lunes, 19 de enero de 2015

Harry Potter y el prisionero de Azkaban- cap 6

Aclaración: Bueno todos los personajes y los libros que leen pertenecen a Jo Rowling, yo solo lo traspaso a un blog para que puedan leerlo de una manera diferente con las intervenciones de ciertos personajes pertenecientes a ella.
Espero disfruten, recuerden que voy subiendo las partes del capítulo en la misma entrada.

Harry Potter y el Prisionero de Azkaban


Capitulo VI: "Posos de té y garras de hipogrifo"


James tomó el libro.
-El capituló se llama posos de té y garras de hipogrifo.

Cuando Harry, Ron y Hermione entraron en el Gran Come­dor para desayunar al día siguiente, lo primero que vieron fue a Draco Malfoy, que entretenía a un grupo de gente de Slytherin con una historia muy divertida. Al pasar por su lado, Malfoy hizo una parodia de desmayo, coreado por una carcajada general.

-Imbécil- murmuró Marlene.

—No le hagas caso —le dijo Hermione, que iba detrás de Harry—. Tú, ni el menor caso. No merece la pena...
—¡Eh, Potter! —gritó Pansy Parkinson, una chica de Slytherin que tenía la cara como un dogo—. ¡Potter! ¡Que vienen los dementores, Potter! ¡Uuuuuuuuuh!

-Detesto a esa niña.
-Es una versión idiota de Bellatrix- bufó Sirius.
-¿Admites que Bellatrix no es idiota?- repitió Andromeda sorprendida.
-Desquiciada, transtornada e insoportable si, idiota no.

Harry se dejó caer sobre un asiento de la mesa de Gryf­findor; junto a George Weasley.
—Los nuevos horarios de tercero —anunció George, pa­sándolos—. ¿Qué te ocurre, Harry?
—Malfoy —contestó Ron, sentándose al otro lado de Geor­ge y echando una mirada desafiante a la mesa de Slytherin.

-No se burlaran de él, ¿verdad?- cuestionó Charlie.
-Nos decepciona la imagen que tienes de nosotros- protestó Fred, levemente ofendido.

George alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima.
—Ese imbécil —dijo sin alterarse— no estaba tan galli­to ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento, ¿verdad, Fred?
—Casi se moja encima —dijo Fred, mirando con despre­cio a Malfoy.

Todos rieron, haciendo que un casi invisible rubor cubriera las mejillas pálidas de Draco.

—Yo tampoco estaba muy contento —reconoció Geor­ge—. Son horribles esos dementores...
—Se le hiela a uno la sangre, ¿verdad? —dijo Fred.
—Pero no os desmayasteis, ¿a que no? —dijo Harry en voz baja.
—No le des más vueltas, Harry —dijo George—. Mi pa­dre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso... Los dementores absorben la alegría del lugar en que están. La mayoría de los presos se vuelven locos allí.

Molly miró orgullosa a sus hijos, se notaba que con el paso del tiempo los gemelos  crecían, nunca madurarían del todo quizás, pero si se volvían buenos hombres.

—De cualquier modo, veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —dijo Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la tempora­da, ¿os acordáis?

Los Gryffindor sonrieron, especialmente James y Sirius que observaron al cachorro orgullosos.

La única ocasión en que Harry y Malfoy se habían enfrentado en un partido de quidditch, Malfoy había llevado las de perder. Un poco más contento, Harry se sirvió salchi­chas y tomate frito.
Hermione se aprendía su nuevo horario:
—Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo ale­gremente.
—Hermione —dijo Ron frunciendo el entrecejo y miran­do detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.

Hermione se sintió un poco cohibida por todas las miradas atónitas que recibia.
-A mí me gusta aprender, pero creo que eso es excesivo- comentó Lily.

—Ya me apañaré. Lo he concertado con la profesora McGonagall.
—Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y... —Ron se acercó más al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a es­tar en tres clases a la vez?

-Eso es imposible y aunque fuese malditamente posible, ¿Por qué alguien querría hacerlo?- cuestionó Sirius.
-Sirius el lenguaje- reprendió Molly, pero el ojigris solo chasqueo la lengua como si eso no fuese nada para reprender.

—No seas tonto —dijo Hermione bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez.
—Bueno, entonces...
—Pásame la mermelada —le pidió Hermione.
—Pero...
—¿Y a ti qué te importa si mi horario está un poco apre­tado, Ron? —dijo Hermione—. Ya te he dicho que lo he arre­glado todo con la profesora McGonagall.

-Eso Ronnie, ¿Por qué te importaba tanto?- se burló Fabian.
-No molesten, es mi esposa después de todo.
-Trece años y ya perseguía a su esposa, te salió precoz el niño- comentó George a Molly.
-Más respeto que soy tu madre.

En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de ratina y de una de sus enormes manos colgaba un turón muerto, que se balan­ceaba.
—¿Va todo bien? —dijo con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Estáis en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levan­tado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien... Yo, profesor..., francamente...

Algunos, especialmente los Ravenclaw tenían serias dudas sobre la capacidad de enseñanza del semi gigante, pero la gran mayoría de los estudiantes estaban sonriendo.

Les dirigió una amplia sonrisa y se fue hacia la mesa de los profesores, balanceando el turón.
—Me pregunto qué habrá preparado —dijo Ron con cu­riosidad.
El Gran Comedor se vaciaba a medida que la gente se marchaba a la primera clase. Ron comprobó el horario.
—Lo mejor será que vayamos ya. Mirad, el aula de Adi­vinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos unos diez minutos en llegar...

-Nunca me ha gustado adivinación- lamentó Lily.
-Oh vamos, es la mejor clase, inventas cualquier cosa y no pueden reprobarte porque no saben que ve tu adivinador interno- se burló Canuto.

Terminaron aprisa el desayuno, se despidieron de Fred y de George, y volvieron a atravesar el Gran Comedor. Al pa­sar al lado de la mesa de Slytherin, Malfoy volvió a repetir la pantomima. Las estruendosas carcajadas acompañaron a Harry hasta el vestíbulo.

Astoria suspiró, no podía evitar enfadarse con el Draco del libro a pesar de que el rubio junto a ella era mucho mas maduro que ese.

El trayecto hasta la torre norte era largo. Los dos años que llevaban en Hogwarts no habían bastado para conocer todo el castillo, y ni siquiera habían estado nunca en el inte­rior de la torre norte.

James hizo una mueca, debía enseñarle a su hijo a no seguir las reglas del colegio.

—Tiene... que... haber... un atajo —dijo Ron jadeando, mientras ascendían la séptima larga escalera y salían a un rellano que veían por primera vez y donde lo único que había era un cuadro grande que representaba únicamente un cam­po de hierba.
—Me parece que es por aquí —dijo Hermione, echando un vistazo al corredor desierto que había a la derecha.
—Imposible —dijo Ron—. Eso es el sur. Mira: por la ven­tana puedes ver una parte del lago...

Sirius jugueteó con el cabello de Tonks aburrido, no era paciente y quería que sucediera algo interesante o divertido.

Harry observó el cuadro. Un grueso caballo tordo acaba­ba de entrar en el campo y pacía despreocupadamente. Harry estaba acostumbrado a que los cuadros de Hogwarts tuvie­ran movimiento y a que los personajes se salieran del marco para ir a visitarse unos a otros, pero siempre se había diver­tido viéndolos. Un momento después, haciendo un ruido me­tálico, entró en el cuadro un caballero rechoncho y bajito, vestido con armadura, persiguiendo al caballo. A juzgar por las manchas de hierba que había en sus rodilleras de hierro, acababa de caerse.

-Oh mierda- Fabian rodó los ojos, sabía que cuadro era y sería un completo dolor de cabeza.

—¡Pardiez! —gritó, viendo a Harry, Ron y Hermione—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis do­minios? ¿Acaso os mofáis de mi caída? ¡Desenvainad, be­llacos!
Se asombraron al ver que el pequeño caballero sacaba la espada de la vaina y la blandía con violencia, saltando furio­samente arriba y abajo. Pero la espada era demasiado larga para él. Un movimiento demasiado violento le hizo perder el equilibrio y cayó de bruces en la hierba.
—¿Se encuentra usted bien? —le preguntó Harry, acer­cándose al cuadro.
—¡Atrás, vil bellaco! ¡Atrás, malandrín!

Hermione se pellizcó el puente de la nariz, exasperada.

El caballero volvió a empuñar la espada y la utilizó para incorporarse, pero la hoja se hundió profundamente en el suelo, y aunque tiró de ella con todas sus fuerzas, no pudo sa­carla. Finalmente, se dejó caer en la hierba y se levantó la vi­sera del casco para limpiarse la cara empapada en sudor.
—Disculpe —dijo Harry, aprovechando que el caballero estaba exhausto—, estamos buscando la torre norte. ¿Por ca­sualidad conoce usted el camino?
—¡Una empresa! —La ira del caballero desapareció al instante. Se puso de pie haciendo un ruido metálico y excla­mó—: ¡Vamos, seguidme, queridos amigos, y hallaremos lo que buscamos o pereceremos en el empeño! —Volvió a tirar de la espada sin ningún resultado, intentó pero no pudo montar en el caballo, y exclamó—: ¡A pie, pues, bravos caba­lleros y gentil señora! ¡Vamos!

-¿Gentil señora?- repitió Ginny con una risita.

Y corrió por el lado izquierdo del marco, haciendo un fuerte ruido metálico.
Corrieron tras él por el pasillo, siguiendo el sonido de su armadura. De vez en cuando lo localizaban delante de ellos, cruzando un cuadro.
—¡Endureced vuestros corazones, lo peor está aún por llegar! —gritó el caballero, y lo volvieron a ver enfrente de un grupo alarmado de mujeres con miriñaque, cuyo cuadro colgaba en el muro de una estrecha escalera de caracol.
Jadeando, Harry, Ron y Hermione ascendieron los esca­lones mareándose cada vez más, hasta que oyeron un mur­mullo de voces por encima de ellos y se dieron cuenta de que habían llegado al aula.

-Los cuadros son realmente útiles, al menos los amables- comentó Alice.
-Y más cuando no somos precisamente una brújula- admitió Frank.

—¡Adiós! —gritó el caballero asomando la cabeza por el cuadro de unos monjes de aspecto siniestro—. ¡Adiós, com­pañeros de armas! ¡Si en alguna ocasión necesitáis un cora­zón noble y un temple de acero, llamad a sir Cadogan!
—Sí, lo haremos —murmuró Ron cuando desapareció el caballero—, si alguna vez necesitamos a un chiflado.

-Ron, él te ayudo, por muy extrañó que sea- reprendió Molly.

Subieron los escalones que quedaban y salieron a un rellano diminuto en el que ya aguardaba la mayoría de la cla­se. No había ninguna puerta en el rellano; Ron golpeó a Harry con el codo y señaló al techo, donde había una trampi­lla circular con una placa de bronce.
—Sybill Trelawney, profesora de Adivinación —leyó Ha­rry—. ¿Cómo vamos a subir ahí?

-¿Trelawney? Estaba en mi curso, estaba desquiciada- se sorprendió Andromeda.
-Cada vez dudo mas de que Dumbledore este en sus cabales a la hora de contratar- Remus sonrió tristemente ante el comentario de Sirius- Oh, no lo decía por ti… que susceptible eres.

Como en respuesta a su pregunta, la trampilla se abrió de repente y una escalera plateada descendió hasta los pies de Harry. Todos se quedaron en silencio.
—Tú primero —dijo Ron con una sonrisa, y Harry subió por la escalera delante de los demás.

-Que caballero, Ron- rió Harry.
-Si alguien hacía el ridículo no quería ser yo.
-Muchas gracias, lo aprecio mucho.

Fue a dar al aula de aspecto más extraño que había vis­to en su vida. No se parecía en nada a un aula; era algo a me­dio camino entre un ático y un viejo salón de té. Al menos veinte mesas circulares, redondas y pequeñas, se apretuja­ban dentro del aula, todas rodeadas de sillones tapizados con tela de colores y de cojines pequeños y redondos. Todo es­taba iluminado con una luz tenue y roja. Había cortinas en todas las ventanas y las numerosas lámparas estaban tapa­das con pañoletas rojas. Hacía un calor agobiante, y el fuego que ardía en la chimenea, bajo una repisa abarrotada de co­sas, calentaba una tetera grande de cobre y emanaba una especie de perfume denso. Las estanterías de las paredes circulares estaban llenas de plumas polvorientas, cabos de vela, muchas barajas viejas, infinitas bolas de cristal y una gran cantidad de tazas de té.

Todos entre sí sorprendidos, no se parecía a nada a algo que ellos hubiesen conocido. Su aula de adivinación era una aula común y corriente, no aquella sala sacada de una fería.

Ron fue a su lado mientras la clase se iba congregando alrededor; entre murmullos.
—¿Dónde está la profesora? —preguntó Ron.
De repente salió de las sombras una voz suave:
—Bienvenidos —dijo—. Es un placer veros por fin en el mundo físico.


-¿Por qué me suena a una fraude de te-leo-la-mano-por-dos-centavos?- murmuró Lily.

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La inmediata impresión de Harry fue que se trataba de un insecto grande y brillante. La profesora Trelawney se acercó a la chimenea y vieron que era sumamente delgada. Sus grandes gafas aumentaban varias veces el tamaño de sus ojos y llevaba puesto un chal de gasa con lentejuelas. De su cuello largo y delgado colgaban innumerables colla­res de cuentas, y tenía las manos llenas de anillos y los bra­zos de pulseras.

Canuto hizo una mueca, el era de los hombres que creían que ninguna mujer era fea, que para gustos los colores, por mas que él fuese muy selectivo con sus conquistas… pero una mantis religiosa con lentejuelas no sonaba realmente atractivo para nadie.

—Sentaos, niños míos, sentaos —dijo, y todos se encara­maron torpemente a los sillones o se hundieron en los coji­nes. Harry, Ron y Hermione se sentaron a la misma mesa redonda.

-Predecible.

—Bienvenidos a la clase de Adivinación —dijo la profesora Trelawney, que se había sentado en un sillón de orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Se­guramente es la primera vez que me veis. Noto que descen­der muy a menudo al bullicio del colegio principal nubla mi ojo interior.

Todos estaban con expresiones de desconcierto ante tan excéntrica persona.

Nadie dijo nada ante esta extraordinaria declaración. Con movimientos delicados, la profesora Trelawney se puso bien el chal y continuó hablando:
—Así que habéis decidido estudiar Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas.

Minerva frunció el ceño en desacuerdo.

Debo advertiros desde el principio de que si no poseéis la Vista, no podré enseñaros prácticamente nada. Los libros tampoco os ayudarán mucho en este terreno... —Al oír estas palabras, Harry y Ron mira­ron con una sonrisa burlona a Hermione, que parecía asus­tada al oír que los libros no iban a ser de mucha utilidad en aquella asignatura.

La castaña los miró con reproche, haciendo que sonrieran divertidos.

— Hay numerosos magos y brujas que, aun teniendo una gran habilidad en lo que se refiere a trans­formaciones, olores y desapariciones súbitas, son incapaces de penetrar en los velados misterios del futuro —continuó la profesora Trelawney, recorriendo las caras nerviosas con sus ojos enormes y brillantes—. Es un don reservado a unos po­cos.

-¿Esta demente?- cuestionó James.
-Dumbledore habrá tenido alguna razón para contratarla- respondió Lily, con dudoso convencimiento.

—Dime, muchacho —dijo de repente a Neville, que casi se cayó del cojín—, ¿se encuentra bien tu abuela?
—Creo que sí —dijo Neville tembloroso.
—Yo en tu lugar no estaría tan seguro, querido —dijo la profesora Trelawney. El fuego de la chimenea se reflejaba en sus largos pendientes de color esmeralda. Neville tragó sali­va.

Frank hizo una mueca de preocupación.
-Son puros desvaríos- tranquilizo Alice.

La profesora Trelawney prosiguió plácidamente—. Du­rante este curso estudiaremos los métodos básicos de adivi­nación. Dedicaremos el primer trimestre a la lectura de las hojas de té. El segundo nos ocuparemos en quiromancia. A propósito, querida mía —le soltó de pronto a Parvati Patil—, ten cuidado con cierto pelirrojo.

Fabian sonrió pícaramente y Gideon carraspeó.
-Es irónico que le haya dicho eso, porque tu fuiste al baile con su hermana- comentó Hermione.
-No es que lo haya pasado muy bien- gruñó Ron.
-Supera el asunto de Victor, Ronald- bufó Ginny.

Parvati miró con un sobresalto a Ron, que estaba inme­diatamente detrás de ella, y alejó de él su sillón.
—Durante el último trimestre —continuó la profesora Trelawney—, pasaremos a la bola de cristal si la interpreta­ción de las llamas nos deja tiempo. Por desgracia, un desagradable brote de gripe interrumpirá las clases en febrero. Yo misma perderé la voz. Y en torno a Semana Santa, uno de vosotros nos abandonará para siempre.


-¿Cómo se le ocurre decirles esas cosas?- cuestionó Flitwick escandalizado.

Un silencio muy tenso siguió a este comentario, pero la profesora Trelawney no pareció notarlo—. Querida —añadió dirigiéndose a Lavender Brown, que era quien estaba más cerca de ella y que se hundió contra el respaldo del sillón—, ¿me podrías pasar la tetera grande de plata? Lavender dio un suspiro de alivio, se levantó, cogió una enorme tetera de la estantería y la puso sobre la mesa, ante la profesora Trelawney.
—Gracias, querida. A propósito, eso que temes sucederá el viernes 16 de octubre. —Lavender tembló.

-No se si es deprimente o delirante-comentó Marlenne.
-Ambas cosas, creo.
-Esta mal querer asustar a niños de trece años- reprobó Remus.
-Niégame que es un poquito divertido, ya sabes, espantarlos y…No, no es divertido- se corrigió Canuto ante la mala mirada de Lily, Hermione y Molly.

—Ahora quiero que os pongáis por parejas. Coged una taza de la estantería, venid a mí y os la llenaré. Luego sentaos y bebed hasta que sólo queden los posos. Removed entonces los posos agitando la taza tres veces con la mano izquierda y poned luego la taza boca abajo en el plato. Esperad a que haya caído la última gota de té y pasad la taza a vuestro compañero, para que la lea. Interpretaréis los dibujos dejados por los posos utilizando las páginas 5 y 6 de Disipar las nieblas del futuro. Yo pasaré a ayudaros y a daros instrucciones. ¡Ah!, querido... —asió a Ne­ville por el brazo cuando el muchacho iba a levantarse— cuando rompas la primera taza, ¿serás tan amable de coger una de las azules? Las de color rosa me gustan mucho.

-Eso no es ninguna predicción, solo lo puso nervioso y por eso rompió la taza- explicó Hermione con escepticismo.

Como es natural, en cuanto Neville hubo alcanzado la balda de las tazas, se oyó el tintineo de la porcelana rota. La profesora Trelawney se dirigió a él rápidamente con una escoba y un recogedor; y le dijo:
—Una de las azules, querido, si eres tan amable. Gracias...
Cuando Harry y Ron llenaron las tazas de té, volvieron a su mesa y se tomaron rápidamente la ardiente infusión.  Removieron los posos como les había indicado la profeso­ra Trelawney, y después secaron las tazas y las intercam­biaron.

-Esto será divertido- suspiró James con una sonrisa, él siempre inventaba las mejores historias en adivinación.

—Bien —dijo Ron, después de abrir los libros por las pá­ginas 5 y 6—. ¿Qué ves en la mía?
—Una masa marrón y empapada —respondió Harry. El humo fuertemente perfumado de la habitación lo ador­mecía y atontaba.

-No hay gran ojo interno, ¿eh, Harry?- se burló Dorcas.

—¡Ensanchad la mente, queridos, y que vuestros ojos vean más allá de lo terrenal! —exclamó la profesora Trelaw­ney sumida en la penumbra.
Harry intentó recobrarse:
—Bueno, hay una especie de cruz torcida... —dijo con­sultando Disipar las nieblas del futuro—. Eso significa que vas a pasar penalidades y sufrimientos... Lo siento... Pero hay algo que podría ser el sol. Espera, eso significa mucha fe­licidad... Así que vas a sufrir; pero vas a ser muy feliz...
—Si te interesa mi opinión, tendrían que revisarte el ojo interior —dijo Ron, y tuvieron que contener la risa cuando la profesora Trelawney los miró.

-Creo que eres miope del interno también, cariño- dijo la pelirroja divertida.

—Ahora me toca a mí... —Ron miró con detenimiento la taza de Harry, arrugando la frente a causa del esfuerzo. Hay una mancha en forma de sombrero hongo —dijo—. A lo me­jor vas a trabajar para el Ministerio de Magia... —Volvió la taza—. Pero por este lado parece más bien como una bello­ta... ¿Qué es eso? —Cotejó su ejemplar de Disipar las nieblas del futuro—. Oro inesperado, como caído del cielo. Estupen­do, me podrás prestar. Y aquí hay algo —volvió a girar la taza— que parece un animal. Sí, si esto es su cabeza... pare­ce un hipo..., no, una oveja...
Nadie contuvo su risa ante las predicciones de Ron.  Algunos reían a carcajadas y otros contenían la risa.
-Oye Ron- Hermione le quito el libro a James y releyó lo que Ron predijo- Harry si trabaja en el ministerio, si gano oro inesperado con lo torneo y tuvimos la clase con el hipogrifo poco después- el pelirrojo y el ojiverde abrieron la boca sorprendidos, al igual que el resto.
-¿Eso quiere decir que si funciona el ojos interior?
-Es eso o tienes una sorprendente suerte para las coincidencias- respondió Bill.

La profesora Trelawney dio media vuelta al oír la carca­jada de Harry.

-Disimular nunca ha sido de tus mejores cualidades.

—Déjame ver eso, querido —le dijo a Ron, en tono recri­minatorio, y le quitó la taza de Harry Todos se quedaron en silencio, expectantes. La profesora Trelawney miraba fijamente la taza de té, girándola en sentido contrario a las agujas del reloj.
—El halcón... querido, tienes un enemigo mortal.
—Eso lo sabe todo el mundo —dijo Hermione en un su­surro alto. La profesora Trelawney la miró fijamente—. Todo el mundo sabe lo de Harry y Quien Usted Sabe.

-tema ideal para una clase con niños de trece años- comento Charlie con sarcasmo.

Harry y Ron la miraron con una mezcla de asombro y admiración.

-¿A la loca?
-No, a Hermione.

Nunca la habían visto hablar así a un profe­sor. La profesora Trelawney prefirió no contestar. Volvió a bajar sus grandes ojos hacia la taza de Harry y continuó girándola.
—La porra... un ataque. Vaya, vaya... no es una taza muy alegre...
—Creí que era un sombrero hongo —reconoció Ron con vergüenza.
—La calavera... peligro en tu camino...
Toda la clase escuchaba con atención, sin moverse. La profesora Trelawney dio una última vuelta a la taza, se que­dó boquiabierta y gritó.
Oyeron romperse otra taza; Neville había vuelto a hacer añicos la suya. La profesora Trelawney se dejó caer en un si­llón vacío, con la mano en el corazón y los ojos cerrados.

Minerva puso los ojos en blanco, aquella mujer le parecía por demás exagerada.

—Mi querido chico... mi pobre niño... no... es mejor no decir... no... no me preguntes...
—¿Qué es, profesora? —dijo inmediatamente Dean Tho­mas. Todos se habían puesto de pie y rodearon la mesa de Ron, acercándose mucho al sillón de la profesora Trelawney para poder ver la taza de Harry.

-Oh genial, como si Harry no atrajera suficiente atención por si solo.

—Querido mío —abrió completamente sus grandes ojos—, tienes el Grim.

-¿El grinch?- pregunto Tonks con una mueca- ¿Por qué no te gusta la navidad, idiota?- recriminó al ojiverde.
-¡Nymphadora, no le digas idiota!
-¡Pero es un idiota, mira que para no gustarle la navidad!
-Pero si me gusta la navidad- se defendió Harry.
-¿Y porque tienes el Grinch, eh?
-¡Porque no era el grinch!
-¿Qué demonios es el grinch? ¿y porque una niña de siete años te llama idiota?- preguntó Ginny.
-Es un cuento muggle- explicó Andromeda con un suspiro, tendría que hablar con Ted sobre los cuentos y el fanatismo de la niña.

—¿El qué? —preguntó Harry.
Estaba claro que había otros que tampoco comprendían; Dean Thomas lo miró encogiéndose de hombros, y Lavender Brown estaba anonadada, pero casi todos se llevaron la mano a la boca, horrorizados.

-Estupida-murmuró Hermione.

—¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Harry no hubiera comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi querido chico, se trata de un augurio, el peor de los augurios... el augurio de la muerte.

-No creo que sea el Grim lo que la profesora vio- comentó enigmáticamente Remus, dándole una mirada a Sirius.

El estómago le dio un vuelco a Harry. Aquel perro de la cubierta del libro Augurios de muerte, en Flourish y Blotts, el perro entre las sombras de la calle Magnolia... Ahora tam­bién Lavender Brown se llevó las manos a la boca. Todos miraron a Harry; todos excepto Hermione, que se había le­vantado y se había acercado al respaldo del sillón de la pro­fesora Trelawney.
—No creo que se parezca a un Grim —dijo Hermione ro­tundamente.

-Ese momento en que Hermione Granger contradice a un profesor- comentó Sirius con una sonrisa- eres irritante a veces cariño, pero me agradas cuando quieres.
-Gracias Sirius, aprecio tu cariño- ironizó.

La profesora Trelawney examinó a Hermione con cre­ciente desagrado.
—Perdona que te lo diga, querida, pero percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias del futuro.
Seamus Finnigan movía la cabeza de un lado a otro.
—Parece un Grim si miras así —decía con los ojos casi cerrados—, pero así parece un burro —añadió inclinándose a la izquierda.

-Es imposible saberlo, adivinación es demasiado inexacto y si se me permite, creo que es pura habladuría- cortó Minerva, sorprendiendo a varios por desestimar de esa manera una materia.

—¡Cuando hayáis terminado de decidir si voy a morir o no...! —dijo Harry, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Na­die quería mirarlo.

-Es impresionante como haces que todos estén pendientes de ti y te ignoren al mismo tiempo.

—Creo que hemos concluido por hoy —dijo la profesora Trelawney con su voz más leve—. Sí... por favor; recoged vuestras cosas...
Silenciosamente, los alumnos entregaron las tazas de té a la profesora Trelawney, recogieron los libros y cerraron las mochilas. Incluso Ron evitó los ojos de Harry.
—Hasta que nos veamos de nuevo —dijo débilmente la profesora Trelawney—, que la buena suerte os acompañe. Ah, querido... —señaló a Neville—, llegarás tarde a la próxi­ma clase, así que tendrás que trabajar un poco más para re­cuperar el tiempo perdido.

-No tiene mucha gracia pronosticar algo que todos sabemos iba a pasar- dijo Neville, encogiéndose de hombros.

Harry, Ron y Hermione bajaron en silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego se dirigieron a la clase de Transformaciones de la profesora McGonagall. Tardaron tanto en encontrar el aula que, aun­que habían salido de la clase de Adivinación antes de la hora, llegaron con el tiempo justo.
Harry eligió un asiento que estaba al final del aula, sin­tiéndose el centro de atención: el resto de la clase no dejaba de dirigirle miradas furtivas, como si estuviera a punto de caerse muerto.

Lily frunció el seño, aquella maestra loca le estaba haciendo pasar un mal rato a su niño.

Apenas oía lo que la profesora McGonagall les decía sobre los animagos (brujos que pueden transfor­marse a voluntad en animales),

Los merodeadores sonrieron sin poder evitarlo.

 y no prestaba la menor aten­ción cuando ella se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos.
—¿Qué os pasa hoy? —preguntó la profesora McGona­gall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la pri­mera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.

-El ego de Minnie a quedado herido, pobre Minnie- canturreo Canuto.

Todos se volvieron hacia Harry, pero nadie dijo nada. Hermione levantó la mano.
—Por favor; profesora. Acabamos de salir de nuestra pri­mera clase de Adivinación y... hemos estado leyendo las ho­jas de té y..
—¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frun­ciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Decidme, ¿quién de vosotros morirá este año?
Todos la miraron fijamente.

-Esto se pondrá bueno- James se frotó las manos, Minerva era de los mas severos profesores, pero cuando quería era muy sarcástica y graciosa.

—Yo —respondió por fin Harry
—Ya veo —dijo la profesora McGonagall, clavando en Harry sus ojos brillantes y redondos como canicas—. Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía.

-Un verdadero alivio- susurró Molly.

Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promo­ción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas... —La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No os ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos vi­dentes son muy escasos, y la profesora Trelawney...

-Tengo un pequeño presentimiento de que no le agrada mucho la loca- comento con ironía Marlenne.

Volvió a detenerse y añadió en tono práctico—: Me parece que tie­nes una salud estupenda, Potter; así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos.

Todos rompieron en carcajadas, incluso Dumbledore no pudo evitar soltar una risita.


Hermione se echó a reír. Harry se sintió un poco mejor. Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té. 
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-La adivinación es una tontería, no digo que no sea cierto que se puede adivinar el futuro- aclaró Hermione, pensando en la profecía- ¿pero algo tan inexacto como hojas es de té? Donde tu viste un perro, Ron puede ver un caballo y un yo un elefante, da igual porque solo son formas.

Sin embargo, no todo el mundo estaba convencido. Ron seguía preocupado y Lavender su­surró:
—Pero ¿y la taza de Neville?

Hermione puso los ojos en blanco.

Cuando terminó la clase de Transformaciones, se unie­ron a la multitud que se dirigía bulliciosamente al Gran Co­medor; para el almuerzo.
—Animo, Ron —dijo Hermione, empujando hacia él una bandeja de estofado—. Ya has oído a la profesora McGo­nagall.
Ron se sirvió estofado con una cuchara y cogió su tene­dor; pero no empezó a comer.

-¿Ron no come? Vaya que se quedo afectado el niño- murmuró Sirius.

—Harry —dijo en voz baja y grave—, tú no has visto en ningún sitio un perro negro y grande, ¿verdad?
—Sí, lo he visto —dijo Harry—. Lo vi la noche que aban­doné la casa de los Dursley.

James no pudo evitar soltar una risita, junto con Canuto. Negando con la cabeza divertido.

Ron dejó caer el tenedor; que hizo mucho ruido.
—Probablemente, un perro callejero —dijo Hermione muy tranquila.
Ron miró a Hermione como si se hubiera vuelto loca.
—Hermione, si Harry ha visto un Grim, eso es... eso es terrible —aseguró—. Mi tío Bilius vio uno y.. ¡murió veinti­cuatro horas más tarde!

-Pobre Bilius, era genial en las fiestas- se lamentó Bill.

—Casualidad —arguyó Hermione sin darle importan­cia, sirviéndose zumo de calabaza.
—¡No sabes lo que dices! —dijo Ron empezando a enfa­darse—. Los Grims ponen los pelos de punta a la mayoría de los brujos.
—Ahí tienes la prueba —dijo Hermione en tono de supe­rioridad—. Ven al Grim y se mueren de miedo. El Grim no es un augurio, ¡es la causa de la muerte! Y Harry todavía está con nosotros porque no es lo bastante tonto para ver uno y pensar: «¡Me marcho al otro barrio!»

Algunos rieron sin  poder evitarlo mientras que otros, los mas supersticiosos, aun tenían una mueca de preocupación.

Ron movió los labios sin pronunciar nada, para que Her­mione comprendiera sin que Harry se enterase. Hermione abrió la mochila, sacó su libro de Aritmancia y lo apoyó abierto en la jarra de zumo.
—Creo que la adivinación es algo muy impreciso —dijo buscando una página—; si quieres saber mi opinión, creo que hay que hacer muchas conjeturas.
—No había nada de impreciso en el Grim que se dibujó en la taza —dijo Ron acalorado.

-¿Querías que se muera o qué?- protestó Ginny- Querías dejarme viuda desde antes de que este idiota se fijara que existo.
-¿Qué tiene que ver eso…?- preguntó Ron confundido.
-Está embarazada, déjala, lo siento- Harry la abrazó y le beso el hombro. Dos cosas que hacer para llevarte bien con tu mujer embarazada, dale la razón y pide perdón todo el tiempo y si puedes halagarla y decirle que esta delgada, mejor.  Eso o dejar que te arroje con algo, pero la primera opción era menos dolorosa.

—No estabas tan seguro de eso cuando le decías a Harry que se trataba de una oveja —repuso Hermione con sere­nidad.
—¡La profesora Trelawney dijo que no tenías un aura adecuada para la adivinación! Lo que pasa es que no te gus­ta no ser la primera de la clase.

-Eres un idiota Ronald- bufó Hermione.
-¿Y ahora a ti que te pasa?- pero la castaña habría cruzado sus brazos y Ginny alzó una ceja. El humor de Hermione era cada vez más cambiante y había notado que su amiga se mareaba al levantarse en un par de ocasiones…

Acababa de poner el dedo en la llaga. Hermione golpeó la mesa con el libro con tanta fuerza que salpicó carne y za­nahoria por todos lados.
—Si ser buena en Adivinación significa que tengo que hacer como que veo augurios de muerte en los posos del té, no estoy segura de que vaya a seguir estudiando mucho tiem­po esa asignatura. Esa clase fue una porquería comparada con la de Aritmancia.

El profesor de adivinación hizo una exclamación de indignación.

Cogió la mochila y se fue sin despedirse. Ron la siguió con la vista, frunciendo el entrecejo.
—Pero ¿de qué habla? ¡Todavía no ha asistido a ninguna clase de Aritmancia!

-Hermione, ¿soy yo o estas haciendo algo raro con las clases?- interrogó Marlenne.
-Todo esta en el libro.

 A Harry le encantó salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.

Hagrid se removió en su asiento ancioso.

Ron y Hermione no se dirigían la palabra. Harry cami­naba a su lado, en silencio, mientras descendían por el cés­ped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohi­bido.

-Pasas mucho tiempo en silencio, para ser que tu padre es la persona mas habladora que conozco- comentó Lily.
-¡ey!- James la miró ofendido.
-Nunca dije que fuera algo malo, eres entretenido.
-Genial, salvo que es un adjetivo bueno para decirle a un perro no a tu novio… sin ofender a los presentes- aclaró mirando a ambos Sirius que se encogieron de hombros de igual manera.

Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo ani­madamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas. Harry creía saber de qué hablaban.

Astoria puso los ojos en blanco. Sabía que durante la lectura volvería a ver ante sus ojos al Draco cruel y mezquino que recordaba de sus primeros años en Hogwarts.

Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la ca­baña. Estaba impaciente por empezar; cubierto con su abri­go de ratina, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies.
—¡Vamos, daos prisa! —gritó a medida que se aproxi­maban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para voso­tros! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, se­guidme!
Durante un desagradable instante, Harry temió que Hagrid los condujera al bosque; Harry había vivido en aquel lugar experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los ár­boles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada.

Molly, Lily y el resto de personas prudentes de la sala miraron con nerviosismo al libro. No es que dudaran de que Hagrid no fuese seguro para los niños, dudaban de la capacidad de Hagrid para elegir a las criaturas que eran seguras.

—¡Acercaos todos a la cerca! —gritó—. Aseguraos de que tenéis buena visión. Lo primero que tenéis que hacer es abrir los libros...
—¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.
—¿Qué? —dijo Hagrid.
—¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda.

-Bueno al menos no has sido maleducado- felicitó Astoria de manera poco convincente.
-Es demasiado rápido para que me halagues, Tory.

Otros lo imitaron. Unos, como Harry, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían suje­tado con pinzas.
—¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Ha­grid decepcionado.
La clase entera negó con la cabeza.
—Tenéis que acariciarlo —dijo Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo—. Mirad...
Cogió el ejemplar de Hermione y desprendió el celo má­gico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estre­meció, se abrió y quedó tranquilo en su mano.

-¿Un libro que se acaricia para que no te muerda?- repitió Minerva con escepticismo.

—¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Malfoy despec­tivamente—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?
—Yo... yo pensé que os haría gracia —le dijo Hagrid a Hermione, dubitativo.
—¡Ah, qué gracia nos hace...! —dijo Malfoy—. ¡Real­mente ingenioso, hacernos comprar libros que quieren co­mernos las manos!
—Cierra la boca, Malfoy —le dijo Harry en voz baja.

-¿Es que tienen que buscar todas las situaciones para discutir? ¡Son iguales a tu padre y Sev…Snape!- regañó Lily.
-¡Pero fue su culpa!-Harry parecía más niño pequeño que padre de familia.
-No importa de quien es la culpa, porque tu también estabas esperando que él haga algo estúpido para meterte con él. Niégamelo.
Harry murmuró algo, pero no contesto.

Ha­grid se había quedado algo triste y Harry quería que su pri­mera clase fuera un éxito.
—Bien, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que... ya tenéis los libros y... y... ahora os hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Espe­rad un momento...
Se alejó de ellos, penetró en el bosque y se perdió de vista.
—Dios mío, este lugar está en decadencia —dijo Malfoy en voz alta—. Estas clases idiotas... A mi padre le dará un patatús cuando se lo cuente.
—Cierra la boca, Malfoy —repitió Harry.

El semi gigante no pudo evitar mirar con una sonrisa agradecida al ojiverde. Solo Dumbledore lo había defendido tan fervientemente como ese muchachito.

—Cuidado, Potter; hay un dementor detrás de ti.
—¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown, señalando hacia la otra parte del prado.
Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, las más extrañas que Harry había visto en su vida. Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gi­gante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y parecían armas mortales. Cada bes­tia llevaba un collar de cuero grueso alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corrien­do por el prado, detrás de las criaturas.

-¿Hipogrifos?- preguntó Charlie emocionado. -¡eres el malditamente mejor profesor de la historia!
-¿No es algo peligroso?- cuestionó Molly.
-Son criaturas muy tiernas y fieles, si no eres un idiota nunca te harían daño- defendió Sirius.
-Tienen trece años, siempre habrá un idiota-comentó Lunático, mirando al Malfoy menor de reojo.

—¡Id para allá! —les gritaba, sacudiendo las cadenas y forzando a las bestias a ir hacia la cerca, donde estaban los alumnos. Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Ha­grid llegó donde estaban ellos y ató los animales a la cerca.
—¡Hipogrifos! —gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal con la mano—. ¿A que son hermosos?
  Harry pudo comprender que Hagrid los llamara hermosos. En cuanto uno se recuperaba del susto que producía ver algo que era mitad pájaro y mitad caballo, podía empezar a apre­ciar el brillo externo del animal, que cambiaba paulatina­mente de la pluma al pelo. Todos tenían colores diferentes: gris fuerte, bronce, ruano rosáceo, castaño brillante y negro tinta.

Harry sonrió anchamente al pensar en Buckbeak, era sin duda una criatura hermosa. Sirius tenía la misma expresión. Le debían mucho al hipogrifo.

—Venga —dijo Hagrid frotándose las manos y sonrién­doles—, si queréis acercaros un poco...
Nadie parecía querer acercarse. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, se aproximaron con cautela a la cerca.
—Lo primero que tenéis que saber de los hipogrifos es que son orgullosos —dijo Hagrid—. Se molestan con mucha facilidad. Nunca ofendáis a ninguno, porque podría ser lo úl­timo que hicierais.

-No era lo mejor que podías decir, la verdad- corrigió Dorcas.

Malfoy, Crabbe y Goyle no escuchaban; hablaban en voz baja y Harry tuvo la desagradable sensación de que estaban tramando la mejor manera de incordiar.
—Tenéis que esperar siempre a que el hipogrifo haga el primer movimiento —continuó Hagrid—. Es educado, ¿os dais cuenta? Vais hacia él, os inclináis y esperáis. Si él res­ponde con una inclinación, querrá decir que os permite to­carlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que os ale­jéis de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras. Bien, ¿quién quiere ser el primero?

Los profesores estaban algo nerviosos por como resultaría aquel experimento, salvo Dumbledore que confiaba en la capacidad de Harry.
Lo mismo pasaba con los alumnos que se debatían entre la curiosidad por aquella criatura o el miedo por enfrentarse con algo salvaje.
Como respuesta, la mayoría de la clase se alejó aún más. Incluso Harry, Ron y Hermione recelaban. Los hipogrifos sa­cudían sus feroces cabezas y desplegaban sus poderosas alas; parecía que no les gustaba estar atados.
—¿Nadie? —preguntó Hagrid con voz suplicante.
—Yo —se ofreció Harry.

-¿Por qué no me sorprende?- James no podía evitar estar orgulloso de su cachorro, siempre tan fiel y valiente.

Detrás de él se oyó un jadeo, y Lavender y Parvati susu­rraron:
—¡No, Harry, acuérdate de las hojas de té!
Harry no hizo caso y saltó la cerca.
—¡Buen chico, Harry! —gritó Hagrid—. Veamos cómo te llevas con Buckbeak.

Sirius sonrió, cosa que tranquilizó a Lily.

Soltó la cadena, separó al hipogrifo gris de sus compañe­ros y le desprendió el collar de cuero. Los alumnos, al otro lado de la cerca, contenían la respiración. Malfoy entornaba los ojos con malicia.
—Tranquilo ahora, Harry —dijo Hagrid en voz baja—. Primero mírale a los ojos. Procura no parpadear. Los hipo­grifos no confían en ti si parpadeas demasiado...
A Harry empezaron a irritársele los ojos, pero no los ce­rró. Buckbeak había vuelto la cabeza grande y afilada, y mi­raba a Harry fijamente con un ojo terrible de color naranja.

Todos alternaban la mirada del libro a Harry, pero la tranquilidad del ojiverde pareció aliviar su preocupación.

—Eso es —dijo Hagrid—. Eso es, Harry. Ahora inclina la cabeza...
A Harry no le hacía gracia presentarle la nuca a Buck­beak, pero hizo lo que Hagrid le decía. Se inclinó brevemente y levantó la mirada. El hipogrifo seguía mirándolo fijamente y con altivez. No se movió.
—Ah —dijo Hagrid, preocupado—. Bien, vete hacia atrás, tranquilo, despacio...
Pero entonces, ante la sorpresa de Harry, el hipogrifo do­bló las arrugadas rodillas delanteras y se inclinó profunda­mente.

Los amantes de las criaturas, como Charlie, escuchaban maravillados.

—¡Bien hecho, Harry! —dijo Hagrid, eufórico—. ¡Bien, puedes tocarlo! Dale unas palmadas en el pico, vamos.
Pensando que habría preferido como premio poder irse, Harry se acercó al hipogrifo lentamente y alargó el brazo. Le dio unas palmadas en el pico y el hipogrifo cerró los ojos para dar a entender que le gustaba.

Harry dejo escapar una sonrisa, que compartió con su padrino.

La clase rompió en aplausos. Todos excepto Malfoy, Crabbe y Goyle, que parecían muy decepcionados.

-¿A poco querías que lo matara?- murmuró Astoria desconcertada, Draco se encogió de hombros. La chica suspiró.

—Bien, Harry —dijo Hagrid—. ¡Creo que el hipogrifo dejaría que lo montaras!
Aquello era más de lo que Harry había esperado. Estaba acostumbrado a la escoba; pero no estaba seguro de que un hipogrifo se le pareciera.
—Súbete ahí, detrás del nacimiento del ala —dijo Ha­grid—. Y procura no arrancarle ninguna pluma, porque no le gustaría...

-¿Sabes Hagrid? Te recomendaría que tus instrucciones no sonaran como advertencias de “si no lo haces así morirás”- comentó Marlenne, con una sonrisa de lado.

Harry puso el pie sobre el ala de Buckbeak y se subió en el lomo. Buckbeak se levantó. Harry no sabía dónde debía agarrarse: delante de él todo estaba cubierto de plumas.
—¡Vamos! —gritó Hagrid, dándole una palmada al hipo­grifo en los cuartos traseros.
A cada lado de Harry, sin previo aviso, se abrieron unas alas de más de tres metros de longitud.


-¿Realmente volaras sobre el hipogrifo?- murmuró Charlie asombrado.
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Apenas le dio tiempo a agarrarse del cuello del hipogrifo antes de remontar el vuelo. No tenía ningún parecido con una escoba y Harry tuvo muy claro cuál prefería. Muy incómodamente para él, las alas del hipogrifo batían debajo de sus piernas.

-Increíble- James sonrió.
-Podría pasarle algo- murmuró Lily.
-¿Qué va a pasarle? Buckbeak no le haría daño al cachorro- defendió Sirius, tranquilamente.

Sus dedos resbalaban en las brillantes plumas y no se atrevía a asirse con más fuerza. En vez del movimiento suave de su Nimbus 2.000, sentía el zarandeo hacia atrás y hacia delante, porque los cuartos traseros del hipogrifo se movían con las alas.

-Es maravilloso-  suspiró Sirius. Volar en Buckbeak había sido la primer sensación de real libertad después de Azkaban.

Buckbeak sobrevoló el prado y descendió. Era lo que Harry había temido. Se echó hacia atrás conforme el hipo­grifo se inclinaba hacia abajo. Le dio la impresión de que iba a resbalar por el pico. Luego sintió un fuerte golpe al aterri­zar el animal con sus cuatro patas revueltas, y se las arregló para sujetarse y volver a incorporarse.

Molly y Lily no pudieron contener un suspiro de alivio, al saber que Harry estaba en tierra firme.

—¡Muy bien, Harry! —gritó Hagrid, mientras lo vitorea­ban todos menos Malfoy, Crabbe y Goyle—. ¡Bueno!, ¿quién más quiere probar?
Envalentonados por el éxito de Harry, los demás salta­ron al prado con cautela. Hagrid desató uno por uno los hipo­grifos y, al cabo de poco rato, los alumnos hacían timoratas reverencias por todo el prado.

Hagrid sonrió emocionado por el éxito de su clase.

 Neville retrocedió corriendo en varias ocasiones porque su hipogrifo no parecía querer doblar las rodillas. Ron y Hermione practicaban con el de color castaño, mientras Harry observaba.

-¿No te apetecía subirte a otro, eh?- Harry negó con la cabeza divertido.

Malfoy, Crabbe y Goyle habían escogido a Buckbeak. Había inclinado la cabeza ante Malfoy, que le daba palmadi­tas en el pico con expresión desdeñosa.
—Esto es muy fácil —dijo Malfoy, arrastrando las síla­bas y con voz lo bastante alta para que Harry lo oyera—. Te­nía que ser fácil, si Potter fue capaz... ¿A que no eres peligro­so? —le dijo al hipogrifo—. ¿Lo eres, bestia asquerosa?

-¿Cómo se puede ser tan idiota?- cuestionó Marlene.
-Tiene a quien salir- dijo por lo bajo, con una mala mirada a la mesa de Slytherin, Andromeda.

Sucedió en un destello de garras de acero. Malfoy emitió un grito agudísimo y un instante después Hagrid se esforza­ba por volver a ponerle el collar a Buckbeak, que quería al­canzar a un Malfoy que yacía encogido en la hierba y con sangre en la ropa.
—¡Me muero! —gritó Malfoy, mientras cundía el páni­co—. ¡Me muero, mirad! ¡Me ha matado!

-Oh Merlín- Narcissa miró a su hijo preocupada. Mientras Lucius apretaba la mandibula, un maldito bicho no iba a atacar a un Malfoy y salirse con la suya.
-Exagerado- bufó Seamus.

—No te estás muriendo —le dijo Hagrid, que se había puesto muy pálido—. Que alguien me ayude, tengo que sa­carlo de aquí...
Hermione se apresuró a abrir la puerta de la cerca mientras Hagrid levantaba con facilidad a Malfoy. Mientras desfilaban, Harry vio que en el brazo de Malfoy había una herida larga y profunda; la sangre salpicaba la hierba y Ha­grid corría con él por la pendiente, hacia el castillo.

Draco puso los ojos en blanco ante la preocupación de su madre.

Los demás alumnos los seguían temblorosos y más des­pacio. Todos los de Slytherin echaban la culpa a Hagrid.
—¡Deberían despedirlo inmediatamente! —exclamó Pan­sy Parkinson, con lágrimas en los ojos.

-Estupida zorra- bufó Astoria. Draco alzó una ceja divertido ante los celos de la ojiverde.

—¡La culpa fue de Malfoy! —lo defendió Dean Thomas.
Crabbe y Goyle flexionaron los músculos amenazadoramente.

-¿Es que no saben hacer otra cosa? Matones sin cerebro.

Subieron los escalones de piedra hasta el desierto vestí­bulo.
—¡Voy a ver si se encuentra bien! —dijo Pansy.

Astoria no disimuló su gruñido.

Y la vieron subir corriendo por la escalera de mármol. Los de Slytherin se alejaron hacia su sala común subterrá­nea, sin dejar de murmurar contra Hagrid; Harry, Ron y Hermione continuaron subiendo escaleras hasta la torre de Gryffindor.
—¿Creéis que se pondrá bien? —dijo Hermione asustada.

-¿Qué te importa?- preguntó Ron frunciendo el ceño.
-Me importaba que Lucius Malfoy no haga despedir a Hagrid.

—Por supuesto que sí. La señora Pomfrey puede curar heridas en menos de un segundo —dijo Harry, que había su­frido heridas mucho peores y la enfermera se las había cura­do con magia.
—Es lamentable que esto haya pasado en la primera clase de Hagrid, ¿no os parece? —comentó Ron preocupa­do—. Es muy típico de Malfoy eso de complicar las cosas...
Fueron de los primeros en llegar al Gran Comedor para la cena. Esperaban encontrar allí a Hagrid, pero no estaba.

La gran mayoría, especialmente los Gryffindor, estaban preocupados por el futuro del semi gigante.

—No lo habrán despedido, ¿verdad? —preguntó Her­mione con preocupación, sin probar su pastel de filete y ri­ñones.
—Más vale que no —le respondió Ron, que tampoco pro­baba bocado.

-Vaya que estabas preocupado- murmuró Fred, sin demasiada diversión.

Harry observaba la mesa de Slytherin. Un grupo prieto y numeroso, en el que figuraban Crabbe y Goyle, estaba su­mido en una conversación secreta. Harry estaba seguro de que preparaban su propia versión del percance sufrido por Malfoy.

-Idiotas sangre pura- maldijo Canuto por lo bajo.

—Bueno, no puedes decir que el primer día de clase no haya sido interesante—dijo Ron con tristeza.
Tras la cena subieron a la sala común de Gryffindor, que estaba llena de gente, y trataron de hacer los deberes que les había mandado la profesora McGonagall, pero se interrum­pían cada tanto para mirar por la ventana de la torre.
—Hay luz en la ventana de Hagrid —dijo Harry de re­pente.

-No debían hacer eso- reprendió Molly preocupada.
-Es cierto- secundó Remus-¡Hay dementores ahí afuera y un supuesto asesino serial suelto!
-Aunque yo no les haré daño, los dementores son un problema grave- agregó Sirius.

Ron miró el reloj.
—Si nos diéramos prisa, podríamos bajar a verlo. Toda­vía es temprano...
—No sé —respondió Hermione despacio, y Harry vio que lo miraba a él.
—Tengo permiso para pasear por los terrenos del cole­gio —aclaró—. Sirius Black no habrá podido burlar a los de­mentores, ¿verdad?

Ambos Sirius miraron, intentando no parecer heridos, a su ahijado.

Recogieron sus cosas y salieron por el agujero del cua­dro, contentos de no encontrar a nadie en el camino hacia la puerta principal, porque no estaban muy seguros de que pu­dieran salir.
La hierba estaba todavía húmeda y parecía casi negra en aquellos momentos en que el sol se ponía. Al llegar a la caba­ña de Hagrid llamaron a la puerta y una voz les contestó:
—Adelante, entrad.

-Bueno, al menos sigue ahí- el optimismo de Gideon no sonaba nada convincente.

Hagrid estaba sentado en mangas de camisa, ante la mesa de madera limpia; Fang, su perro jabalinero, tenía la ca­beza en el regazo de Hagrid. Les bastó echar un vistazo para darse cuenta de que Hagrid había estado bebiendo. Delante de él tenía una jarra de peltre casi tan grande como un calde­ro y parecía que le costaba trabajo enfocar bien las cosas.

Varias mujeres miraron desaprobativamente a Hagrid.

—Supongo que es un récord —dijo apesadumbrado al reconocerlos—. Me imagino que soy el primer profesor que ha durado sólo un día.
—¡No te habrán despedido, Hagrid! —exclamó Her­mione.
—Todavía no —respondió Hagrid con tristeza, tomando un trago largo del contenido de la jarra—. Pero es sólo cues­tión de tiempo, ¿verdad? Después de lo de Malfoy...
—¿Cómo se encuentra Malfoy? —preguntó Ron cuando se sentaron—. No habrá sido nada serio, supongo.

-Fue solo un razguño- cortó exasperado Neville.

—La señora Pomfrey lo ha curado lo mejor que ha podi­do —dijo Hagrid con abatimiento—, pero él sigue diciendo que le hace un daño terrible. Está cubierto de vendas... Gime...
—Todo es cuento —dijo Harry—. La señora Pomfrey es capaz de curar cualquier cosa. El año pasado hizo que me volviera a crecer la mitad del esqueleto. Es propio de Malfoy sacar todo el provecho posible.

Varios miraron feo a Malfoy, pero él solo los ignoraba, después de todo ¿Qué podría decir para justificar sus acciones? 

—El Consejo Escolar está informado, por supuesto —dijo Hagrid—. Piensan que empecé muy fuerte. Debería haber dejado los hipogrifos para más tarde... Tenía que haber em­pezado con los gusarajos o con los summat... Creía que sería un buen comienzo... Ha sido culpa mía...

-No lo fue, llevaste la clase con total responsabilidad y diste instrucciones precisas- defendió Lily- no hay ninguna criatura mágina que no pueda causar caos si ignoras todas las instrucciones ¿o se olvidan de los duendecillos de Lockhart? Hicieron un desastre por un incompetente, ahora tienes un desastre por un irresponsable.

—¡Toda la culpa es de Malfoy, Hagrid! —dijo Hermione con seriedad.
—Somos testigos —dijo Harry—. Dijiste que los hipogri­fos atacan al que los ofende. Si Malfoy no prestó atención, el problema es suyo. Le diremos a Dumbledore lo que de ver­dad sucedió.
—Sí, Hagrid, no te preocupes te apoyaremos  —confirmó Ron.
De los arrugados rabillos de los ojos de Hagrid, negros como cucarachas, se escaparon unas lagrimas. Atrajo a Ron y a Harry hacia sí y los estrechó en un abrazo tan fuerte que pudo haberles roto algún hueso.

Hagrid miró con agradecimiento al trío y a Lily.

—Creo que ya has bebido bastante, Hagrid —dijo Her­mione con firmeza. Cogió la jarra de la mesa y salió a va­ciarla.
—Sí, puede que tengas razón —dijo Hagrid, soltando a Harry y a Ron, que se separaron de él frotándose las costi­llas. Hagrid se levantó de la silla y siguió a Hermione al ex­terior; con paso inseguro.
Oyeron una ruidosa salpicadura.
—¿Qué ha hecho? —dijo Harry, asustado, cuando Her­mione volvió a entrar con la jarra vacía.
—Meter la cabeza en el barril de agua —dijo Hermione, guardando la jarra.

-Efectivo- comentó Sirius- un poco de agua fría es efectiva cuando no estás borracho del todo.

Hagrid regresó con la barba y los largos pelos chorrean­do, y secándose los ojos.
—Mejor así —dijo, sacudiendo la cabeza como un perro y salpicándolos a todos—. Habéis sido muy amables por ve­nir a verme. Yo, la verdad...
Hagrid se paró en seco mirando a Harry; como si acaba­ra de darse cuenta de que estaba allí:
—¿QUÉ CREES QUE HACES AQUÍ? —bramó, y tan de re­pente que dieron un salto en el aire—. ¡NO PUEDES SALIR DESPUÉS DE ANOCHECIDO, HARRY! ¡Y VOSOTROS DOS LO DEJÁIS!

-Se le bajó el alcohol- suspiró George.
-Hasta que se da cuenta de la situación- Minerva negó con la cabeza.

Hagrid se acercó a Harry con paso firme, lo cogió del brazo y lo llevó hasta la puerta.
—¡Vamos! —dijo Hagrid enfadado—. Os voy a acompa­ñar a los tres al colegio. ¡Y que no os vuelva a pillar viniendo a verme a estas horas! ¡No valgo la pena!

-¿Tanto daño creen que puedo hacerle?- Murmuró Sirius con tristeza.
-No es solo por ti, Canuto- intentó tranquilizar James-recuerda los dementores.
-Si claro…- la ironía estaba cargada de resignación.

-¿Por qué no seguimos leyendo?- cortó Alice para detener la incomodidad que comenzaba a formarse. 

17 comentarios:

  1. No puedo esperar!, hermoso lo que haces ;)

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  2. Me encanta tu fic. Esperando con ganas la actualización.
    :-)

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  3. me encanta este libro pero me gusta mas tu versión

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  4. Hola es el.mejor fanfic que he leído espero con ansias tu actualización ...

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  5. Siguela me gutaa mucho el mejor fanfic que he leido actualizala porfis!!! *0* ^^

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  6. Me encanto simplemente me cautiva como se va desarrollando la historia cada vez mas, amo que no abandones la historia esperaré aquí a tu próxima actualización.
    Gracias por darnos a conocer tus dotes de escritora.
    Besos hasta la próxima.

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  7. Me encanto lo del grich creo que al alguien le leen muchos cuentos muggles. Leí en facebook de que estas escribiendo una novela propia espero pronto tener el gusto de leerla y que tengas mucha suerte como escritora porque no puedo dejar de leer tus historias la que mas leo es la de 19 años espero que pronto puedas actualizarla
    Besos :)

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  8. Por Merlín! Odio que mi celular no me deje comentar casi nunca pero amo tu novela y me encanta como te adentras a la historia y sigues escribiendo, estoy ansiosa por tu proxima actualización, eres la mejor. Besos :)

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  9. actualiza ya pliiiiiiisss

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  10. Continua con esto no puedo esperar para saber cómo harás con los próximos capítulos

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  11. actusliza pronto porfa tengo ganas de saber la reaccion de james al conocer el patronus de harry

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  12. Excelente!!!!
    nunca nos defraudas, gracias mero, espero el otro capitulo

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  13. Me fascina tu historia pero por favooor pon algo mas nose siempre son libro libro y mas libro nose puedes pober un descanso que hablen entre ellos en las comidas nose algo porque se esta haciendo algo monotono si es entretenido pero no lo suficiente podrias nose hacerlo de noche que cenen y vayan a la sala comun y que Harry y en un futuro Neville (cuando se sepa que paso con los padres) le pregunten cosas porque dudo que teniendo alli a los padres a los cuales no conoce no quiera saber algo mas de ellos

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