preguntó la profesora Trelawney con de­licadeza—. ¿Qué ves?
El calor y el humo aromático que salía del fuego que había a su lado resultaban asfixiantes. Pensó en lo que Ron le había dicho y decidió fingir.
—Eeh... —dijo Harry—. Una forma oscura...
—¿A qué se parece? —susurró la profesora Trelawney—. Piensa...
La mente de Harry echó a volar y aterrizó en Buckbeak.
—Un hipogrifo —dijo con firmeza.
—¿De verdad? —susurró la profesora Trelawney, escribiendo deprisa y con entusiasmo en el pergamino que tenía en las rodillas—. Muchacho, bien podrías estar contemplando la solución del problema de Hagrid con el Ministerio de Magia. Mira más detenidamente... El hipogrifo ¿tiene cabeza?

Canuto no puedo evitar soltar una risotada.
-Vamos, eso no podría ser de un humor más negro, le pregunta a un niño desesperado si ve al sentenciado a muerte con cabeza. La que ha perdido la cabeza es ella.

—Sí —dijo Harry con seguridad.
—¿Estás seguro? —insistió la profesora Trelawney—. ¿Totalmente seguro, Harry? ¿No lo ves tal vez retorciéndose en el suelo y con la oscura imagen de un hombre con un hacha detrás?

-¿Pretende obtener una profecía o una escena del exorcista?- murmuró Dorcas.

—No —dijo Harry, comenzando a sentir náuseas.
—¿No hay sangre? ¿No está Hagrid llorando?
—¡No! —contestó Harry, con crecientes deseos de abandonar la sala y aquel calor—. Parece que está bien. Está vo­lando...
La profesora Trelawney suspiró.
—Bien, querido. Me parece que lo dejaremos aquí... Un poco decepcionante, pero estoy segura de que has hecho todo lo que has podido.

-¿Es decepcionante que no vea una masacre? ¿Qué clase de sociópata es esa mujer?- se quejó Lily.

Aliviado, Harry se levantó, cogió la mochila y se dio la vuelta para salir. Pero entonces oyó detrás de él una voz potente y áspera:
—Sucederá esta noche.
Harry dio media vuelta. La profesora Trelawney estaba rígida en su sillón. Tenía la vista perdida y la boca abierta.
—¿Cómo dice? —preguntó Harry.

Dumbledore se enderezó en su asiento, las cosas se ponían más complejas.
Pero la profesora Trelawney no parecía oírle. Sus pupi­las comenzaron a moverse. Harry estaba asustado. La profesora parecía a punto de sufrir un ataque. El muchacho no sabía si salir corriendo hacia la enfermería. Y entonces la profesora Trelawney volvió a hablar con la misma voz áspera, muy diferente a la suya:

-¿Esta...en transe?- Marlene abrió los ojos sorprendida- ¿Entonces no es una estafadora? ¿Estan bromeando?

—El Señor de las Tinieblas está solo y sin amigos, abandonado por sus seguidores.

Todos se estremecieron, no estaban preparados para un salto tan abrupto, la trama se había oscurecido con la rapidez de una bofetada.
Su vasallo ha estado encadenado doce años. Hoy, antes de la medianoche, el vasallo se liberará e irá a reunirse con su amo. El Señor de las Tinieblas se alzará de nuevo, con la ayuda de su vasallo, más grande y más terrible que nunca. Hoy... antes de la medianoche... el vasallo... irá... a reunirse... con su amo...

Los presentes se miraron entre ellos alterados, justo antes de dirigir sus miradas de miedo hacia Sirius.
-No se atrevan a juzgarlo antes de saber la realidad- gritó Harry con voz dura, sin lugar a réplicas. Él sabía, lo había creído, que las pruebas inculpaban a su padrino casi sin posibilidades a otras opciones, pero debían esperar a saber la verdad de todo. Sirius apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

Su cabeza cayó hacia delante, sobre el pecho. La profesora Trelawney emitió un gruñido. Luego, repentinamente, volvió a levantar la cabeza.
—Lo siento mucho, chico —añadió con voz soñolienta—. El calor del día, ¿sabes...? Me he quedado traspuesta.
Harry se quedó allí un momento, mirándola.
—¿Pasa algo, Harry?
—Usted... acaba de decirme que... el Señor de las Tinieblas volverá a alzarse, que su vasallo va a regresar con él...
La profesora Trelawney se sobresaltó.
—¿El Señor de las Tinieblas? ¿El que no debe nombrarse? Querido muchacho, no se puede bromear con ese tema... Alzarse de nuevo, Dios mío...
—¡Pero usted acaba de decirlo! Usted ha dicho que el Señor de las Tinieblas...

-No lo recuerda- Lily abrió la boca ligeramente, aquello era una profecía oscura, ella no la recordaba y el único testigo era un niño de trece años sobrellenado de información siniestra. Le preocupaba la salud mental de Harry más que el significado de la profecía en sí.

—Creo que tú también te has quedado dormido —repu­so la profesora Trelawney—. Desde luego, nunca predeciría algo así.
Harry bajó la escalera de mano y la de caracol, haciéndose preguntas... ¿Acababa de oír a la profesora Trelawney haciendo una verdadera predicción? ¿O había querido aca­bar el examen con un final impresionante?

-Es el cuento del pastorcito- se lamentó Mary- miente tanto que cuando dice la verdad nadie la toma en serio.

Cinco minutos más tarde pasaba aprisa por entre los troles de seguridad que estaban a la puerta de la torre de Gryffindor. Las palabras de la profesora Trelawney resona­ban aún en su cabeza. Se cruzó con muchos que caminaban a zancadas, riendo y bromeando, dirigiéndose hacia los terre­nos del colegio y hacia una libertad largamente deseada. Cuando llegó al retrato y entró en la sala común, estaba casi desierta. En un rincón, sin embargo, estaban sentados Ron y Hermione.
—La profesora Trelawney me acaba de decir...
Pero se detuvo al fijarse en sus caras.
—Buckbeak ha perdido —dijo Ron con voz débil—. Ha­grid acaba de enviar esto.
La nota de Hagrid estaba seca esta vez: no había lágrimas en ella. Pero su mano parecía haber temblado tanto al escribirla que apenas resultaba legible.

-No entiendo, una fraude hace una predicción sobre el fin del mundo, un asesino que es inocente y un hipogrifo muerto que me dicen que no le ocurrió nada ¿Qué demonios sucedió en medio?- preguntó confundido Fabian.
-Es que no debemos decirlo, si no todo esto no tendrá sentido- cortó Hermione, antes de Harry y Ron pudiesen abrir la boca.
Apelación perdida. La ejecución será a la puesta del sol. No se puede hacer nada. No vengáis. No quiero que lo veáis.
Hagrid

—Tenemos que ir —dijo Harry de inmediato—. ¡No pue­de estar allí solo, esperando al verdugo!
—Pero es a la puesta del sol —dijo Ron, mirando por la ventana con los ojos empañados—. No nos dejarán salir, y menos a ti, Harry...
Harry se tapó la cabeza con las manos, pensando.
—Si al menos tuviéramos la capa invisible...
—¿Dónde está? —dijo Hermione.
Harry le explicó que la había dejado en el pasadizo, debajo de la estatua de la bruja tuerta.
—... Si Snape me vuelve a ver por allí, me veré en un se­rio aprieto —concluyó.
—Eso es verdad —dijo Hermione, poniéndose en pie—. Si te ve... ¿Cómo se abre la joroba de la bruja?
-Ni se te ocurra revelar el secreto, Remus Lupin- amenazó James.
Remus puso los ojos en blanco.
—Se le dan unos golpecitos y se dice «¡Dissendio!» —explicó Harry—. Pero...
Hermione no aguardó a que terminara la frase; atravesó la sala con decisión, abrió el retrato y se perdió de vista.

-No me digas que vas a hacer lo que creo que harás- Bill observó a Hermione sorprendido.
-No duré tantos años con estos dos sin romper las reglas- concluyó la castaña, intentando esconder una sonrisa.

—¿Habrá ido a cogerla? —dijo Ron, mirando el punto por donde había desaparecido la muchacha.
A eso había ido. Hermione regresó al cuarto de hora, con la capa plateada cuidadosamente doblada y escondida bajo la túnica.
—¡Hermione, no sé qué te pasa últimamente! —dijo Ron, sorprendido—. Primero le pegas a Malfoy, luego te vas de la clase de la profesora Trelawney...
Hermione se sintió halagada.

-Favoritismo puro- se mofó Harry- si yo te hubiese dicho eso me hubieses regañado, pero como te lo dijo tu Ronnie...- Hermione se sonrojó y ni siquiera se esforzó en negarlo.
·   ·   ·

Bajaron a cenar con los demás, pero no regresaron luego a la torre de Gryffindor. Harry llevaba escondida la capa en la parte delantera de la túnica. Tenía que llevar los brazos cruzados para que no se viera el bulto. Esperaron en una habitación contigua al vestíbulo hasta asegurarse de que éste es­tuviese completamente vacío. Oyeron a los dos últimos que pasaban aprisa y cerraban dando un portazo. Hermione asomó la cabeza por la puerta.
—Vale —susurró—. No hay nadie. Podemos taparnos con la capa.

-Es curioso cómo puedes ser tan estricta y tan merodeadora al mismo tiempo- Canuto sonrió- te pareces a Lunático, él se las da de prefecto perfecto pero siempre termina hundido hasta el cuello con nosotros.
Caminando muy juntos, de puntillas y bajo la capa, para que nadie los viera, bajaron la escalera y salieron. El sol se hundía ya en el bosque prohibido, dorando las ramas más altas de los árboles.
Llegaron a la cabaña y llamaron a la puerta. Hagrid tardó en contestar; cuando por fin lo hizo, miró a su alrededor; pálido y tembloroso, en busca de la persona que había llamado.
—Somos nosotros —susurró Harry—. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.
—No deberíais haber venido —dijo Hagrid, también susurrando.

-Al menos es consciente de eso- Minerva estaba furiosa con el ministerio por semejante injusticia, con Trelawney por traumar de esa manera a un niño y por las irresponsabilidades de Hagrid como profesor.

Pero se hizo a un lado, y ellos entraron. Hagrid cerró la puerta rápidamente y Harry se desprendió de la capa. Hagrid no lloró ni se arrojó al cuello de sus amigos. No parecía saber dónde se encontraba ni qué hacer. Resultaba más trágico verlo así que llorando.
—¿Queréis un té? —invitó.
Sus manos enormes temblaban al coger la tetera.
—¿Dónde está Buckbeak, Hagrid? —preguntó Ron, vacilante.
—Lo... lo tengo en el exterior —dijo Hagrid, derramando la leche por la mesa al llenar la jarra—. Está atado en el huerto, junto a las calabazas. Pensé que debía ver los árboles y oler el aire fresco antes de...

El Hagrid del gran comedor ya había empezado a soltar sollozos, igual que algunos de primer año y Tonks.

A Hagrid le temblaba tanto la mano que la jarra se le cayó y se hizo añicos.
—Yo lo haré, Hagrid —dijo Hermione inmediatamente, apresurándose a limpiar el suelo.
—Hay otra en el aparador —dijo Hagrid sentándose y limpiándose la frente con la manga. Harry miró a Ron, que le devolvió una mirada de desesperanza.
—¿No hay nada que hacer; Hagrid? —preguntó Harry sentándose a su lado—. Dumbledore...
—Lo ha intentado —respondió Hagrid—. No puede hacer nada contra una sentencia de la Comisión. Les ha dicho que Buckbeak es inofensivo, pero tienen miedo. Ya sabéis cómo es Lucius Malfoy... Me imagino que los ha amenazado... Y el verdugo, Macnair, es un viejo amigo suyo.

Lucius hizo un gesto de desprecio. A donde habían llegado por culpa de Potter, la gloria de los más grandes apellidos resumidos a prófugos y obreros.

 Pero será rápido y limpio, y yo estaré a su lado.
Hagrid tragó saliva. Sus ojos recorrían la cabaña buscando algún retazo de esperanza.
—Dumbledore estará presente. Me ha escrito esta mañana. Dice que quiere estar conmigo. Un gran hombre, Dumbledore...

Hagrid miró con inmenso agradecimiento a Dumbledore, ese hombre siempre había sido su más grande apoyo. La única persona, antes de Harry, que había confiado ciegamente en él.

Hermione, que había estado rebuscando en el aparador de Hagrid, dejó escapar un leve sollozo, que reprimió rápidamente. Se incorporó con la jarra en las manos y esforzándose por contener las lágrimas.
—Nosotros también estaremos contigo, Hagrid —comenzó, pero Hagrid negó con la despeinada cabeza.
—Tenéis que volver al castillo. Os he dicho que no quería que lo vierais. Y tampoco deberíais estar aquí. Si Fudge y Dumbledore te pillan fueran sin permiso, Harry, te verás en un aprieto.

-Al demonio con el gran aprieto, no podíamos dejarles solos en esa situación.

Por el rostro de Hermione corrían lágrimas silenciosas, pero disimuló ante Hagrid preparando el té. Al coger la botella de leche para verter parte de ella en la jarra, dio un grito.
—¡Ron! No... no puedo creerlo. ¡Es Scabbers!
Ron la miró boquiabierto.
—¿Qué dices?

Sirius y Remus se irguieron tensos en sus asientos, no pretendían escuchar más de Pettigrew en ese momento.

Hermione acercó la jarra a la mesa y la volcó. Con un gritito asustado y desesperado por volver a meterse en el recipiente, Scabbers apareció correteando por la mesa.
—¡Scabbers! —exclamó Ron desconcertado—. Scabbers, ¿qué haces aquí?
Cogió a la rata, que forcejeaba por escapar; y la levantó para verla a la luz. Tenía un aspecto horrible. Estaba más delgada que nunca. Se le había caído mucho pelo, dejándole amplias lagunas, y se retorcía en las manos de Ron, desespe­rada por escapar.

Sirius se frotó las manos conforme, al menos la rata inmunda lo estaba pasando mal. Cobarde traidor, bien merecido se lo tenía.
—No te preocupes, Scabbers —dijo Ron—. No hay gatos. No hay nada que temer.
De pronto, Hagrid se puso en pie, mirando la ventana fi­jamente. Su cara, habitualmente rubicunda, se había puesto del color del pergamino.
—Ya vienen...
Harry, Ron y Hermione se dieron rápidamente la vuelta. Un grupo de hombres bajaba por los lejanos escalones de la puerta principal del castillo. Delante iba Albus Dumbledore. Su barba plateada brillaba al sol del ocaso. A su lado iba Cornelius Fudge. Tras ellos marchaban el viejo y débil miembro de la Comisión y el verdugo Macnair.

-Quién diría que el niño rico MacNair acabaría siendo un verdugo- comentó Gideon.
-Siempre ha sido un maldito verdugo, solo cambió de especie- bufó Fabian. MacNair siempre había sido un mortífago, siempre había sido un asesino y un sádico, pero en cierta forma, lo reconfortaba verlo tan denigrado y agachando la cabeza como jamás pensó hacerlo.

—Tenéis que iros —dijo Hagrid. Le temblaba todo el cuerpo—. No deben veros aquí... Marchaos ya.
Ron se metió a Scabbers en el bolsillo y Hermione cogió la capa.
—Salid por detrás.
Lo siguieron hacia la puerta trasera que daba al huerto. Harry se sentía muy raro y aún más al ver a Buckbeak a po­cos metros, atado a un árbol, detrás de las calabazas. Buckbeak parecía presentir algo. Volvió la cara afilada de un lado a otro y golpeó el suelo con la zarpa, nervioso.
—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid con voz suave—. No temas. —Se volvió hacia los tres amigos—. Venga, mar­chaos.
Pero no se movieron.

Tonks rompió a llorar.
-¿Por qué nadie más llora?- inquirió indignada- que ese perrito no pueda hablar no significa que no sufra, si fuera él- señaló a Harry- todos llorarían. Estúpidos discriminadores- Remus miró embelesado a la pequeña. Ahí estaban los ideales que lo habían enamorado, tan pequeña y tan grande al mismo tiempo.
-Sabes Remusin, estas pensando cosas ilegales- le murmuró Sirius.
-No si lo pienso con su yo de veintitantos- corrigió. Sirius hizo una mueca.
-Te acuestas con la sobrina de tu mejor amigo, debería de ser ilegal, lobo robacunas.
-Estúpido. El perrito no se muere- se dirigió a Tonks- a veces la gente se fija mucho en las razas Nymphadora.
-¿Entonces que nos diferencia del malo?- Y nadie supo que responderle a esa niña. Y se sintieron repentinamente avergonzados.  

—Hagrid, no podemos... Les diremos lo que de verdad sucedió.
—No pueden matarlo...
—¡Marchaos! —ordenó Hagrid con firmeza—. Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además os metierais en un lío.
No tenían opción. Mientras Hermione echaba la capa sobre los otros dos, oyeron hablar al otro lado de la cabaña. Hagrid miró hacia el punto por el que acababan de desaparecer.
—Marchaos, rápido —dijo con acritud—. No escuchéis.

-Sería verdaderamente traumante para unos niños ver semejante cosa- concordó Molly.

Y volvió a entrar en la cabaña al mismo tiempo que alguien llamaba a la puerta de delante.
Lentamente, como en trance, Harry, Ron y Hermione ro­dearon silenciosamente la casa. Al llegar al otro lado, la puerta se cerró con un golpe seco.
—Vámonos aprisa, por favor —susurró Hermione—. No puedo seguir aquí, no lo puedo soportar...
Empezaron a subir hacia el castillo. El sol se apresuraba a ocultarse; el cielo se había vuelto de un gris claro teñido de púrpura, pero en el oeste había destellos de rojo rubí.
Ron se detuvo en seco.
—Por favor; Ron —comenzó Hermione.

-No la expongas a eso, no es justo para la niña- regañó Gideon.

—Se trata de Scabbers..., quiere salir.
Ron se inclinaba intentando impedir que Scabbers se es­capara, pero la rata estaba fuera de sí; chillando como loca, se debatía y trataba de morder a Ron en la mano.
—Scabbers, tonta, soy yo —susurró Ron.

-¿Qué demonios le sucede a la rata esa?- preguntó Marlene confundida- está más histérica que yo con el período.

Oyeron abrirse una puerta detrás de ellos y luego voces masculinas.
—¡Por favor; Ron, vámonos, están a punto de hacerlo! —insistió Hermione.
—Vale, ¡quédate quieta, Scabbers!
Siguieron caminando; al igual que Hermione, Harry procuraba no oír el sordo rumor de las voces que sonaban de­trás de ellos. Ron volvió a detenerse.
—No la puedo sujetar... Calla, Scabbers, o nos oirá todo el mundo.

Sirius apretó la mandíbula, se acercaban mucho al momento culmine de ese libro y sería jodidamente duro afrontarlo de nuevo.

La rata chillaba como loca, pero no lo bastante fuerte para eclipsar los sonidos que llegaban del jardín de Hagrid. Las voces de hombre se mezclaban y se confundían. Hubo un silencio y luego, sin previo aviso, el inconfundible silbido del hacha rasgando el aire. Hermione se tambaleó.
—¡Ya está! —susurró a Harry—. ¡No me lo puedo creer; lo han hecho!

-¡¿ES QUÉ NO ENTIENDES QUE NO MURIÓ?!- silenció McGonagall fuera de quicio, cuando Hagrid rompía a llorar por décima vez en el capítulo.
-Han dicho que lo habían decapitado ¿cómo podría haber sobrevivido a eso?- Harry se puso de pie para que Hagrid le prestara atención.
-Hay una explicación para todo, pero Buckbeak no murió, todo tiene que ver con algo que...-Hermione lo miró de manera cautelosa- algo que se revelará más adelante.
Todos se quedaron curiosos y preocupados por esa información no revelada, había muchas cosas que entender aún.
Canuto dejó caer las manos sobre la mesa sobresaltando a todos: -Suerte que te pedí el libro si pasaba algo interesante, Lunático- ironizó.

-¿Por qué no lo recordaste hace cinco páginas?

8 comentarios:

  1. Me encanta las reacciones de los personajes. Sigue por favor

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  2. No!!! Sabés cuánto tiempo estuve esperando esto? Una eternidad y por fin llega y solo puedo pensar en otra cosa: "Quiero el siguiente!"
    Me encanta la forma en la que los personajes se comportan, tan real... tan ellos. Amo el como escribes, espero y actualices pronto y puedas sacarme de esta eterna espera xD.
    Nos leemos.

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  3. NO ME HAGAS ESTO, PLEASE.
    NECESITO DEL LOBO ASALTACUNAS Y DEL PERRO PULGOSO.

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  4. me encanta, estaba esperando la actualización, ya quiero ver las reacciones de todos al saber la verdad. Amo este libro y también como escribes.

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  5. Por favor actualiza!!! FALTA TAN POCO PARA QUE SEPAN LA VERDAD!! NO ME DEJES ASI!!!

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  6. Genial.. Soberbio, bueno en fin.. Amo tu fic, ojala actualices pronto y pueda leer mas de los hermosos merodeadores... Bueno dejando el lado serio...
    AMO DEMASIADO TU FIC COMO PARA QUE ME DEJES ASÍ... ES MUY INJUSTO, YO QUIERO SABER QUE PASA!!!!
    Con amor
    Lily Luna

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