miércoles, 23 de septiembre de 2015

Harry Potter y el prisionero de Azkaban- Cap 11

Aclaración: Bueno todos los personajes y los libros que leen pertenecen a Jo Rowling, yo solo lo traspaso a un blog para que puedan leerlo de una manera diferente con las intervenciones de ciertos personajes pertenecientes a ella.
Espero disfruten, recuerden que voy subiendo las partes del capítulo en la misma entrada.


Harry Potter y el Prisionero de Azkaban


Capitulo XI: "La saeta de fuego"

-James hay que seguir leyendo- Lily se acercó al castaño que estaba sentado frente a  la chimenea de Gryffindor con la mirada perdida. -Se que para ti es difícil, pero...
-¿Difícil? Lily tú sabes lo que es que un amigo te traicione, lo que sentiste cuando Quejicus te grito sangre sucia ¿lo llamarías una situación difícil?- la pelirroja se mordió el labio.
-Lo sé es un asco, yo también quiero pegarle a Pettigrew un puñetazo en la nariz pero realmente ni tu ni yo nos sentiríamos mejor con eso, aún no hace nada quizás podríamos tenerlo vigilado.
-Lily una fidelidad por la fuerza explota tarde o temprano, su lealtad no está con nosotros y no hay quién pueda cambiar eso, entiendo que este de su lado ¿sabes? Después de todo Peter siempre fue influenciable y miedoso, estaba con nosotros porque éramos los fuertes pero con la guerra encima...supongo que creyó que ellos eran los más fuertes, de verdad lo detesto pero lo entiendo, lo que no logro comprender es porque la traición. ¿Entiendes? Lucius Malfoy es un mortífago son sus ideales y aunque los odie, entiendo que defienda lo que le parece mejor pero Peter ni siquiera ha tenido el coraje de...- James dejó caer su cabeza sobre sus manos y Lily le acarició la espalda.
-No todos pueden ser valientes como tú, el miedo hace cosas extrañas en las personas y la ambición también, creo que cuando mezclas las dos cosas termina pasando cosas que nunca creímos posibles.
-Lily pase siete años de mi vida compartiendo cada día con ellos, con los Merodeadores, Peter me puso su mano en el hombro cuando yo lloraba sobre la tumba de mis padres... Yo prefería morir antes que siquiera contar uno de sus secretos, ¿que sigue después de esto? ¿Remus? ¿Sirius?
-James entiendo que duela pero Remus y Sirius han demostrado durante años su fidelidad a ti, Peter era diferente...
-¿Diferente?
-Se que no lo notas, pero Peter te adulaba de forma enfermiza creo que sentía mucha envidia, ganas de ser tú y ocupar tu lugar,  haz la suma, miedo, ambición y envidia...una bomba que debía explotar en algún momento, pero si te hace sentir mejor no creo que Peter fuera del todo consiente, él le dio nuestra ubicación pero tal vez no tomo conciencia de lo que significaba quizás pensó que solo era darle la dirección de un escondite y que nosotros escaparíamos como lo hicimos durante todos esos años.
-¿Lo crees?
-No lo sé, pero Peter nunca ha sido el mejor estratega.
-¿Por qué crees que Dumbledore no lo trajo a la lectura? ¿O los chicos?
-Creo que Harry es un muchachito muy sabio que sabía que si Peter estaba durante la lectura Sirius le arrancaría la cabeza con las manos y estoy completamente segura que tu hijo no quiere que tus mejores amigos se vuelvan asesinos.
James sonrió levemente.
-¿Crees que venga en algún momento?
 -No lo sé, creo que falta mucha gente por llegar. Tengo curiosidad por si Severus vendrá o quizás el Dumbledore de esos años, sería muy extraño.
-Creo que Quejicus vendrá más adelante cuando todo Hogwarts no quiera hacer brochetas con sus ojos, cosa que ya hubieran hecho con el actual de no ser por Dumbledore.
-No seas cruel, sé que es bastante insufrible con Harry pero también lo ha cuidado...a su manera.
-¿Por qué siempre ves lo positivo?
-Porque la vida es muy hermosa James y muy corta, es necesario vivir en la luz si realmente quieres apreciarla.
James la beso, de manera casta y tierna.
-Creo que debemos ir, ya es hora de desayunar y empezar con el capítulo.
El comedor estaba más apagado y sobrio que de costumbre, era casi imposible que tantos adolescentes tomaran su desayuno en silencio pero la realidad de la guerra había cernido un manto oscuro sobre todos.
-Señor, creo que es hora de empezar el próximo capítulo- ambos Sirius y Remus miraron con preocupación a James, pero Lily esbozó una pequeña sonrisa tranquilizadora. -Quiero leer.
-James no es necesario...
-Sí lo es, creo que este capítulo será mejor, seguro que Harry enciende la luz- Lily sonrió y le tendió el libro que Dumbledore hizo levitar hacía ellos. -El capítulo se llama La saeta de fuego.
Harry sonrió en dirección a Sirius.
-¿Por qué estoy comenzando a pensar que soy el mejor padrino de todo el mundo?- Canuto intentó poner su mejor sonrisa para levantar un poco los ánimos.

Harry no sabía muy bien cómo se las había apañado para re­gresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y en­trar en el castillo. Lo único que sabía era que el viaje de vuelta parecía no haberle costado apenas tiempo y que no se daba muy clara cuenta de lo que hacía, porque en su cabeza aún re­sonaban las frases de la conversación que acababa de oír.

-No hagas locuras- Lily lo miró con preocupación, Harry no tenía a nadie que le hiciera poner los pies en la tierra, Harry había sido criado para ser un niño solitario, para no confiar en nadie y ser receloso, sabía que Ron y Hermione habían roto alguna de esas murallas pero él se seguía sintiendo solo, lo notaba cuando pasaban los capítulos. Quizás la única persona que había derribado todas y cada una de esas murallas había sido Ginny.

¿Por qué nadie le había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor Weasley, Cornelius Fudge... ¿Por qué nadie le había explicado nunca que sus padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?
-Porque nadie quería causarte más dolor- Remus habló tranquila y serenamente, como siempre lo hacía.

Ron y Hermione observaron intranquilos a Harry du­rante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído, porque Percy estaba sentado cerca.

El pelirrojo frunció el ceño.
-¿Qué? Tu no eras muy de confiar que digamos.

Cuando subieron a la sala común atestada de gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado me­dia docena de bombas fétidas.

Molly los miró enfadada mientras los gemelos esbozaban iguales sonrisas de inocencia.
-¿Es que acaso no pueden cumplir ni una regla?
-Madre como crees... tiramos las bombas fétidas pero nos dormimos a las nueve treinta, respetamos la hora de dormir.
Arthur puso la mano en el hombro de Molly para que no cortara la lectura con semejante regaño que quería darle a los pelirrojos. En su época, Fred y George eran una par de llorones y sonrosados bebes pero aún así Arthur lograba ver en sus bebés las mismas expresiones de picardía innata que traían los muchachos frente a él.

Harry, que no quería que Fred y George le preguntaran si había ido o no a Hogsmeade, se fue a hurtadillas hasta el dormitorio vacío y abrió el arma­rio. Echó todos los libros a un lado

Hermione arrugó la nariz, al igual que Minerva.

y rápidamente encontró lo que buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que Hagrid le había regalado hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de sus padres.

-Harry, si hurgas en una herida no harás que sane, sino que duela más- Lily miró con tristeza a quien sería su hijo, puede que todavía no lo hubiese tenido en su interior ni lo hubiese acunado, pero solo le bastaba mirar a esos ojos esmeraldas, iguales a los suyos, para saber el profundo amor que sentía por él.

Se sentó en su cama, corrió las cortinas y comenzó a pasar las páginas hasta que...
Se detuvo en una foto de la boda de sus padres. Su padre saludaba con la mano, con una amplia sonrisa. El pelo negro y alborotado que Harry había heredado se levantaba en to­das direcciones.

James se revolvió el pelo de la nuca sin poder evitarlo, mientras Harry hacía lo mismo por instinto.

Su madre, radiante de felicidad, estaba co­gida del brazo de su padre.

Lily sonrió mientras sus mejillas adquirían un suave tono rosado, pensar en la boda con James hacía que su estomago burbujeara feliz.

Y allí... aquél debía de ser. El pa­drino. Harry nunca le había prestado atención.
Si no hubiera sabido que era la misma persona no ha­bría reconocido a Black en aquella vieja fotografía. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría.

Sirius suspiró encogiéndose de hombros, cualquiera que conociera a Sirius Black en su juventud diría que tenía a la vida tomada por las astas y que el mundo corría a su manera, ¿quién diría que el mismo mundo sería el que lograría derrumbarlo?
-Oye...sé que Azkaban no es precisamente un paraíso pero al menos podrías haber pedido un tratamiento para el cutis ¿no crees? ¿Qué clase de prisión no le brinda un facial a un pseudo asesino? - Marlenne hizo que Sirius negara con la cabeza divertido, y Canuto se lo agradeció con la mirada. Marlenne y Sirius tenían un vínculo especial, no era el vínculo que tenían James y Lily, no era un amor incondicional, era más bien una chispa atrevida que los divertía.

¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muer­te de las dos personas que había a su lado? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo dejarían irreconocible?
«Pero los dementores no le afectan —pensó Harry, fiján­dose en aquel rostro agradable y risueño—. No tiene que oír los gritos de mi madre cuando se aproximan demasiado...»

Sirius quiso cubrirse los oídos como si fuese un niño, mecerse hacia adelante y atrás es posición fetal. Simplemente oír a Harry pensar eso de él era peor que Azkaban, incluso peor que los dementores.
-Sirius yo no pensaba eso de ti, pensaba eso de el culpable de la muerte de mis padres, todos esos pensamientos eran sobre Pettigrew, solo que no lo sabía- el ojigris intentó relajar sus músculos, sabía que Harry lo quería como a un padre, pero aquella lectura no sería sencilla para él.

Harry cerró de golpe el álbum y volvió a guardarlo en el armario. Se quitó la túnica y las gafas y se metió en la cama,

Ginny se mordió el labio sin poder evitarlo, después de la guerra cuando Harry tenía pesadillas siempre se acurrucaba contra ella, y una vez le había confesado que era porque había tenido tanto miedo de verla morir que le costaba creer que estuviera junto a él bajo las sábanas.

asegurándose de que las cortinas lo ocultaban de la vista.
Se abrió la puerta del dormitorio.
—¿Harry? —preguntó la dubitativa voz de Ron.
Pero Harry se quedó quieto, simulando que dormía. Oyó a Ron que salía de nuevo y se dio la vuelta para ponerse boca arriba, con los ojos muy abiertos. Sintió correr a través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había conocido.

James sintió que se estremecía, él jamás había sentido odio, su lucha contra Voldemort era por justicia no por odio ciego y no quería que su hijo de solo trece años experimentara un sentimiento tan oscuro.

Podía ver a Black riéndose de él en la oscuridad, como si tuviera pe­gada a los ojos la foto del álbum. Veía, como en una película, a Sirius Black haciendo que Peter Pettigrew (que se parecía a Neville Longbottom)

Neville hizo una mueca mientras Harry le dirigía una mirada de disculpa.

volara en mil pedazos. Oía (aunque no sabía cómo sería la voz de Black) un murmullo bajo y vehe­mente: «Ya está, Señor, los Potter me han hecho su guardián secreto...» Y entonces aparecía otra voz que se reía con un timbre muy agudo, la misma risa que Harry oía dentro de su cabeza cada vez que los dementores se le acercaban.

-Merlín niño eres tan siniestro cuando quieres, harías geniales películas de terror- bufó Ted Tonks, mientras varios sangre pura lo miraban confundidos.

—Harry..., tienes un aspecto horrible.
Harry no había podido pegar el ojo hasta el amanecer. Al despertarse, había hallado el dormitorio desierto, se había vestido y bajado la escalera de caracol hasta la sala común, donde no había nadie más que Ron, que se comía un sapo de menta y se frotaba el estómago, y Hermione, que había ex­tendido sus deberes por tres mesas.

Remus frunció el ceño.
-Hermione, sabes que realmente entiendo que te guste aprender, pero no creo que eso sea sano para ti ni para tu cerebro.
-Lo sé, aprendí la lección.
-Ya y por eso pretendes hacer todo en el departamento de leyes ¿verdad?- se mofó Ron.
-No hago todo.
-Si lo haces- Harry y Ginny hablaron al mismo tiempo.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Harry
—¡Se han ido! Hoy empiezan las vacaciones, ¿no te acuer­das? —preguntó Ron, mirando a Harry detenidamente—. Es ya casi la hora de comer. Pensaba ir a despertarte dentro de un minuto.
Harry se sentó en una silla al lado del fuego. Al otro lado de las ventanas, la nieve seguía cayendo. Crookshanks estaba extendido delante del fuego, como un felpudo de pelo canela.

-No llames felpudo al probecito- Ron rodó los ojos.
-Hermione era una bola de pelos nacida del mismísimo infierno.
-Dices eso porque no supiste ganarte su amor.
-¿Su amor? Casi quedo visco por esa maldita criatura.
-No maldigas delante de los niños- señaló a Tonks con el dedo.
-¡La niña sabe más malas palabras que yo!- Tonks sonrió pícara.
-Es cierto- Canuto soltó una carcajada perruna que se silenció cuando Andrómeda le pegó en el brazo.
-Maleducas a mi hija.

—Es verdad que no tienes buen aspecto, ¿sabes? —dijo Hermione, mirándole la cara con preocupación.
—Estoy bien —dijo Harry.
—Escucha, Harry —dijo Hermione, cambiando con Ron una mirada—. Debes de estar realmente disgustado por lo que oímos ayer. Pero no debes hacer ninguna tontería.
—¿Como qué? —dijo Harry
—Como ir detrás de Black —dijo Ron, tajante.

-Que tiernos, realmente creen que Harry les hará caso- Fabian intentó sonar gracioso, pero la realidad es que le preocupaba como podía terminar todo ese asunto.

Harry se dio cuenta de que habían ensayado aquella conversación mientras él estaba dormido. No dijo nada.
—No lo harás. ¿Verdad que no, Harry? —dijo Hermione.
—Porque no vale la pena morir por Black —dijo Ron.
Harry los miró. No entendían nada.

-Harry una persona puede entender el motivo del dolor pero no puedes pretender que sientan tu dolor- Lily le sonrió- lo importante es que aunque no lo entiendan, están ahí contigo luchando por entenderlo.
James miró a Lily fijamente, sabía que la pelirroja era inteligente, cualquiera lo sabría, pero además de inteligente era profundamente sabia sobre mucho más que libros y pociones.

—¿Sabéis qué veo y oigo cada vez que se me acerca un dementor? —Ron y Hermione negaron con la cabeza, con te­mor—. Oigo a mi madre que grita e implora a Voldemort. Y si vosotros escucharais a vuestra madre gritando de ese modo, a punto de ser asesinada, no lo olvidaríais fácilmente. Y si des­cubrierais que alguien que en principio era amigo suyo la ha­bía traicionado y le había enviado a Voldemort...

-Lo siento- Harry miró confundido a Ron- siempre pensábamos pobre Harry no puede controlar su dolor y no fue hasta la guerra que comprendimos realmente lo que es perder a la familia, si yo supiera que el culpable de la muerte de Fred- George se estremeció- está a un kilometro de distancia no dudaría en ir a buscarlo.

—No puedes hacer nada —dijo Hermione con aspecto afligido—. Los dementores atraparán a Black, lo mandarán otra vez a Azkaban... ¡y se llevará su merecido!
—Ya oísteis lo que dijo Fudge. A Black no le afecta Azka­ban como a la gente normal. No es un castigo para él como lo es para los demás.

-Si me afectaba, solo que tenía demasiado dolor y sed de venganza como para pensar en lo miserable que era mi vida.

—Entonces, ¿qué pretendes? —dijo Ron muy tenso—. ¿Acaso quieres... matar a Black?
—No seas tonto —dijo Hermione, con miedo—. Harry no quiere matar a nadie, ¿verdad que no, Harry?
Harry volvió a quedarse callado. No sabía qué preten­día. Lo único que sabía es que la idea de no hacer nada mien­tras Black estaba libre era insoportable.
—Malfoy sabe algo —dijo de pronto—. ¿Os acordáis de lo que me dijo en la clase de Pociones? «Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.»

Draco se pellizcó el puente de la nariz, era jodidamente bocón de pequeño.

—¿Vas a seguir el consejo de Malfoy y no el nuestro? —dijo Ron furioso—. Escucha... ¿sabes lo que recibió a cam­bio la madre de Pettigrew después de que Black lo matara? Mi padre me lo dijo: la Orden de Merlín, primera clase, y el dedo de Pettigrew dentro de una caja. Fue el trozo mayor de él que pudieron encontrar. Black está loco, Harry, y es muy peligroso.

-Pobre señora Pettigrew, no es que ella tenga la culpa después de todo- Dorcas se encogió de hombros.

—El padre de Malfoy debe de haberle contado algo —dijo Harry, sin hacer caso de las explicaciones de Ron—. Pertenecía al círculo de allegados de Voldemort.
—Llámalo Quien Tú Sabes, ¿quieres hacer el favor? —repuso Ron enfadado.
—Entonces está claro que los Malfoy sabían que Black trabajaba para Voldemort...
—¡Y a Malfoy le encantaría verte volar en mil pedazos, como Pettigrew!

-En mi opinión sería una muerte bastante asquerosa- murmuró Lucius.

Contrólate. Lo único que quiere Malfoy es que te maten antes de que tengáis que enfrentaros en el par­tido de quidditch.

El rubio arrugó la nariz, nunca había pretendido realmente matar a Potter. Lo detestaba y quería verlo metido en problemas, pero de ahí a ir a su entierro había un trecho bastante largo.

—Harry, por favor —dijo Hermione, con los ojos brillan­tes de lágrimas—, sé sensato. Black hizo algo terrible, terri­ble. Pero no... no te pongas en peligro. Eso es lo que Black quiere... Estarías metiéndote en la boca del lobo si fueras a buscarlo. Tus padres no querrían que te hiciera daño, ¿ver­dad? ¡No querrían que fueras a buscar a Black!
—No sabré nunca lo que querrían, porque por culpa de Black no he hablado con ellos nunca —dijo Harry con brus­quedad.

-Hermione tiene razón, nunca querríamos que te pusieras en peligro- dijo James.
-Pero ¿qué es la vida sin un poco de riesgo?- murmuró el ojiverde, Sirius se hundió en el asiento sabiendo que una avalancha de furia pelirroja podría caer sobre él.
-Una cosa es una travesura y otra es ser un suicida ¿quién te dijo semejante estupid...- La mirada ojiverde se topo con unos ojos grises que le esquivaban la mirada- Sirius Orión Black dame una razón para no darte una patada en tus honores que recuerdes de por vida.
-Porque me quieres rojita...
-¡Le dijiste  a mi hijo que se ponga en riesgo! ¡¿Qué clase de adulto eres?!
-Un adulto algo trastornado pero con buenas intenciones.
-James, sostenme si no quieres que cometa asesinato antes de graduarme.
James la sostuvo algo temeroso mientras Sirius soltaba el aire contenido.
-Ya sé que forma tendrá mi boggart- susurró Canuto mientras la pelirroja lo miraba feo.

Hubo un silencio en el que Crookshanks se estiró volup­tuosamente, sacando las garras. El bolsillo de Ron se estre­meció.
—Mira —dijo Ron, tratando de cambiar de tema—, ¡estamos en vacaciones! ¡Casi es Navidad! Vamos a ver a Ha­grid. No le hemos visitado desde hace un montón de tiempo.
—¡No! —dijo Hermione rápidamente—. Harry no debe abandonar el castillo, Ron.
—Sí, vamos —dijo Harry incorporándose—. ¡Y le pre­guntaré por qué no mencionó nunca a Black al hablarme de mis padres!

-¿Te has dado cuenta que cuando algo se te mete entre ceja y ceja no hay manera de dejarlo ir? Eres increíblemente persistente.
-Lo dices como si fuera malo- Ginny negó con la cabeza.
-Cuando lo haces en plan justiciero es realmente atractivo, pero cuando te pones terco en que la comida esta quemada cuando no lo está es irritante.
-Agradezco la sinceridad- la pelirroja le dio un beso.
-Sabes que te queremos, aunque seas terco.

Seguir discutiendo sobre Sirius Black no era lo que Ron había pretendido.
—Podríamos echar una partida de ajedrez —dijo apre­suradamente—. O de gobstones. Percy dejó un juego.
—No. Vamos a ver a Hagrid —dijo Harry con firmeza.
Así que recogieron las capas de los dormitorios y se pu­sieron en camino, cruzando el agujero del retrato («¡En guar­dia, felones, malandrines!»). Recorrieron el castillo vacío y salieron por las puertas principales de roble.

Lily escuchaba algo preocupada, Harry ya tenía la cabeza en ebullición y Hagrid no era precisamente el rey del silencio.

Caminaron lentamente por el césped, dejando sus hue­llas en la nieve blanda y brillante, mojando y congelando los calcetines y el borde inferior de las capas. El bosque prohibi­do parecía ahora encantado. Cada árbol brillaba como plata y la cabaña de Hagrid parecía una tarta helada.

Ron se frotó el estómago.

Ron llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta.
—No habrá salido, ¿verdad? —preguntó Hermione, tem­blando bajo la capa.
Ron pegó la oreja a la puerta.
—Hay un ruido extraño —dijo—. Escuchad. ¿Es Fang?
Harry y Hermione también pegaron el oído a la puerta. Dentro de la cabaña se oían unos suspiros de dolor.
—¿Pensáis que deberíamos ir a buscar a alguien? —dijo Ron, nervioso.
—¡Hagrid! —gritó Harry, golpeando la puerta—. Ha­grid, ¿estás ahí?

-Linda manera de llamar a una puerta- bufó Gideon.

Hubo un rumor de pasos y la puerta se abrió con un chi­rrido. Hagrid estaba allí, con los ojos rojos e hinchados, con lá­grimas que le salpicaban la parte delantera del chaleco de cuero.
—¡Lo habéis oído! —gritó, y se arrojó al cuello de Harry
Como Hagrid tenía un tamaño que era por lo menos el doble de lo normal, aquello no era cuestión de risa.

Hagrid se sonrojó pero se veía preocupado por el porqué de su tristeza.

Harry es­tuvo a punto de caer bajo el peso del otro, pero Ron y Her­mione lo rescataron, cogieron a Hagrid cada uno de un brazo y lo metieron en la cabaña, con la ayuda de Harry Hagrid se dejó llevar hasta una silla y se derrumbó sobre la mesa, so­llozando de forma incontrolada. Tenía el rostro lleno de lá­grimas que le goteaban sobre la barba revuelta.

Lucius puso los ojos en blanco.

—¿Qué pasa, Hagrid? —le preguntó Hermione aterrada.
Harry vio sobre la mesa una carta que parecía oficial.
—¿Qué es, Hagrid?
Hagrid redobló los sollozos, entregándole la carta a Harry, que la leyó en voz alta:

-Antes de que escuches esto Hagrid, recuerda que nada es lo que parece- remarcó Hermione, sabiendo que Hagrid montaría un escándalo preocupado por el hipogrifo.

Estimado Señor Hagrid:
En relación con nuestra indagación sobre el ata­que de un hipogrifo a un alumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la garantía del profesor Dumbledore de que usted no tiene respon­sabilidad en tan lamentable incidente.

-Eso es genial Hagrid- Fabian lo miraba confundido.

—Estupendo, Hagrid —dijo Ron, dándole una palmadi­ta en el hombro.
Pero Hagrid continuó sollozando y movió una de sus manos gigantescas, invitando a Harry a que siguiera leyendo.

Sin embargo, debemos hacer constar nuestra preo­cupación en lo que concierne al mencionado hipogri­fo. Hemos decidido dar curso a la queja oficial pre­sentada por el señor Lucius Malfoy,

-Hace diecinueve años que quiero arrancarle la cabeza a esa víbora con pelo teñido- Sirius se pellizcó el puente de la nariz.
-¡Que soy rubio natural, estúpido traidor de sangre!- Lucius se levantó furioso del asiento.
-No te hagas el machito conmigo y deja de robarle la tintura a Narcissa- Canuto lo miró sobre el hombro con desdén.

 y este asunto será, por lo tanto, llevado ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. La vista tendrá lugar el día 20 de abril. Le rogamos que se presente con el hipogrifo en las oficinas londinenses de la Comisión, en el día indicado. Mientras tanto, el hipogrifo deberá perma­necer atado y aislado.
Atentamente...
 Seguía la relación de los miembros del Consejo Escolar.
—¡Vaya! —dijo Ron—. Pero, según nos has dicho, Hagrid, Buckbeak no es malo. Seguro que lo consideran inocente.

-Estamos hablando de un Malfoy- Andrómeda miró feo a su cuñado- nada es justo con ellos.

—No conoces a los monstruos que hay en la Comisión para las Criaturas Peligrosas... —dijo Hagrid con voz ahoga­da, secándose los ojos con la manga—. La han tomado con los animales interesantes.

Varios tenían cosas que refutar a eso, pero para Hagrid un dragón que pretendía asarte vivo solo era un cachorrito incomprendido.

Un ruido repentino, procedente de un rincón de la caba­ña de Hagrid, hizo que Harry, Ron y Hermione se volvieran. Buckbeak, el hipogrifo, estaba acostado en el rincón, masti­cando algo que llenaba de sangre el suelo.
—¡No podía dejarlo atado fuera, en la nieve! —dijo con la voz anegada en lágrimas—. ¡Completamente solo! ¡En Navidad!

-¡Tiene razón! Buckbeak es un santo, aunque creo que no le gustaban mis villancicos- Sirius hizo un puchero.
-Sirius nadie con tímpanos en buen estado puede disfrutar de tus villancicos- Remus negó con la cabeza.

Harry, Ron y Hermione se miraron. Nunca habían coinci­dido con Hagrid en lo que él llamaba «animales interesantes» y otras personas llamaban «monstruos terroríficos». Pero Buck­beak no parecía malo en absoluto. De hecho, a juzgar por los habituales parámetros de Hagrid, era una verdadera ricura.
—Tendrás que presentar una buena defensa, Hagrid —dijo Hermione sentándose y posando una mano en el enor­me antebrazo de Hagrid—. Estoy segura de que puedes demostrar que Buckbeak no es peligroso.

-No todos podemos ser tan buenos defensores como tú Hermione, cuando se te pone una causa no hay quien te detenga... enserio no hay manera de silenciarte- la castaña miró indignada a la pelirroja.
-Ginny tu no destacas precisamente por tu tranquilidad y silencio.
-¡Yo soy tranquila!- Harry hizo una mueca- ¿Qué haces?
-Nada Gin, es cierto que puedes ser tranquila...por ejemplo cuando duermes.

—¡Dará igual! —sollozó Hagrid—. Lucius Malfoy tiene metidos en el bolsillo a todos esos diablos de la Comisión. ¡Le tienen miedo! Y si pierdo el caso, Buckbeak...
Se pasó el dedo por el cuello, en sentido horizontal.

Molly apretó los labios, esa no era una información para darle a unos niños.

Lue­go gimió y se echó hacia delante, hundiendo el rostro en los brazos.
—¿Y Dumbledore? —preguntó Harry.
—Ya ha hecho por mí más que suficiente —gimió Ha­grid—. Con mantener a los dementores fuera del castillo y con Sirius Black acechando, ya tiene bastante.

Canuto frunció el ceño.
-Siempre querías atención cachorrito, ahora tienes de sobra- Canuto la miró algo alterado.
-¿por qué me llamas así?- Marlene se lamió el labio divertida.
-¿No lo sabes?... - creó suspenso- le dices así al niño Potter y tu eres infantil hasta lo insoportable.
-Si cuando pasaste por mi habitación no te parecía tan infantil.
James y Sirius largaron carcajadas sin poder evitarlo.
-¿Por qué es tan gracioso?- intervino Tonks enfadada por no entender el chiste.
-Veras cosita rosa, cuando un chico terriblemente guapo como yo ve  a una chica que está más o menos atractiva- Marlenne frunció el ceño- ellos...
Andrómeda le dio  un zape en la nuca.
-¡Llaman a la lechuza del amor! ¡Esa porquería iba a decirle! ¡Lechuza! ¡Lechuza! ¿Por qué tienes que golpearme? -Canuto movía la manos enojado- Entre tú y la rojita sulfurada- señaló a Lily- voy a terminar con un magullón en la cabeza.
-Bueno al menos ya sabemos porque quedaste así- murmuró Remus, mientras Sirius lo miraba ofendido.

Ron y Hermione miraron rápidamente a Harry, temien­do que comenzara a reprender a Hagrid por no contarle toda la verdad sobre Black. Pero Harry no se atrevía a hacerlo. Por lo menos en aquel momento en que veía a Hagrid tan triste y asustado.
—Escucha, Hagrid —dijo—, no puedes abandonar. Her­mione tiene razón. Lo único que necesitas es una buena de­fensa. Nos puedes llamar como testigos...
—Estoy segura de que he leído algo sobre un caso de agresión con hipogrifo —dijo Hermione pensativa— donde el hipogrifo quedaba libre. Lo consultaré y te informaré de qué sucedió exactamente.

Hagrid les sonrió al trio con ganas de llorar, nadie se preocupaba tanto por él, salvo Dumbledore pero Dumbledore era un hombre tan excesivamente bueno y honorable que se preocupaba por  todo el mundo.

Hagrid lanzó un gemido aún más fuerte. Harry y Her­mione miraron a Ron implorándole ayuda.
—Eh... ¿preparo un té? —preguntó Ron. Harry lo miró sorprendido—. Es lo que hace mi madre cuando alguien está preocupado —musitó Ron encogiéndose de hombros.

Los Weasley, incluida Molly, sonrieron divertidos por la ocurrencia.

Por fin, después de que le prometieran ayuda más veces y con una humeante taza de té delante, Hagrid se sonó la na­riz con un pañuelo del tamaño de un mantel, y dijo:
—Tenéis razón. No puedo dejarme abatir. Tengo que re­cobrarme...
Fang, el jabalinero, salió tímidamente de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en una rodilla de Hagrid.
—Estos días he estado muy raro —dijo Hagrid, acari­ciando a Fang con una mano y limpiándose las lágrimas con la otra—. He estado muy preocupado por Buckbeak y porque a nadie le gustan mis clases.

-Hagrid no a todos les gusta interactuar con criaturas, pero eso no significa que seas mal profesor, tu das tus clases de forma práctica en lugar de teórica y eso es aceptable para muchos maestros- Lily le sonrió amablemente.
-Eres buena con todos menos conmigo- Canuto hizo un puchero. Lily rodó los ojos.
-Ven aquí- lo abrazó y le dio un beso en la mejilla- me sacas de quicio pero si te confío a mi hijo es porque confío en ti más que en nadie.
-Oh rojita, vas a hacerme llorar como niña.
James negó con la cabeza divertido, aquel par estaba destinado a una vida entera discutiendo y compartiendo.

—De verdad que nos gustan —se apresuró a mentir Hermione.
—¡Sí, son estupendas! —dijo Ron, cruzando los dedos bajo la mesa—. ¿Cómo están los gusarajos?
—Muertos —dijo Hagrid con tristeza—. Demasiada le­chuga.
—¡Oh, no! —exclamó Ron. El labio le temblaba.

-Desafortunado comentario, Ronnie- Ron se encogió de hombros. ¿Como demonios iba a saber él que los bichajos habían fallecido?

—Y los dementores me hacen sentir muy mal —añadió Hagrid, con un estremecimiento repentino—. Cada vez que quiero tomar algo en Las Tres Escobas, tengo que pasar jun­to a ellos. Es como estar otra vez en Azkaban.
Se quedó callado, bebiéndose el té. Harry, Ron y Hermio­ne lo miraban sin aliento. No le habían oído nunca mencionar su estancia en Azkaban.

-No es algo de lo que uno quiera hablar a menudo- murmuró Sirius con voz sombría.

Después de una breve pausa, Hermione le preguntó con timidez:
—¿Tan horrible es Azkaban, Hagrid?
—No te puedes hacer ni idea —respondió Hagrid, en voz baja—. Nunca me había encontrado en un lugar parecido. Pensé que me iba a volver loco. No paraba de recordar cosas horribles: el día que me echaron de Hogwarts, el día que murió mi padre, el día que tuve que desprenderme de Norbert... —Se le llenaron los ojos de lágrimas. Norbert era la cría de dragón que Hagrid había ganado cierta vez en una partida de cartas—. Al cabo de un tiempo uno no recuerda quién es. Y pierde el deseo de seguir viviendo.

-¿Sirius... como es que sobreviviste a eso?- James parecía realmente atormentado por la idea de su mejor amigo encerrado en la antesala del infierno.
-Cornamenta... cuando tu peor pesadilla se hace realidad fuera de Azkaban, no hay nada dentro que pueda ser peor. Cuando entran a Azkaban los presos quieren aferrarse a sus recuerdos para intentar no desquiciarse, pero el amor por la vida lo perdí antes de entrar...supongo que los dementores no tenían demasiado que succionar en mí.
Harry y James tenían iguales caras de dolor, nadie en el mundo quería a Sirius tanto como ellos y imaginarlo en la oscuridad era algo que les dolía como si fuera en carne viva.

Yo hubiera querido mo­rir mientras dormía. Cuando me soltaron, fue como volver a nacer; todas las cosas volvían a aparecer ante mí. Fue mara­villoso. Sin embargo, los dementores no querían dejarme marchar.
—¡Pero si eras inocente! —exclamó Hermione.

Dumbledore suspiró, pocas criaturas eran tan siniestras y impiadosas como los dementores, ellos no veían ni bien ni mal, solo almas que podían despedazar.

Hagrid resopló.
—¿Y crees que eso les importa? Les da igual. Mientras tengan doscientas personas a quienes extraer la alegría, les importa un comino que sean culpables o inocentes.  —Hagrid se quedó callado durante un rato, con la vista fija en su taza de té. Luego añadió en voz baja—: Había pensado liberar a Buckbeak, para que se alejara volando... Pero ¿cómo se le ex­plica a un hipogrifo que tiene que esconderse? Y... me da miedo transgredir la ley... —Los miró, con lágrimas cayendo de nuevo por su rostro—. No quisiera volver a Azkaban.

-No te sientas mal, Hagrid, todos sentimos miedo- Hermione sonrió en dirección al gigante que parecía atormentado.

La visita a la cabaña de Hagrid, aunque no había resultado divertida, había tenido el efecto que Ron y Hermione desea­ban. Harry no se había olvidado de Black, pero tampoco podía estar rumiando continuamente su venganza y al mismo tiempo ayudar a Hagrid a ganar su caso. Él, Ron y Hermione fueron al día siguiente a la biblioteca y volvieron a la sala común cargados con libros que podían ser de ayuda para preparar la defensa de Buckbeak. Los tres se sentaron de­lante del abundante fuego, pasando lentamente las páginas de los volúmenes polvorientos que trataban de casos famo­sos de animales merodeadores. Cuando alguno encontraba algo relevante, lo comentaba a los otros.

-Sabes Ron...para ser que odias estudiar tarde o temprano terminas metido entre libros- Percy parecía sorprendido.
-Detesto hacer tarea, eso no significa que sea ignorante- se defendió.
-Es cierto, la única persona que sabe más sobre las leyes mágicas que yo..es Ron- Admitió Hermione.

—Aquí hay algo. Hubo un caso, en 1722... pero el hipo­grifo fue declarado culpable. ¡Uf! Mirad lo que le hicieron. Es repugnante.
—Esto podría sernos útil. Mirad. Una mantícora atacó a alguien salvajemente en 1296 y fue absuelta... ¡Oh, no! Lo fue porque a todo el mundo le daba demasiado miedo acer­carse...

-Prejuzgan sin saber- Charlie se cruzó de brazos enojado- Las criaturas actúan por instinto y si atacan es porque se sienten atacadas, reaccionan al miedo tal como lo haría un humano.

Entretanto, en el resto del castillo habían colgado los acostumbrados adornos navideños, que eran magníficos, a pesar de que apenas quedaban estudiantes para apreciarlos. En los corredores colgaban guirnaldas de acebo y muérdago; dentro de cada armadura brillaban luces misteriosas; y en el vestíbulo los doce habituales árboles de Navidad brillaban con estrellas doradas. En los pasillos había un fuerte y deli­cioso olor a comida que, antes de Nochebuena, se había hecho tan potente que incluso Scabbers sacó la nariz del bolsillo de Ron para olfatear.
La mañana de Navidad, Ron despertó a Harry tirándole la almohada.

-Ya me resigne a que cada navidad voy a ser despertado así- suspiró. Tenía un ahijado, dos hijos y otro bebé en camino y la navidad era la mañana en la que más almohadasos recibía.

—¡Despierta, los regalos!
Harry cogió las gafas y se las puso. Entornando los ojos para ver en la semioscuridad, miró a los pies de la cama, donde se alzaba una pequeña montaña de paquetes. Ron rasgaba ya el papel de sus regalos.
—Otro jersey de mamá. Marrón otra vez. Mira a ver si tú tienes otro.

Molly se entristeció, no tanto por hacerle un Jersey ya que sabía que los hacía con profundo amor y que no podían costear nada mejor, pero si por el color, por hacer sentir poco especial a su niño menor.
Ron suspiró y rodeó con el brazo a Hermione, ella era la única que realmente prestaba atención a cada mínimo detalle.

Harry tenía otro. La señora Weasley le había enviado un jersey rojo con el león de Gryffindor en la parte de delante, una docena de pastas caseras, un trozo de pastel y una caja de turrón. Al retirar las cosas, vio un paquete largo y estre­cho que había debajo.
—¿Qué es eso? —preguntó Ron mirando el paquete y sosteniendo en la mano los calcetines marrones que acababa de desenvolver.
—No sé...
Harry abrió el paquete y ahogó un grito al ver rodar so­bre la colcha una escoba magnífica y brillante. Ron dejó caer los calcetines y saltó de la cama para verla de cerca.

Sirius aplaudió con una ancha sonrisa.
-¿Quién es el mejor padrino del mundo, eh cachorro?- Harry rió.
James, Canuto y todos los fanáticos del quidditch vitorearon.
-Espera un segundo ¿tú eres un prófugo de la ley y le envías un regalo? ¿No crees que eso traerá problemas?- Dorcas tenía su punto, pero para Sirius que su ahijado no tuviera una escoba para jugar quidditch era peor que cualquier problema que ocasionara.

—No puedo creerlo —dijo con la voz quebrada por la emoción. Era una Saeta de Fuego, idéntica a la escoba de ensueño que Harry había ido a ver diariamente a la tienda del callejón Diagon. El palo brilló en cuanto Harry le puso la mano encima. La sentía vibrar. La soltó y quedó suspendi­da en el aire, a la altura justa para que él montara. Sus ojos pasaban del número dorado de la matrícula a las aerodiná­micas ramitas de abedul y perfectamente lisas que forma­ban la cola.
—¿Quién te la ha enviado? —preguntó Ron en voz baja.
—Mira a ver si hay tarjeta —dijo Harry.
Ron rasgó el papel en que iba envuelta la escoba.
—¡Nada! Caramba, ¿quién se gastaría tanto dinero en hacerte un regalo?

-Pase doce años sin gastar un centavo de una enorme fortuna, una escoba no es tanto gasto- se encogió de hombros.

—Bueno —dijo Harry, atónito—. Estoy seguro de que no fueron los Dursley.
—Estoy seguro de que fue Dumbledore —dijo Ron, dando vueltas alrededor de la Saeta de Fuego, admirando cada centímetro—. Te envió anónimamente la capa invisible...
—Había sido de mi padre —dijo Harry—. Dumbledore se limitó a remitírmela. No se gastaría en mí cientos de ga­leones. No puede ir regalando a los alumnos cosas así.

Minerva se removió en el asiento, Dumbledore había sido quien le regaló su escoba y quién la ayudo a ser la primer mujer en lograr entrar a un equipo de Quidditch en la historia de Hogwarts. El viejo profesor la miraba y ella entendió que pensaban en lo mismo.

—Ése es el motivo por el que no podría admitir que fue él —dijo Ron—. Por si algún imbécil como Malfoy lo acusaba de favoritismo. ¡Malfoy! —Ron se rió estruendosamente—. ¡Ya verás cuando te vea montado en ella! ¡Se pondrá enfer­mo! ¡Ésta es una escoba de profesional!
—No me lo puedo creer —musitó Harry pasando la mano por la Saeta de Fuego mientras Ron se retorcía de la risa en la cama de Harry pensando en Malfoy.

Lucius y Draco rodaron los ojos con igual expresión.

—¿Quién...?
—Ya sé.. quién ha podido ser... ¡Lupin!

Remus sonrió.
-Lo habría hecho si tuviera lo necesario para comprarla.
-Me dio algo mucho mejor que eso y gratis- Teddy había sido su primer hijo, con solo dieciocho años había sido padre por primera vez al tener entre sus brazos a esa pulguita de pelo azul y ojos mieles que se reía cuando le soplabas en la barriguita.

—¿Qué? —dijo Harry riéndose también—. ¿Lupin? Mira, si tuviera tanto dinero, podría comprarse una túnica nueva.
—Sí, pero le caes bien —dijo Ron—. Cuando tu Nimbus se hizo añicos, él estaba fuera, pero tal vez se enterase y de­cidiera acercarse al callejón Diagon para comprártela.
—¿Que estaba fuera? —preguntó Harry—. Durante el partido estaba enfermo.
—Bueno, no se encontraba en la enfermería —dijo Ron—. Yo estaba allí limpiando los orinales, por el castigo de Snape, ¿te acuerdas?
Harry miró a Ron frunciendo el entrecejo.

Lunático se removió nervioso en su asiento mientras recibía miradas curiosas de todas direcciones.

—No me imagino a Lupin haciendo un regalo como éste.
—¿De qué os reís los dos?
Hermione acababa de entrar con el camisón puesto y lle­vando a Crookshanks, que no parecía contento con el cordón de oropel que llevaba al cuello.
—¡No lo metas aquí! —dijo Ron, sacando rápidamente a Scabbers de las profundidades de la cama y metiéndosela en el bolsillo del pijama. Pero Hermione no le hizo caso. Dejó a Crookshanks en la cama vacía de Seamus y contempló la Saeta de Fuego con la boca abierta.
—¡Vaya, Harry! ¿Quién te la ha enviado?
—No tengo ni idea. No traía tarjeta.

-¿Nadie ha notado que una jovencita en paños menores estaba en un cuarto con dos muchachos en la primera etapa de su maduración? ¡Estas cosas pueden traumar a un niño! Tendrían que aprender a ser seres inocentes como George y yo- George rió sin poder evitarlo.
-Ustedes nacieron sin inocencia- bufó Bill.

Ante su sorpresa, Hermione no estaba emocionada ni intrigada. Antes bien, se ensombreció su rostro y se mordió el labio.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó Ron.
—No sé —dijo Hermione—. Pero es raro, ¿no os parece? Lo que quiero decir es que es una escoba magnífica, ¿verdad?
Ron suspiró exasperado:
—Es la mejor escoba que existe, Hermione —aseguró.
—Así que debe de ser carísima...
—Probablemente costó más que todas las escobas de Slytherin juntas —dijo Ron con cara radiante.

-No sé si tanto, pero seguramente le patearía el trasero a varias viboritas- se regodeó Canuto.

—Bueno, ¿quién enviaría a Harry algo tan caro sin si quiera decir quién es?
—¿Y qué más da? —preguntó Ron con impaciencia—. Escucha, Harry, ¿puedo dar una vuelta en ella? ¿Puedo?
—Creo que por el momento nadie debería montar en esa escoba —dijo Hermione.
Harry y Ron la miraron.
—¿Qué crees que va a hacer Harry con ella? ¿Barrer el suelo? —preguntó Ron.

Lily sonrió sin poder evitarlo.
-En realidad, Hermione tiene sentido común, no es bueno aceptar cosas que no sabes de donde vienen- reconoció Remus.
-¡Pero es una escoba genial!- Los ojos de James brillaban como los de un niño.
-Remus tiene razón, James- miró con un puchero a la pelirroja que suspiró- si, si, supongo que es una escoba genial.

Pero antes de que Hermione pudiera responder; Crookshanks, saltó desde la cama de Seamus al pecho de Ron.
—¡LLÉVATELO DE AQUÍ! —bramó Ron, notando que las garras de Crookshanks le rasgaban el pijama y que Scabbers intentaba una huida desesperada por encima de su hombro. Cogió a Scabbers por la cola y fue a propinar un puntapié a Crookshanks, pero calculó mal y le dio al baúl de Harry; vol­cándolo. Ron se puso a dar saltos, aullando de dolor.

-Me agradaba ese gato- Sirius suspiró, mientras su adolescente lo miraba con una mueca.
-¿Sabes que eso no es natural, verdad?
-Lo sé, pero hasta los perros viejos aprenden nuevos trucos... eso incluye un gato con buena maña para casar ratas.
-Es una conversación extraña- cortó Dorcas confundida.

A Crookshanks se le erizó el pelo. Un silbido agudo y me­tálico llenó el dormitorio. El chivatoscopio de bolsillo se ha­bía salido de los viejos calcetines de tío Vernon y daba vuel­tas encendido en medio del dormitorio.
—¡Se me había olvidado! —dijo Harry, agachándose y cogiendo el chivatoscopio—. Nunca me pongo esos calcetines si puedo evitarlo...
En la palma de la mano, el chivatoscopio silbaba y gira­ba. Crookshanks le bufaba y enseñaba los colmillos.

-Quién iba a decir que el chivatoscopio funcionaba- Remus, quien nunca había creído demasiado en los aparatejos, se mostraba sorprendido.

—Sería mejor que sacaras de aquí a ese gato —dijo Ron furioso. Estaba sentado en la cama de Harry, frotándose el dedo gordo del pie—. ¿No puedes hacer que pare ese chisme? —preguntó a Harry mientras Hermione salía a zancadas del dormitorio, los ojos amarillos de Crookshanks todavía maliciosamente fijos en Ron.
Harry volvió a meter el chivatoscopio en los calcetines y éstos en el baúl. Lo único que se oyó entonces fueron los ge­midos contenidos de dolor y rabia de Ron. Scabbers estaba acurrucada en sus manos. Hacía tiempo que Harry no la veía, porque siempre estaba metida en el bolsillo de Ron, y le sorprendió desagradablemente ver que Scabbers, antaño gorda, ahora estaba esmirriada; además, se le habían caído partes del pelo.

Los merodeadores sonrieron levemente. No había forma de que lo de Pettigrew fuera mejor para ellos, pero al menos era reconfortante que él también lo pasara mal.

—No tiene buen aspecto, ¿verdad? —observó Harry.
—¡Es el estrés! —dijo Ron—. ¡Si esa estúpida bola de pelo la dejara en paz, se encontraría perfectamente!
Pero Harry, acordándose de que la mujer de la tienda de animales mágicos había dicho que las ratas sólo vivían tres años, no pudo dejar de pensar que, a menos que Scabbers tuviera poderes que nunca había revelado, estaba llegando al final de su vida. Y a pesar de las frecuentes quejas de Ron de que Scabbers era aburrida e inútil, estaba seguro de que Ron lamentaría su muerte.

Ron tragó saliva. Realmente había visto morir a quién había sido su rata y no había sido agradable rodear el cadáver mientras los gritos de Hermione siendo torturada llenaban sus oídos.

Aquella mañana, en la sala común de Gryffindor; el es­píritu navideño estuvo ausente. Hermione había encerrado a Crookshanks en su dormitorio, pero estaba enfadada con Ron porque había querido darle una patada. Ron seguía enfadado por el nuevo intento de Crookshanks de comerse a Scab­bers. Harry desistió de reconciliarlos y se dedicó a examinar la Saeta de Fuego que había bajado con él a la sala común. No se sabía por qué, esto también parecía poner a Hermione de malhumor. No decía nada, pero no dejaba de mirar con malos ojos la escoba, como si ella también hubiera criticado a su gato.

-Muy gracioso Harry- bufó Hermione.

A la hora del almuerzo bajaron al Gran Comedor y descubrieron que habían vuelto a arrimar las mesas a los muros, y que ahora sólo había, en mitad del salón, una mesa con doce cubiertos.
Se encontraban allí los profesores Dumbledore, McGo­nagall, Snape, Sprout y Flitwick, junto con Filch, el conserje, que se había quitado la habitual chaqueta marrón y llevaba puesto un frac viejo y mohoso. Sólo había otros tres alumnos: dos del primer curso, muy nerviosos, y uno de quinto de Slytherin, de rostro huraño.
—¡Felices Pascuas! —dijo Dumbledore cuando Harry, Ron y Hermione se acercaron a la mesa—. Como somos tan pocos, me pareció absurdo utilizar las mesas de los colegios. ¡Sentaos, sentaos!

-Eso nunca sucedió en nuestra época- comentó Alice.
-Quizás sea porque un psicópata esta suelto, oféndete si quieres-aclaró Marlenne mirando a Sirius- y quieren a sus retoños a salvo en casa.

Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos al final de la mesa.
—¡Cohetes sorpresa! —dijo Dumbledore entusiasmado, alargando a Snape el extremo de uno grande de color de plata. Snape lo cogió a regañadientes y tiró. Sonó un estampido, el cohete salió disparado y dejó tras de sí un sombrero de bruja grande y puntiagudo, con un buitre disecado en la punta.

Snape frunció el ceño, pero no pudo evitar sentirse feliz cuando la risita inconfundible de Lily resonó en el comedor.

Harry, acordándose del boggart, miró a Ron y los dos se rieron. Snape apretó los labios y empujó el sombrero hacia Dumbledore, que enseguida cambió el suyo por aquél.
—¡A comer! —aconsejó a todo el mundo, sonriendo.
Mientras Harry se servía patatas asadas, las puertas del Gran Comedor volvieron a abrirse. Era la profesora Trelawney, que se deslizaba hacia ellos como si fuera sobre ruedas. Dada la ocasión, se había puesto un vestido verde de lentejuelas que acentuaba su aspecto de libélula gigante.
—¡Sybill, qué sorpresa tan agradable! —dijo Dumbledo­re, poniéndose en pie.
—He estado consultando la bola de cristal, señor director —dijo la profesora Trelawney con su voz más lejana—. Y ante mi sorpresa, me he visto abandonando mi almuerzo solitario y reuniéndome con vosotros. ¿Quién soy yo para negar los designios del destino? Dejé la torre y vine a toda prisa, pero os ruego que me perdonéis por la tardanza
—Por supuesto —dijo Dumbledore, parpadeando—. Per­míteme que te acerque una silla...

-Esto será sin duda una cena interesante- Fabian y Gideon se frotaron las manos.

E hizo, con la varita, que por el aire se acercara una silla que dio unas vueltas antes de caer ruidosamente entre los profesores Snape y McGonagall. La profesora Trelawney, sin embargo, no se sentó. Sus enormes ojos habían vagado por toda la mesa y de pronto dio un leve grito.
—¡No me atrevo, señor director! ¡Si me siento, seremos trece! ¡Nada da peor suerte! ¡No olvidéis nunca que cuando trece comen juntos, el primero en levantarse es el primero en morir!
—Nos arriesgaremos, Sybill —dijo impaciente la profesora McGonagall—. Por favor, siéntate. El pavo se enfría.

-Minnie no está feliz- canturreó Canuto.

La profesora Trelawney dudó. Luego se sentó en la silla vacía con los ojos cerrados y la boca muy apretada, como esperando que un rayo cayera en la mesa. La profesora McGonagall introdujo un cucharón en la fuente más próxima.
—¿Quieres callos, Sybill?
La profesora Trelawney no le hizo caso. Volvió a abrir los ojos, echó un vistazo a su alrededor y dijo:
—Pero ¿dónde está mi querido profesor Lupin?

-Uhhh... ¡QUERIDO PROFESOR LUPIIIN!- Sirius estiró el nombre con tono meloso- que tierno, el lunático y la desquiciada.
-Sirius tienes tanta madurez como un trozo de gelatina.
-Oh lamento no ser tan maduro como usted, querido profesor Lupin. Quién iba a decirlo, creí que yo era el único que hacía cosas de adultos en las torres, ¿qué tal el aula de adivinación para un poco de romance, eh? -Remus se estaba sonrojado a medida que Sirius hablaba.
-Sirius no soy soltero- murmuró por lo bajo.
-Ya y seguro que usted, querido profesor Lupin, llegó virgen y purificado a la noche de bodas- Remus carraspeó.
-¿Por qué no sigues leyendo?- apresuró a James que sonrió de lado.
-Porque me interesa más esta conversación.
-¿Me case?- Lunático abrió los ojos y alzó las cejas con sorpresa- ¿Con quién? ¿Cómo? ¿Ella...?
-Ella es asombrosa y ama la vida como pocas personas- Remus sonrió sin poder evitarlo al pensar en la cabecita rosa que inundaba sus pensamientos.
-Pero no es posible...
-Yo tampoco lo creía posible, pero ella es muy insistente- Sirius sonrió anchamente, él no había llegado a presenciar la boda de Remus y Tonks, pero estaba realmente feliz por esa pareja... y por un motivo para burlarse de Remus de por vida.

—Me temo que ha sufrido una recaída —dijo Dumbledo­re, animando a todos a que se sirvieran—. Es una pena que haya ocurrido el día de Navidad.

Los merodeadores se miraron con tristeza, en otros tiempos ellos habrían acompañado a Remus en su noche y él no habría pasado la navidad solo y adolorido en el bosque.
-Te enfermas con frecuencia- Marlene miró al castaño con perspicacia- mucha frecuencia.
-Tengo un sistema inmunológico débil- se apresuro a aclarar Lunático. Remus se inclinó hacia su yo pequeño para hablarle por lo bajo.
-Por si te preocupa, ella es genial curando heridas- Lunático lo miró atónito.
-¿Enserio no le molesta?- Remus suspiró.
-No, ella es perfecta no lo dudes ni un segundo- Estaba decidido a hacerle el camino más fácil a Tonks, él había necesitado cientos de idas y venidas para aceptar el amor que sentían y no estaba dispuesto a repetir todo el sufrimiento que le había hecho pasar a la pelirrosa.
-¿y es de mi curso? Espera... ¿segura que no le molesta que seas pobre? ¿peligroso?
-No no le importa, sorprendentemente, nada de eso le importa. Es más joven...-se le escapó una sonrisa- y es preciosa.
-Seguro lo dices porque estas enamorado de ella- Remus negó con la cabeza.
-¿Sirius, verdad que Dora es guapa?- Lunático se sorprendió que dijera su nombre, Dora Lupin...sonaba muy bien.
-Muy atractiva, pero sabes que no la miraría con esos ojos, Remusin,  aunque tenga unas curvitas peligrosas.

—Pero seguro que ya lo sabías, Sybill.
La profesora Trelawney dirigió una mirada gélida a la profesora McGonagall.

Albus rió por lo bajo, a Minerva no le gustaban las bromas, pero siempre disfrutaba de un poco de afilada ironía.

—Por supuesto que lo sabía, Minerva —dijo en voz baja—. Pero no quiero alardear de saberlo todo. A menudo obro como si no estuviera en posesión del ojo interior, para no poner nerviosos a los demás.
—Eso explica muchas cosas —respondió la profesora McGonagall.

-Por eso eres nuestra preferida, Minnie- canturrearon felizmente los gemelos.

La profesora Trelawney elevó la voz:
—Si te interesa saberlo, he visto que el profesor Lupin nos dejará pronto. Él mismo parece comprender que le queda poco tiempo. Cuando me ofrecí a ver su destino en la bola de cristal, huyó.
—Me lo imagino.
—Dudo —observó Dumbledore, con una voz alegre pero fuerte que puso fin a la conversación entre las profesoras McGonagall y Trelawney— que el profesor Lupin esté en pe­ligro inminente. Severus, ¿has vuelto a hacerle la poción?
—Sí, señor director —dijo Snape.

James y Sirius miraron con un atisbo de tambaleante respeto al Slytherin.

—Bien —dijo Dumbledore—. Entonces se levantará y dará una vuelta por ahí en cualquier momento. Derek, ¿has probado las salchichas? Son estupendas.
El muchacho de primer curso enrojeció intensamente porque Dumbledore se había dirigido directamente a él, y co­gió la fuente de salchichas con manos temblorosas.
La profesora Trelawney se comportó casi con normali­dad hasta que, dos horas después, terminó la comida. Ati­borrados con el banquete y tocados con los gorros que ha­bían salido de los cohetes sorpresa, Harry y Ron fueron los primeros en levantarse de la mesa, y la profesora dio un grito.

Minerva, al igual que Hermione, se pellizcó el puente de la nariz. Eso era irritante hasta rozar lo ridículo.

—¡Queridos míos! ¿Quién de los dos se ha levantado pri­mero? ¿Quién?
—No sé —dijo Ron, mirando a Harry con inquietud.
—Dudo que haya mucha diferencia —dijo la profesora McGonagall fríamente—. A menos que un loco con un hacha esté esperando en la puerta para matar al primero que salga al vestíbulo.

Varias estruendosas carcajadas se escucharon a lo largo y ancho del comedor, especialmente la característica risa perruna de Sirius.

Incluso Ron se rió. La profesora Trelawney se molestó.
—¿Vienes? —dijo Harry a Hermione.
—No —contestó Hermione—. Tengo que hablar con la profesora McGonagall.
—Probablemente para saber si puede darnos más clases —bostezó Ron yendo al vestíbulo, donde no había ningún loco con un hacha.

Hermione lo miró feo.

Cuando llegaron al agujero del cuadro, se encontraron a sir Cadogan celebrando la Navidad con un par de monjes, antiguos directores de Hogwarts y su robusto caballo. Se le­vantó la visera de la celada y les ofreció un brindis con una jarra de hidromiel.
—¡Felices, hip, Pascuas! ¿La contraseña?
—«Vil bellaco» —dijo Ron.
—¡Lo mismo que vos, señor! —exclamó sir Cadogan, al mismo tiempo que el cuadro se abría hacia delante para de­jarles paso.

-Bueno, al menos abrió. -Neville recordó con cansancio como Sir Cadogan discutía cada noche con todos los estudiantes agotados que querían dormir.

Harry fue directamente al dormitorio, cogió la Saeta de Fuego y el equipo de mantenimiento de escobas mágicas que Hermione le había regalado para su cumpleaños, bajó con todo y se puso a mirar si podía hacerle algo a la escoba; pero no había ramitas torcidas que cortar y el palo estaba ya tan brillante que resultaba inútil querer sacarle más brillo. Él y Ron se limitaron a sentarse y a admirarla desde cada ángulo hasta que el agujero del retrato se abrió y Hermione apareció acompañada por la profesora McGonagall.

-Ya se por donde va esto y creo que voy a tener ganas de matarte, Hermione- murmuró Charlie apretando la mandíbula.
-No me digas que hiciste lo que creo que hiciste- James la miró, pero ella miró en otra dirección- Oh no.

Aunque la profesora McGonagall era la jefa de la casa de Gryffindor; Harry sólo la había visto en la sala común en una ocasión y para anunciar algo muy grave. Él y Ron la miraron mientras sostenían la Saeta de Fuego. Hermione pasó por su lado, se sentó, cogió el primer libro que encontró y ocultó la cara tras él.
—Con que es eso —dijo la profesora McGonagall con los ojos muy abiertos, acercándose a la chimenea y examinando la Saeta de Fuego—. La señorita Granger me acaba de decir que te han enviado una escoba, Potter.

-¡Alta traición!- Canuto la miro indignado como si le hubiese clavado un puñal por la espalda.
-Sirius, ella pretende cuidar a Harry- recordó Lily- quizás no de la mejor manera... pero tiene sentido común.

Harry y Ron se volvieron hacia Hermione. Podían verle la frente colorada por encima del libro, que estaba del revés.
—¿Puedo? —pidió la profesora McGonagall. Pero no aguardó a la respuesta y les quitó de las manos la Saeta de Fuego. La examinó detenidamente, de un extremo a otro—. Mmm... ¿y no venía con ninguna nota, Potter? ¿Ninguna tar­jeta? ¿Ningún mensaje de ningún tipo?
—Nada —respondió Harry, como si no comprendiera.
—Ya veo... —dijo la profesora McGonagall—. Me temo que me la tendré que llevar; Potter.

-¿Qué? ¿Por qué? ¡No le hará nada! ¡Es solo una escoba!- protestó Canuto.
-Corrige, no solo una escoba, LA mejor escoba del siglo- agregó James.

—¿Qué?, ¿qué? —dijo Harry, poniéndose de pie de pron­to—. ¿Por qué?
—Tendremos que examinarla para comprobar que no tiene ningún hechizo—explicó la profesora McGonagall—. Por supuesto, no soy una experta, pero seguro que la señora Hooch y el profesor Flitwick la desmontarán.
—¿Desmontarla? —repitió Ron, como si la profesora McGonagall estuviera loca.
—Tardaremos sólo unas semanas —aclaró la profeso­ra McGonagall—. Te la devolveremos cuando estemos segu­ros de que no está embrujada.

-Bueno, no es que se la confiscaran- intentó suavizar Dorcas, porque Canuto y James estaban de brazos cruzados mirando de reojo a una sonrojada Hermione.

—No tiene nada malo —dijo Harry. La voz le tembla­ba—. Francamente, profesora...
—Eso no lo sabes —observó la profesora McGonagall con total amabilidad—, no lo podrás saber hasta que hayas volado en ella, por lo menos. Y me temo que eso será imposi­ble hasta que estemos seguros de que no se ha manipulado. Te tendré informado.
La profesora McGonagall dio media vuelta y salió con la Saeta de Fuego por el retrato, que se cerró tras ella.
Harry se quedó mirándola, con la lata de pulimento aún en la mano. Ron se volvió hacia Hermione.
—¿Por qué has ido corriendo a la profesora McGonagall?

-Hermione lo que hiciste fue de pésimo gusto- cortó Ginny.
-Pretendía hacer lo correcto.
-Correr a una profesora a espaldas de Harry no es lo correcto, traicionaste su confianza.
-Harry nunca hubiese aceptado decirle.
-Entonces Harry habría cargado con las consecuencias.

Hermione dejó el libro a un lado. Seguía con la cara colo­rada. Pero se levantó y se enfrentó a Ron con actitud desa­fiante:
—Porque pensé (y la profesora McGonagall está de acuer­do conmigo) que la escoba podía habérsela enviado Sirius Black.

-¿Por qué pensaste en mí? Es decir, se supone que quería asesinarlo, ¿por qué le enviaría la mejor escoba?
-Porque una escoba tienta a cualquier jugador de Quidditch, todos saben lo buen jugador que es Harry y era esperable que caería en la tentación de jugar, especialmente contra Slytherin y después del partido con los dementores, entonces tú podrías utilizar esa tentación para darle una escoba embrujada, Harry no ha muerto durante un partido de pura casualidad.
Ojoloco, que escuchaba la lectura en atento silencio, miró con renovado respeto a la castaña.
-Sigo indignado contigo- remarcó Canuto mientras James asentía.

-Ignóralos. Dame ese libro, cuatro ojos- James miro con una graciosa mueca de ofensa a Marlene que le sacó el libro de las manos. -Continuemos. 

6 comentarios:

  1. Me encanto el cap :D
    Dora también va a aparecer?
    No puedo esperar para ver la reacción de Remus cuando se entere de quien es su esposa

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  2. No es q me queje pero ""AL FINNN" llevaba esperando el capitulo mucho tiempo.
    Por cierto, me gusto mucho el capitulo y digo lo mismo q el comentario anterior ¿Aparecera Nymphadora?
    Saludos

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    1. me imagino cuando entre botas piel de dragon polera de las brujas de mcbeath y una capa y se la saque mechas rosa chicle se quede mirando donde esta la pequeña nymphadora y se presente y diga soy nymphadora lupin y sirius quiera mata a lupin del pasado despues podria llegara andromeda tonks y edward lupin y se le tira a los brazos de harry y de ginny y despues alos de nymphador y remus :(

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  3. Este capítulo me sacó demasiadas carcajadas x)
    Las intervenciones son tan buenas que hacen de una renovada experiencia volver a leer el libro.
    Es precioso <3

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  4. Lo que dijo la profesora Trelawney sobre que si trece personas se sientan en una mesa, la primera en levantarse es la primera en morir se volvió verdad cuando Ojoloco murió y todos estaban en la madriguera eran trece los que estaban sentados en la mesa, el primero que se levantó fue Lupin para ir a buscar el cuerpo de Moody...

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  5. Wow, me encanto esa parte de Ginny reclamandole a Hermione. Eso fue de las pocas cosas que no me gusto de Rowling. Salvo esa parte del sexto libro cuando Ginny defiende a Harry por usar el Sectusempra, nunca nos mostraron una pelea entre ellas dos o una discusión.

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