lunes, 24 de noviembre de 2014

Harry Potter y el prisionero de Azkaban- cap 5

Aclaración: Bueno todos los personajes y los libros que leen pertenecen a Jo Rowling, yo solo lo traspaso a un blog para que puedan leerlo de una manera diferente con las intervenciones de ciertos personajes pertenecientes a ella.
Espero disfruten, recuerden que voy subiendo las partes del capítulo en la misma entrada.

Harry Potter y el Prisionero de Azkaban


Capitulo V: "El Dementor"


-¡Hoy tenemos un nuevo visitante!- Sirius se removió en el asiento, ya sabía quien vendría hoy. La puerta se abrió y dio paso a un hombre castaño con ojos mieles y profundas cicatrices.
-Oh por… - murmuró Lunatico con la boca abierta.
-Creo que todos han notado quien soy, Remus Lupin.
James alterno su mirada entre ambos Sirius y ambos Remus: -Mi cerebro se está haciendo puré.
Nymphadora miró confundida al Remus adulto que le devolvió la mirada algo sorprendido. Remus sin duda era un joven atractivo, pero el adulto se veía extremadamente triste.
-Comprendo que esto es algo confuso- Remus se sentó junto a Sirius- pero es momento de continuar la lectura.
Remus tomó el libro y leyó: -El dementor.
Sirius se estremeció al recordar vívidamente a esas horrendas criaturas.

A la mañana siguiente, Tom despertó a Harry, sonriendo como de costumbre con su boca desdentada y llevándole una taza de té. Harry se vistió, y trataba de convencer a Hedwig de que volviera a la jaula cuando Ron abrió de golpe la puer­ta y entró enfadado, poniéndose la camisa.

-Siempre tan sexy, Ronnie- se burló Fred.

—Cuanto antes subamos al tren, mejor —dijo—. Por lo menos en Hogwarts puedo alejarme de Percy. Ahora me acu­sa de haber manchado de té su foto de Penelope Clearwater. —Ron hizo una mueca—. Ya sabes, su novia. Ha ocultado la cara bajo el marco porque su nariz ha quedado manchada...

Nadie pudo evitar reir, mientras Percy esbozaba su mejor mueca de indignación.

—Tengo algo que contarte —comenzó Harry, pero lo in­terrumpieron Fred y George, que se asomaron a la habita­ción para felicitar a Ron por haber vuelto a enfadar a Percy.

Molly miró desaprovatimente a los gemelos.

Bajaron a desayunar y encontraron al señor Weasley, que leía la primera página de El Profeta con el entrecejo frun­cido, y a la señora Weasley, que hablaba a Ginny y a Hermio­ne de un filtro amoroso que había hecho de joven. Las tres se reían con risa floja.

Arthur miró interrogante a Molly, igual que sus seis hijos varones. Pero ella esquivó la mirada abochornada.

—¿Qué me ibas a contar? —preguntó Ron a Harry cuan­do se sentaron.
—Más tarde —murmuró Harry, al mismo tiempo que Percy irrumpía en el comedor.

-Oh maldita sea, ¿alguien mas que quiera interrumpir?- cortó Canuto con molestia.

 Con el ajetreo de la partida, Harry tampoco tuvo tiem­po de hablar con Ron. Todos estaban muy ocupados bajando los baúles por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilándolos en la puerta, con Hedwig y Hermes, la lechuza de Percy, encaramadas en sus jaulas. Al lado de los baúles había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosa­mente.

Ron frunció el ceño.

—Vale, Crookshanks —susurró Hermione a través del mimbre—, te dejaré salir en el tren.
—No lo harás —dijo Ron terminantemente—. ¿Y la po­bre Scabbers?
Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que Scabbers estaba allí acurrucada.

-¿Todo el año será así?- bufó Gideon aburrido por la misma discusión.
-Claro que no- se defendieron Hermione y Ron.
-Claro que sí- suspiró Harry con pesadez.

El señor Weasley, que había aguardado fuera a los co­ches del Ministerio, se asomó al interior.
—Aquí están —anunció—. Vamos, Harry.
El señor Weasley condujo a Harry a través del corto tre­cho de acera hasta el primero de los dos coches antiguos de color verde oscuro, los dos conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda.

-Me juego la cabeza a que eran Aurores encubiertos- comentó con voz ronca Ojoloco.

—Sube, Harry —dijo el señor Weasley, mirando a ambos lados de la calle llena de gente. Harry subió a la parte trase­ra del coche, y enseguida se reunieron con él Hermione y Ron, y para disgusto de Ron, también Percy.

Percy miró ofendido a su hermano.
-¿Qué? Eras un maldito dolor de cabeza.

El viaje hasta King’s Cross fue muy tranquilo, compa­rado con el que Harry había hecho en el autobús noc­támbulo. Los coches del Ministerio de Magia parecían bastante normales, aunque Harry vio que podían deslizarse por huecos que no podría haber traspasado el coche nuevo de la empresa de tío Vernon.

-Que bueno que hayan arreglado eso.

Llegaron a King’s Cross con veinte minutos de adelanto; los conductores del Minis­terio les consiguieron carritos, descargaron los baúles, sa­ludaron al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo.

-Eso es injusto- Lily frunció el ceño- tendrían que esperar su lugar como todos.

El señor Weasley se mantuvo muy pegado a Harry du­rante todo el camino de la estación.

-No es necesario que lo sobreprotegan- Sirius puso los ojos en blanco.
-Un supuesto asesino serial servidor de Voldemort quiere asesinarlo, si hay que sobreprotegerlo- contradijo Lily.
-Pero yo nunca le haría daño.
-Pero ellos no lo saben.

—Bien, pues —propuso mirándolos a todos—. Como so­mos muchos, vamos a entrar de dos en dos. Yo pasaré prime­ro con Harry.

-Gracias por cuidarlo tanto, Arthur- agradeció James.

El señor Weasley fue hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez, empujando el carrito de Harry y, se­gún parecía, muy interesado por el Intercity 125 que acababa de entrar por la vía 9. Dirigiéndole a Harry una elocuente mi­rada, se apoyó contra la barrera como sin querer. Harry lo imitó.

Bill rió por lo bajo sin poder evitarlo, no había forma en este mundo de que su padre fuera discreto por mucho que lo intentara.

Un instante después, cayeron de lado a través del metal sólido y se encontraron en el andén nueve y tres cuartos. Le­vantaron la mirada y vieron el expreso de Hogwarts, un tren de vapor de color rojo que echaba humo sobre un andén reple­to de magos y brujas que acompañaban al tren a sus hijos. De repente, detrás de Harry aparecieron Percy y Ginny. Jadea­ban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.

-Me hizo correr- reprochó Ginny- todo por ver a su noviecita.

—¡Ah, ahí está Penelope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose.
Ginny miró a Harry, y ambos se volvieron para ocultar la risa en el momento en que Percy se acercó sacando pecho (para que ella no pudiera dejar de notar la insignia relucien­te) a una chica de pelo largo y rizado.

-Tan tiernos la parejita- Ginny se mordió el labio ignorando el comentario de su tio Fabian, ella en aquellos años valoraba como oro cada pequeño segundo que Harry le dedicaba su atención.

Después de que Hermione y el resto de los Weasley se reunieran con ellos, Harry y el señor Weasley se abrieron paso hasta el final del tren, pasaron ante compartimentos repletos de gente y llegaron finalmente a un vagón que esta­ba casi vacío. Subieron los baúles, pusieron a Hedwig y a Crookshanks en la rejilla portaequipajes, y volvieron a salir para despedirse de los padres de Ron.

-Por fin una vez en que no llegamos tarde- suspiró Percy.
-Eramos un batallón ¿Cómo podríamos haber llegado a tiempo?- cuestionó Ginny

La señora Weasley besó a todos sus hijos, luego a Her­mione y por último a Harry. Éste se sintió embarazado pero muy agradecido cuando ella le dio un abrazo de más.

Molly y Harry se sonrieron tal y como harían una madre y un hijo, cosa que estrujo un poco el corazón de Lily.

—Cuídate, Harry ¿Lo harás? —dijo separándose de él, con los ojos especialmente brillantes. Luego abrió su enorme bolso y dijo—: He preparado bocadillos para todos. Aquí los tenéis, Ron... no, no son de conserva de buey.. Fred... ¿dónde está Fred? ¡Ah, estás ahí, cariño...!

-Típico de mamá.

—Harry —le dijo en voz baja el señor Weasley—, ven aquí un momento.
Señaló una columna con la cabeza y Harry lo siguió has­ta ella. Se pusieron detrás, dejando a los otros con la señora Weasley
—Tengo que decirte una cosa antes de que te vayas —dijo el señor Weasley con voz tensa.
—No es necesario, señor Weasley. Ya lo sé.

-A que no se esperaba eso- comentó Marlene.

—¿Que lo sabes? ¿Cómo has podido saberlo?
—Yo... eh... les oí anoche a usted y a su mujer. No pude evitarlo. Lo siento...
—No quería que te enteraras de esa forma —dijo el se­ñor Weasley, nervioso.
—No... Ha sido la mejor manera. Así me he podido ente­rar y usted no ha faltado a la palabra que le dio a Fudge.
—Harry, debes de estar muy asustado...

-Cualquiera en su situación lo estaría- murmuró Alice comprensiva.

—No lo estoy —contestó Harry con sinceridad—. De verdad —añadió, porque el señor Weasley lo miraba incré­dulo—. No trato de parecer un héroe, pero Sirius Black no puede ser peor que Voldemort, ¿verdad?

Harry miró con disculpa a Sirius, mientras todos lo miraban con admiración e incredulidad a él.

El señor Weasley se estremeció al oír aquel nombre, pero no comentó nada.
—Harry, sabía que estabas hecho..., bueno, de una pasta más dura de lo que Fudge cree. Me alegra que no tengas mie­do, pero...
—¡Arthur! —gritó la señora Weasley, que ya hacía subir a los demás al tren—. ¡Arthur!, ¿qué haces? ¡Está a punto de irse!

-En Hogwarts nada te hará daño, no es que piense que Canuto te dañaría- aclaró James ante la mirada herida de ambos Sirius- pero algo extraño esta pasando y con Dumbledore estará a salvo.

—Ya vamos, Molly —dijo el señor Weasley Pero se vol­vió a Harry y siguió hablando, más bajo y más aprisa—. Escucha, quiero que me des tu palabra...
—¿De que seré un buen chico y me quedaré en el casti­llo? —preguntó Harry con tristeza.
—No exactamente —respondió el señor Weasley, más serio que nunca—. Harry, prométeme que no irás en busca de Black.

-¿Porqué iría en busca de un supuesto asesino?- cuestionó Dorcas desconcertada.
-Porque hay ciertas cosas que Harry, siendo la persona que es, no podría saberlas sin querer buscarlo- respondió Remus sombrío.
-Mentiras- agregó Sirius.
-Nunca he dicho que sean verdades.

Harry lo miró fijamente.
—¿Qué?
Se oyó un potente silbido y pasaron unos guardias ce­rrando todas las puertas del tren.
—Prométeme, Harry —dijo el señor Weasley hablando aún más aprisa—, que ocurra lo que ocurra...
—¿Por qué iba a ir yo detrás de alguien que sé que quie­re matarme? —preguntó Harry, sin comprender.

-Ja, me dan ganas de golpearte- Ginny frunció el ceño- Es tan irónico que justamente tú digas eso.
-Era la situación…
-No pongas excusas Potter.
-A alguien lo tienen cortito- canturreó Sirius por lo bajo.
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—Prométeme que, oigas lo que oigas...
—¡Arthur; aprisa! —gritó la señora Weasley.
Salía vapor del tren. Éste había comenzado a moverse. Harry corrió hacia la puerta del vagón, y Ron la abrió y se echó atrás para dejarle paso. Se asomaron por la ventanilla y dijeron adiós con la mano a los padres de los Weasley hasta que el tren dobló una curva y se perdieron de vista.

Muchos sonrieron o suspiraron, subirse al tren siempre traía la misma emoción de ansiedad por llegar.

—Tengo que hablaros a solas —dijo entre dientes a Ron y Hermione en cuanto el tren cogió velocidad.
—Vete, Ginny —dijo Ron.
—¡Qué agradable eres! —respondió Ginny de mal hu­mor; y se marchó muy ofendida.

-Eran tan malos conmigo- se quejó.
-Tu rechazaste muchas veces mi compañía en sexto- reprochó Harry.
-Porque salía con Dean…
-Eso no ayuda a tu situación.
-Porque tú te habías agarrado a Cho.
-Lo siento.
-¿Cómo es que siempre ellas terminan teniendo la razón?- murmuró Sirius, Remus se encogió de hombros.

Harry, Ron y Hermione fueron por el pasillo en busca de un compartimento vacío, pero todos estaban llenos salvo uno que se encontraba justo al final.
En éste sólo había un ocupante: un hombre que estaba sentado al lado de la ventana y profundamente dormido. Harry, Ron y Hermione se detuvieron ante la puerta. El expreso de Hogwarts estaba reservado para estudiantes y nunca habían visto a un adulto en él, salvo la bruja que lle­vaba el carrito de la comida.

-¿El ultimo vagón?- comentó James con una sonrisa- creo que el buen lunático hará aparición.
-¿Cómo lo sabes?- preguntó Hermione.
-Siempre íbamos en ese vagón.
-Sirius y James siempre me hacían llegar tarde- aclaró Remus, ganándose una mirada ofendida de ambos Sirius y James.

El extraño llevaba una túnica de mago muy raída y re­mendada. Parecía enfermo y exhausto. Aunque joven, su pelo castaño claro estaba veteado de gris.

El joven Remus suspiró, imaginándose como seria aquella terrible vida sin James ni Sirius.

—¿Quién será? —susurró Ron en el momento en que se sentaban y cerraban la puerta, eligiendo los asientos más alejados de la ventana.
—Es el profesor R. J. Lupin —susurró Hermione de in­mediato.

-¿Cómo lo sabes?- cuestionó Fabian desconcertado.

—¿Cómo lo sabes?

Fabian sonrió por la coincidencia con su sobrino.

—Lo pone en su maleta —respondió Hermione seña­lando el portaequipajes que había encima del hombre dor­mido, donde había una maleta pequeña y vieja atada con una gran cantidad de nudos. El nombre, «Profesor R. J. Lu­pin», aparecía en una de las esquinas, en letras medio des­prendidas.

Ambos Remus se sonrojaron ante esa descripción de sus pobres cosas. El mayor, tampoco pudo omitir el sentimiento de vergüenza al pensar en lo que los demás veían de él y en lo poco que podía ofrecerle a cierta pelirosa.

—Me pregunto qué enseñará —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando el pálido perfil del profesor Lupin.
—Está claro —susurró Hermione—. Sólo hay una va­cante, ¿no es así? Defensa Contra las Artes Oscuras.

-¡Serás el mejor profesor de Defensa que Hogwarts haya tenido!- comentó Lily con alegría, siendo secundada por todos los que la oyeron.

Harry, Ron y Hermione ya habían tenido dos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, que habían durado sólo un año cada uno. Se decía que el puesto estaba gafado.
—Bueno, espero que no sea como los anteriores —dijo Ron no muy convencido—. No parece capaz de sobrevivir a un maleficio hecho como Dios manda.

Ron miró con disculpa al profesor que solo esbozó la amable expresión que tenía por naturaleza.

-Pero bueno, ¿qué nos ibas a contar?
Harry explicó la conversación entre los padres de Ron y las advertencias que el señor Weasley acababa de hacerle. Cuando terminó, Ron parecía atónito y Hermione se tapaba la boca con las manos. Las apartó para decir:
—¿Sirius Black escapó para ir detrás de ti?

-No es lo mismo buscarlo que ir tras él- corrigió Sirius- solo quería ver a mi cachorro.

-¡Ah, Harry, tendrás que tener muchísimo cuidado! No vayas en busca de problemas...

-No le pidas peras al olmo, cariño- cortó Lily, lanzando una mirada reprochante a James, que solo se cruzo de brazos.
-¡Lo dices como si todo fuese apropósito, mujer! Las cosas me suceden quiera o no.

—Yo no busco problemas —respondió Harry, molesto—. Los problemas normalmente me encuentran a mí.

-La historia de mi vida en una frase- suspiró James teatralmente.

—¡Qué tonto tendría que ser Harry para ir detrás de un chalado que quiere matarlo! —exclamó Ron, temblando.

-Eh, chalado serás tu- se defendió Canuto indignado.

Se tomaban la noticia peor de lo que Harry había espe­rado. Tanto Ron como Hermione parecían tenerle a Black más miedo que él.

-Una cosa es ser valiente y otra muy distinta es ser incauto- reprochó Molly.

—Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban —dijo Ron, incómodo—. Es el primero. Y estaba en régimen de alta seguridad.
—Pero lo atraparán, ¿a que sí? —dijo Hermione conven­cida—. Bueno, están buscándolo también todos los muggles...
—¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente Ron.

-¿Ruido?- Dorcas, al igual que todos, estaba confundida por el abrupto corte en la conversación.

De algún lugar llegaba un leve silbido. Miraron por el compartimento.
—Viene de tu baúl, Harry —dijo Ron poniéndose en pie y alcanzando el portaequipajes.
Un momento después, había sacado el chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Harry. Daba vueltas muy apri­sa sobre la palma de la mano de Ron, brillando muy intensa­mente.

Alastor frunció el ceño, no creía demasiado en esos chibatejos, pero era extraño que hicieran tanto escándalo solo porque sí.

—¿Eso es un chivatoscopio? —preguntó Hermione con interés, levantándose para verlo mejor.
—Sí... Pero claro, es de los más baratos —dijo Ron—. Se puso como loco cuando lo até a la pata de Errol para enviár­selo a Harry.
—¿No hacías nada malo en ese momento? —preguntó Hermione con perspicacia.
—¡No! Bueno..., no debía utilizar a Errol. Ya sabes que no está preparado para viajes largos... Pero ¿de qué otra ma­nera hubiera podido hacerle llegar a Harry el regalo?

Arthur negó con la cabeza con cierta diversión, todos sus hijos eran un caso.

—Vuélvelo a meter en el baúl —le aconsejó Harry, por­que su silbido les perforaba los oídos— o le despertará.
Señaló al profesor Lupin con la cabeza. Ron metió el chi­vatoscopio en un calcetín especialmente horroroso de tío Vernon, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl.

-¿Cómo es posible que te preocupes por todo el mundo todo el tiempo?- Percy lo miraba, después de tantos años conociendo a Harry, ese rasgo de su personalidad no dejaba de asombrarlo.
-Tiene a quien salir- comentó Lunático, mirando con cariño y agradecimiento a James y Lily.

—Podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmeade —dijo Ron, volviendo a sentarse. Fred y George me han dicho que en Dervish y Banges, una tienda de instrumentos mágicos, venden cosas de este tipo.
—¿Sabes más cosas de Hogsmeade? —dijo Hermione con entusiasmo—. He leído que es la única población entera­mente no muggle de Gran Bretaña...
—Sí, eso creo —respondió Ron de modo brusco—. Pero no es por eso por lo que quiero ir. ¡Sólo quiero entrar en Ho­neydukes!

Los amantes de las golosinas no pudieron evitar relamerse al pensar en la tienda.

—¿Qué es eso? —preguntó Hermione.
—Es una tienda de golosinas —respondió Ron, poniendo cara de felicidad—, donde tienen de todo... Diablillos de pi­mienta que te hacen echar humo por la boca... y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase y parecer que estás pensando lo que vas a escribir a continuación...

Los niños de primer y segundo curso oían maravillados.

—Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante —pre­sionó Hermione con impaciencia—. En Lugares históricos de la brujería se dice que la taberna fue el centro en que se ges­tó la revuelta de los duendes de 1612. Y la Casa de los Gritos se considera el edificio más embrujado de Gran Bretaña...

Los merodeadores sonrieron sin poder evitarlo.

—... Y enormes bolas de helado que te levantan unos centímetros del suelo mientras les das lenguetazos —conti­nuó Ron, que no oía nada de lo que decía Hermione.
Hermione se volvió hacia Harry.
—¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmeade?
—Supongo que sí—respondió Harry apesadumbrado—. Ya me lo contaréis cuando lo hayáis descubierto.

-Solo ese maldito detalle- Lily quería golpear a su cuñado y su hermana.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ron.
—Yo no puedo ir. Los Dursley no firmaron la autoriza­ción y Fudge tampoco quiso hacerlo.
Ron se quedó horrorizado.
—¿Que no puedes venir? Pero... hay que buscar la for­ma... McGonagall o algún otro te dará permiso...

-Por mucho que quisiera hacerlo, no tengo la autoridad suficiente, no es algo que me concierne decidir a mi, Señor Potter- dijo a modo de disculpa la profesora McGonagall.

Harry se rió con sarcasmo. La profesora McGonagall, jefa de la casa Gryffindor, era muy estricta.
—Podemos preguntar a Fred y a George. Ellos conocen todos los pasadizos secretos para salir del castillo...
—¡Ron! —le interrumpió Hermione—. Creo que Harry no debería andar saliendo del colegio a escondidas estando suelto Black...
—Ya, supongo que eso es lo que dirá McGonagall cuando le pida el permiso —observó Harry.
—Pero si nosotros estamos con él... Black no se atreve­rá a...

-En caso de que fuese cierto que mato trece personas de un golpe, dudo mucho que se detendría ante tres niños que apenas están aprendiendo a usar la varita- comentó con seriedad Bill, tanto él como sus hermanos se estaban dando cuenta la cantidad de veces que Ron podría haber muerto o salido gravemente herido.

—No digas tonterías, Ron —interrumpió Hermione—. Black ha matado a un montón de gente en mitad de una ca­lle concurrida. ¿Crees realmente que va a dejar de atacar a Harry porque estemos con él?
Mientras hablaba, Hermione enredaba las manos en la correa de la cesta en que iba Crookshanks.
—¡No dejes suelta esa cosa! —exclamó Ron.

-Y ya comenzamos con eso de nuevo.

Pero ya era demasiado tarde. Crookshanks saltó con li­gereza de la cesta, se desperezó, bostezó y se subió de un brinco a las rodillas de Ron; el bulto del bolsillo de Ron esta­ba temblando y él se quitó al gato de encima, dándole un em­pujón irritado.

-¡No le pegues al gatito!- regañó Tonks, con el pelo rojo encendido.
-¡No le pegue, lo empuje!
-¡No es cierto!
-¡Si lo es!
-¡No lo es!
-Deja de discutir con la niña Ronald- cortó Hermione.

—¡Apártate de aquí!
—¡No, Ron! —exclamó Hermione con enfado.
Ron estaba a punto de responder cuando el profesor Lu­pin se movió. Lo miraron con aprensión, pero él se limitó a volver la cabeza hacia el otro lado, con la boca todavía ligera­mente abierta, y siguió durmiendo.

James y Sirius miraron a Remus preocupado, en las noches de luna llena era todo un reto que Remus no se hiriese a si mismo, pero el licántropo estando solo debería estar repleto de heridas y golpes que lo dejaban físicamente y psicológicamente agotado.
El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin de­tenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes.
A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado. Crookshanks se había instala­do en un asiento vacío, con su cara aplastada vuelta hacia Ron, y tenía los ojos amarillentos fijos en su bolsillo supe­rior.

Sirius sonrió, Crookshanks le agradaba.

A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.
—¿Crees que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.
Hermione se aproximó cautelosamente al profesor Lupin.
—Eeh... ¿profesor? —dijo—. Disculpe... ¿profesor?
El dormido no se inmutó.

-De verdad dudo que estés tan dormido- cuestionó Sirius.
-Puede que haya escuchado retazos de conversación, pero nada muy relevante, realmente estaba agotado ese día- explicó simplemente, pensando en todas las dudas e inseguridades que lo habían mantenido en vela las noches anteriores al inicio del curso.

—No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregándo­le a Harry unos pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.
—Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuan­do la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero de­cir que... no está muerto, claro.

Muchos se estremecieron al pensar en el tranquilo y agradable Remus Lupin muerto.

—No, no: respira —susurró Hermione, cogiendo el pas­tel en forma de caldero que le alargaba Harry.
Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno.

-Remus siempre es bueno- halagó Tonks sonriente.

Sirius soltó una carcajada perruna que solo quienes sabían de la futura relación entre Remus y Tonks comprendieron.
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A media tarde, cuando empezó a llover y la llu­via emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos aprecio aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.

Remus negó con la cabeza divertido, ya se imaginaba porque decían que su presencia era buena.

Draco Malfoy y Harry se habían convertido en enemigos desde que se conocieron, en su primer viaje en tren a Hog­warts.

-Es la naturaleza- comentó James, mirando con desdén a Lucius.

Malfoy, que tenía una cara pálida, puntiaguda y como de asco, pertenecía a la casa de Slytherin.

-¿Puntiaguda y como de asco? ¿Enserio?- estaba indignado, había escuchado muchos insultos contra su persona, pero nadie que pusiera en duda su atractivo.
-Tranquilo cielo, ¿de verdad querrías que Harry diga que eres atractivo?- Harry y Draco hicieron una mueca de asco.

 Era buscador en el equipo de quidditch de Slytherin, el mismo puesto que tenía Harry en el de Gryffindor. Crabbe y Goyle parecían no tener otro objeto en la vida que hacer lo que quisiera Malfoy. Los dos eran corpulentos y musculosos. Crabbe era el más alto, y lle­vaba un corte de pelo de tazón y tenía el cuello muy grueso. Goy­le llevaba el pelo corto y erizado, y tenía brazos de gorila.

-Iguales a sus padres- bufó Marlene, detestaba a esos dos idiotas.

—Bueno, mirad quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar; arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El chalado y la rata.
Crabbe y Goyle se rieron como bobos.

-¡Ni siquiera fue un insulto ingenioso!- se quejó Canuto.

—He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano —dijo Malfoy—. ¿No se habrá muerto tu madre del susto?

Arthur, Molly, el resto de los Weasley y gran parte del comedor miraron feo al rubio que se encogió en su asiento.

Ron se levantó tan aprisa que tiró al suelo el cesto de Crookshanks.
El profesor Lupin roncó.

-¡Estabas despierto en ese momento!- Remus asintió.

—¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin.
—Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había le­vantado también por si tenía que sujetar a Ron—. ¿Qué de­cías, Malfoy?
Malfoy entornó sus ojos claros. No era tan idiota como para pelearse delante de un profesor.
—Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia. Y desaparecieron.

-Típico de un Malfoy-Canuto miró con desprecio al rubio y su padre.

Harry y Ron volvieron a sentarse. Ron se frotaba los nu­dillos.
—No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo enfadado—. Lo digo en serio. Si hace otro comentario así so­bre mi familia, le cogeré la cabeza y...
Ron hizo un gesto violento.

-¡Bien dicho Ronnie!- felicitaron Fred y George.
-¡Callense ustedes dos! ¿Qué clase de ejemplo le dan a su hermano?- reprochó enfadada Molly.
-El peor posible, querida madre.

—Cuidado, Ron —susurró Hermione, señalando al pro­fesor Lupin—. Cuidado...
Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido.

-Oh vamos, Lunatico no te hubiese castigado por defender a tu familia.
-Lo hubiese castigado por participar de una pelea, pero durante el castigo probablemente le invitaría un té- reconoció, ganándose una mirada desaprobadora de Minerva, mientras Harry se reía, ¿Cómo sería la reacción de la profesora al enterarse que ella le había invitado galletas en un castigo?

La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los comparti­mentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía dur­miendo.

Lunatico suspiró, la luna llena lo dejaba tan exhausto que ni el propio tren pasando a su lado lo hubiese despertado.

—Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lu­pin por la ventanilla, ahora completamente negra.
Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.

-Me parece algo pronto- comentó Alice confusa.

—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cui­dado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fue­ra del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...
—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mi­rando el reloj.
—Entonces, ¿por qué nos detenemos?
El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.

Caras de confusión y preocupación se expandieron por el comedor, ninguno había escuchado nunca una causa por la que el expreso de Hogwarts se detuviera a medio camino.

Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se aso­maban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una os­curidad total.

La gran mayoría se estremeció, por mucho que trataran de ocultarlo, la oscuridad era perturbadora.

—¿Qué sucede? —dijo detrás de Harry la voz de Ron.
—¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!
Harry volvió a tientas a su asiento.
—¿Habremos tenido una avería?
—No sé...

Los que habían estado presentes, se estremecieron al recordar el frío y la oscuridad rodearlos.

Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Harry vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera.
—Algo pasa ahí fuera —dijo Ron—. Creo que está subien­do gente...

-¿Gente? ¿A medio camino?- Frank frunció el ceño desconcertado, pero Lily ya comenzaba a entender el titulo del capitulo y no le gustaba para nada.

La puerta del compartimento se abrió de repente y al­guien cayó sobre las piernas de Harry, haciéndole daño.
—¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento...
—Hola, Neville —dijo Harry, tanteando en la oscuridad, y tirando hacia arriba de la capa de Neville.
—¿Harry? ¿Eres tú? ¿Qué sucede?
—¡No tengo ni idea! Siéntate...
Se oyó un bufido y un chillido de dolor. Neville había ido a sentarse sobre Crookshanks.

Neville se sonrojó mientras algunos soltaron risitas contenidas.

—Voy a preguntarle al maquinista qué sucede. —Harry notó que pasaba por su lado, oyó abrirse de nuevo la puerta, y después un golpe y dos fuertes chillidos de dolor.
—¿Quién eres?
—¿Quién eres?
—¿Ginny?
—¿Hermione?
—¿Qué haces?
—Buscaba a Ron...
—Entra y siéntate...
—Aquí no —dijo Harry apresuradamente—. ¡Estoy yo!

-La pequeña Ginny en acción- comentó Sirius dudando sobre si aquello había sido realmente sin querer.
-Ahora ya no parece molestarte- murmuró Ginny, que estaba sentada en las piernas de Harry.
-Estaba nervioso, era pequeño y no entendía lo relajante que podía ser una preciosa pelirroja sobre mí.
-¿Cualquier pelirroja?
-Por supuesto que no, solo me interesa una pelirroja.

—¡Ay! —exclamó Neville.
—¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca.
Por fin se había despertado el profesor Lupin. Harry oyó que algo se movía en el rincón que él ocupaba. Nadie dijo nada.

-Por fin un poco de orden- suspiró Lily.

Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.
—No os mováis —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera al­canzarla.

Cualquier sentimiento que no fuese la tensión fue eliminado del comedor.

De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Harry miró hacia abajo y lo que vio le hizo contraer el estómago. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua...

Una niña de primero vomitó. Y nadie pudo culparla, todos se veían asqueados, aterrorizados y perturbados por aquellas criaturas, incluso los adultos.

Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado la mirada de Harry, la mano se metió entre los pliegues de la tela negra.
Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.

Sirius sintió un escalofrío, tenía ganas de hacer lo mismo que la niña, el estomago se le retorcía al pensar en esas despreciables criaturas que lo habían atormentado y torturado hasta el borde de la locura.

Un frío intenso se extendió por encima de todos. Ha­rry fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón...

Minerva miró preocupada a los niños de primer y segundo año, que estaban con sus caras pálidas o parecían a punto de desmayarse.

Los ojos de Harry se quedaron en blanco. No podía ver nada. Se ahogaba de frío. Oyó correr agua. Algo lo arrastra­ba hacia abajo y el rugido del agua se hacía más fuerte...
Y entonces, a lo lejos, oyó unos aterrorizados gritos de súplica. Quería ayudar a quien fuera. Intentó mover los bra­zos, pero no pudo. Una niebla espesa y blanca lo rodeaba, y también estaba dentro de él...

-¿Gritos de suplica?- repitió Canuto con la voz ronca-¿Crees que él…?-miró a Lily.
-Ninguno de nosotros le suplicaría a Voldemort, Sirius, no tiene sentido.
-Pero suplicarías por la vida de Harry, diste tu vida en su lugar, lo que Harry oye es tu voz suplicando por él- James apretó los puños para que no se le aguaran los ojos.

—¡Harry! ¡Harry! ¿Estás bien?
Alguien le daba palmadas en la cara.
—¿Qué?
Harry abrió los ojos. Sobre él había algunas luces y el suelo temblaba... El expreso de Hogwarts se ponía en mar­cha y la luz había vuelto. Por lo visto había resbalado del asiento y caído al suelo. Ron y Hermione estaban arrodilla­dos a su lado, y por encima de ellos vio a Neville y al profesor Lupin, mirándolo. Harry sentía ganas de vomitar. Al levan­tar la mano para subirse las gafas, notó su cara cubierta por un sudor frío.

-¿Por qué los dementores le afectan tanto? Son criaturas horrorosas, pero nadie además de él se ha desmayado- notó Marlene.
-Porque Harry sabe cosas que ningún niño de su edad debería saber- explicó Lily, mirando con reproche a Dumbledore.

Ron y Hermione lo ayudaron a levantarse y a sentarse en el asiento.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Ron, asustado.
—Sí —dijo Harry, mirando rápidamente hacia la puer­ta. El ser encapuchado había desaparecido—. ¿Qué ha suce­dido? ¿Dónde está ese... ese ser? ¿Quién gritaba?
—No gritaba nadie —respondió Ron, aún más asustado.
Harry examinó el compartimento iluminado. Ginny y Neville lo miraron, muy pálidos.
—Pero he oído gritos...

James se acercó instintivamente a Lily.

Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate.
—Toma —le dijo a Harry, entregándole un trozo espe­cialmente grande—. Cómetelo. Te ayudará.
Harry cogió el chocolate, pero no se lo comió.

-El chocolate ayuda en esos casos… en realidad, ayuda siempre- explicó Remus.
-Remus, quiero- lunático le tendió un trozó de chocolate a la pequeña Tonks.
-¡Tu también!- el Remus mayor también le dio chocolate.

-Menos mal que la Nymphi de ahora es pequeña y no pide doble rasión de otras cosas…- Canuto sonrio de lado, mientras ambos Remus se sonrojaban.
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—¿Qué era ese ser? —le preguntó a Lupin.
—Un dementor —respondió Lupin, repartiendo el cho­colate entre los demás—. Era uno de los dementores de Az­kaban.

Todos se estremecieron, pero Sirius tomo un color grisaseo y tuvo ganas de prender fuego el libro para no volver a escuchar sobre esas criaturas.

Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo.
—Coméoslo —insistió—. Os vendrá bien. Disculpadme, tengo que hablar con el maquinista...
Pasó por delante de Harry y desapareció por el pasillo.

-No estaba listo para hablar con Harry todavía- reconoció Remus- además, me sorprendió lo mucho que se parecía a James.

—¿Seguro que estás bien, Harry? —preguntó Hermione con preocupación, mirando a Harry
—No entiendo... ¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, secándose el sudor de la cara.
—Bueno, ese ser... el dementor... se quedó ahí mirándo­nos (es decir; creo que nos miraba, porque no pude verle la cara), y tú, tú...
—Creí que te estaba dando un ataque o algo así —dijo Ron, que parecía todavía asustado—. Te quedaste como rígi­do, te caíste del asiento y empezaste a agitarte...

Lily hizo una mueca de preocupación. Aterrorizarse con semejantes criaturas era inevitable pero desvanecerse y convulsionar era algo totalmente fuera de lo común.

—Y entonces el profesor Lupin pasó por encima de ti, se dirigió al dementor y sacó su varita —explicó Hermione—. Y dijo: «Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa. Vete.»

Ambos Sirius miraron ofendidos a Remus.
-¿Qué? Yo quería que se fuera.
Sirius  quiso recordarle que vivió trece años creyéndolo un asesino, traidor y sanguinario, pero la mirada de culpabilidad y disculpa de Remus lo detuvo.

 Pero el dementor no se movió, así que Lupin murmuró algo y de la varita salió una cosa plateada hacia el dementor. Y éste dio media vuelta y se fue...
—Ha sido horrible —dijo Neville, en voz más alta de lo normal—. ¿Notasteis el frío cuando entró?
—Yo tuve una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera ya volver a sentirme contento...

-Imagínate esa sensación- murmuró Sirius con voz ronca- cada segundo de cada hora durante trece malditos años.
Todos veían con pena al ojigris, pero nadie tenía el corazón mas roto que James, Sirius era su hermano de otra sangre, su mejor amigo y su compañero, impulsivo e inconsciente a veces, pero incapaz de dañar a nadie.

Ginny, que estaba encogida en su rincón y parecía sen­tirse casi tan mal como Harry, sollozó. Hermione se le acercó y le pasó un brazo por detrás, para reconfortaría.

-Como para que no llore, se va de Hogwarts después de ser poseída por Voldemort, vuelve y se encuentra con esto- Bill miró mal a Fred con el ceño fruncido por tener tan poco tacto.

—Pero ¿no os habéis caído del asiento? —preguntó Harry, extrañado.
—No —respondió Ron, volviendo a mirar a Harry con preocupación—. Ginny temblaba como loca, aunque...
Harry no conseguía entender. Estaba débil y tembloroso, como si se estuviera recuperando de una mala gripe. También sentía un poco de vergüenza. ¿Por qué había perdido el con­trol de aquella manera, cuando los otros no lo habían hecho?

-¿Vergüenza? Harry, esas criaturas son horrendas, no tienes la culpa de todas las cosas horribles que te han pasado.

El profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar; miró al­rededor y dijo con una breve sonrisa:
—No he envenenado el chocolate, ¿sabéis?
Harry le dio un mordisquito y ante su sorpresa sintió que algo le calentaba el cuerpo y que el calor se extendía hasta los dedos de las manos y de los pies.

-El chocolate tiene endorfinas- ante de la cara de curiosidad de los mas pequeños (y de Sirius), Remus busco una explicación más simple: -te levanta el ánimo.

—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo el pro­fesor Lupin—. ¿Te encuentras bien, Harry?
Harry no preguntó cómo se había enterado el profesor Lupin de su nombre.

-Te conocía desde que eras del tamaño de un grano de arroz en la panza de tu madre- suspiró con nostalgia.

—Sí —dijo, un poco confuso.
No hablaron apenas durante el resto del viaje. Final­mente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pela­ba; la lluvia era una ducha de hielo.

-Se resfriaran- se lamentó Molly, mientras la señora Pomfrey hacía una mueca de disgusto.

—¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz fami­liar. Harry, Ron y Hermione se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asusta­dos) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago.
—¿Estáis bien los tres? —gritó Hagrid, por encima de la multitud.
Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén.

Hermione frunció la nariz, le molestaba el desorden.

Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas (o eso suponía Harry) por caballos invisibles, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.

-No estabas muy lejos- comentó Sirius- lo mas cercano con lo que podrías describir un thestral es un caballo, huesudo y alado.
-¿Los ves?- pregunto Lily sorprendida.
-Los vemos desde que murió mamá Dorea- explicó James.

La diligencia olía un poco a moho y a paja. Harry se sentía mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaba dé­bil. Ron y Hermione lo miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento.

Harry bufó.
-¿Qué? Estábamos preocupados por ti- se justificó Hermione.

Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas sun­tuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Harry vio a otros dos dementores encapuchados y descomunales, que monta­ban guardia a cada lado. Estuvo a punto de darle otro frío vahído. Se reclinó en el asiento lleno de bultos y cerró los ojos hasta que hubieron atravesado la verja. El carruaje cogió ve­locidad por el largo y empinado camino que llevaba al casti­llo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.

-Al fin, en Hogwarts estarás a salvo- suspiró aliviado James.
-No creo que Dumbledore este muy contento con los dementores- Marlene señaló con la cabeza al director que tenía una expresión de pocos amigos.

Al bajar; Harry oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas:
—¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste?
Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la es­calinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.

Todos miraron mal a Draco, pero él los ignoró.

—¡Lárgate, Malfoy! —dijo Ron con las mandíbulas apre­tadas.
—¿Tú también te desmayaste, Weasley? —preguntó Mal­foy, levantando la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor; Weasley?

Draco se arrepintió de aquello, tan pronto como recordó las épocas en que estaba enjuiciado por mortífago.

—¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de ellos.
Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo:
—Oh, no, eh... profesor...

El rubio se ganaba miradas de odio, pero Remus solo se encogió de hombros avergonzado por su condición económica.

Entonces dirigió a Crabbe y Goyle una sonrisita, y subie­ron los tres hacia el castillo.
Hermione pinchaba a Ron en la espalda para que se die­ra prisa, y los tres se unieron a la multitud apiñada en la parte superior; a través de las gigantescas puertas de roble, y en el interior del vestíbulo, que estaba iluminado con an­torchas y acogía una magnífica escalera de mármol que con­ducía a los pisos superiores.
A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor. Harry siguió a la multitud, pero apenas vislumbró el techo encantado, que aquella noche estaba negro y nubla­do, cuando lo llamó una voz:
—¡Potter, Granger, quiero hablar con vosotros!

-Comenzamos mal- suspiró Canuto.
-Ya me imagino que profesora es.

Harry y Hermione dieron media vuelta, sorprendidos. La profesora McGonagall, que daba clase de Transforma­ciones y era la jefa de la casa de Gryffindor; los llamaba por encima de las cabezas de la multitud. Tenía una expresión severa y un moño en la nuca; sus penetrantes ojos se enmarca­ban en unas gafas cuadradas. Harry se abrió camino hasta ella con cierta dificultad y un poco de miedo.

-Es así con todos- aún así, con su carácter y todo, McGonagall era una de las profesoras mas queridas que Hogwarts había tenido.

 Había algo en la profesora McGonagall que solía hacer que Harry sintiera que había hecho algo malo.

-Te mira con su expresión de “Sé lo que has hecho”- comprendió James.

—No tenéis que poner esa cara de asustados, sólo quiero hablar con vosotros en mi despacho —les dijo—. Ve con los demás, Weasley.

Ron se les quedó mirando mientras la profesora McGo­nagall se alejaba con Harry y Hermione de la bulliciosa mul­titud; la acompañaron a través del vestíbulo, subieron la escalera de mármol y recorrieron un pasillo.
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-Eres un entrometido- murmuró Ginny, sabiendo que su hermano se había quedado muerto de curiosidad por no poder ir al despacho de McGonagall.

Ya en el despacho (una pequeña habitación que tenía una chimenea en la que ardía un fuego abundante y acoge­dor), hizo una señal a Harry y a Hermione para que se senta­ran. También ella se sentó, detrás del escritorio, y dijo de pronto:
—El profesor Lupin ha enviado una lechuza comunican­do que te sentiste indispuesto en el tren, Potter.

-Eso es tan vieja chismosa Remus- se quejó Sirius.
-Es de adulto responsable, mejor dicho.

Antes de que Harry pudiera responder; se oyó llamar suavemente a la puerta, y la señora Pomfrey, la enfermera, entró con paso raudo. Harry se sonrojó. Ya resultaba bastan­te embarazoso haberse desmayado o lo que le hubiera pasado, para que encima armaran aquel lío.

-No tiene que darte vergüenza sentirte mal- informó Lily, como una obviedad.

—Estoy bien —dijo—, no necesito nada...
—Ah, eres tú —dijo la señora Pomfrey, sin escuchar lo que decían e inclinándose para mirarlo de cerca. — Supongo que has estado otra vez metiéndote en algo peligroso.

-No parece muy sorprendida- comentó James, medio divertido medio preocupado.

—Ha sido un dementor; Poppy ——dijo la profesora McGo­nagall.
Cambiaron una mirada sombría y la señora Pomfrey chascó la lengua con reprobación.
—Poner dementores en un colegio —murmuró echando para atrás la silla de Harry y apoyando una mano en su frente—. No será el primero que se desmaya. Sí, está empapado en sudor. Son seres terribles, y el efecto que tienen en la gente que ya de por sí es delicada...

-¡No es delicado!- defendieron ambos Sirius y James, como si aquel adjetivo fuese un insulto.

—¡Yo no soy delicado! —repuso Harry, ofendido.

-Ser delicado emocionalmente no te hace débil- informó Marlene.

—Por supuesto que no —admitió distraídamente la se­ñora Pomfrey, tomándole el pulso.
—¿Qué le prescribe? —preguntó resueltamente la pro­fesora McGonagall—. ¿Guardar cama? ¿Debería pasar esta noche en la enfermería?
—¡Estoy bien! —repuso Harry, poniéndose en pie de un brinco. Le atormentaba pensar en lo que diría Malfoy si lo enviaban por aquello a la enfermería.

Draco levantó la comisura de la boca en una sonrisa mal contenida. No podía evitar que le causase gracia. Lo había atacado un dementor y Potter pensaba en cómo se burlaría él.

—Bueno. Al menos tendría que tomar chocolate —dijo la señora Pomfrey, que intentaba examinar los ojos de Harry.
—Ya he tomado un poco. El profesor Lupin me lo dio. Nos dio a todos.
—¿Sí? —dijo con aprobación la señora Pomfrey—. ¡Así que por fin tenemos un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que conoce los remedios!

-¡El mejor profesor de defensa que Hogwarts ha tenido!- festejaron Fred y George, siendo secundado por todos los visitantes… Los gemelos apreciaban mucho al profesor Lupin, como todos, pero la realidad es que solo estaban esperando un momento que les permitiera desatar un poco de caos.
Lunático, tanto como el Remus adulto, miraron orgullosos el cariño de los alumnos.

—¿Estás seguro de que te sientes bien, Potter? —pre­guntó la profesora McGonagall.
—Sí —dijo Harry.
—Muy bien. Haz el favor de esperar fuera mientras ha­blo un momento con la señorita Granger sobre su horario. Luego podremos bajar al banquete todos juntos.

Hermione se removió algo incomoda, no estaba seguro de que tan correcto fuera el detalle que McGonagall le obsequió.

Harry salió al corredor con la señora Pomfrey, que se marchó hacia la enfermería murmurando algo para sí. Harry sólo tuvo que esperar unos minutos. A continuación salió Hermione, radiante de felicidad, seguida por la profesora McGonagall, y los tres bajaron las escaleras de mármol, ha­cia el Gran Comedor.

Varios miraron con curiosidad a Hermione, pero ella solo bajo la cabeza para no tener que responder preguntas.

Estaba lleno de capirotes negros. Las cuatro mesas lar­gas estaban llenas de estudiantes. Sus caras brillaban a la luz de miles de velas. El profesor Flitwick, que era un brujo bajito y con el pelo blanco, salió con un viejo sombrero y un taburete de tres patas.
—¡Nos hemos perdido la selección! —dijo Hermione en voz baja.

-Como si le prestaramos mucha atención- bufó Ron.

Los nuevos alumnos de Hogwarts obtenían casa por me­dio del Sombrero Seleccionador; que iba gritando el nombre de la casa más adecuada para cada uno (Gryffindor; Ravenclaw, Hufflepuff, Slytherin). La profesora McGonagall se diri­gió con paso firme a su asiento en la mesa de los profesores, y Harry y Hermione se encaminaron en sentido contrario, ha­cia la mesa de Gryffindor, tan silenciosamente como les fue posible. La gente se volvía para mirarlos cuando pasaban por la parte trasera del Comedor y algunos señalaban a Harry. ¿Había corrido tan rápido la noticia de su desmayo delante del dementor?

-Es Hogwarts, no hay una maldita manera de guardar un secreto- se quejó Dorcas.
-O tal vez si- insinuó Canuto con una sonrisa.

Él y Hermione se sentaron a ambos lados de Ron, que les había guardado los asientos.
—¿De qué iba la cosa? —le preguntó a Harry.
Comenzó a explicarse en un susurro, pero entonces el di­rector se puso en pie para hablar y Harry se calló.

-Todos se callan cuando Dumbledore habla, nunca he entendido como lo hace- comentó Sirius.
-Porque él tiene algo importarte que decir, a diferencia de ti Black- respondió Severus.
-No  te metas conmigo Quejicus, yo no puedo pegarte pero mi colega si- señaló al Sirius joven que miraba con el mismo desprecio al Slytherin.

El profesor Dumbledore, aunque viejo, siempre daba la impresión de tener mucha energía. Su pelo plateado y su barba tenían más de medio metro de longitud; llevaba gafas de media luna; y tenía una nariz extremadamente curva. So­lían referirse a él como al mayor mago de la época,

-Exageran siempre- cortó con modestia.

pero no era por eso por lo que Harry le tenía tanto respeto. No se po­día menos de confiar en Albus Dumbledore, y cuando Harry lo vio sonreír con franqueza a todos los estudiantes, se sintió tranquilo por vez primera desde que el dementor había en­trado en el compartimento del tren.

Albus sintió que sus ojos querían aguarse, pero mantuvo la compostura.

—¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro ex­celente banquete os deje aturdidos.

-¿Soy el único que tengo hambre?- preguntó Canuto.
-Nunca entenderé como estas tan delgado- comentó Lily.
-Quidditch y sexo- se encogió de hombros, como si aquello fuera completamente predecible.

—Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos sabéis después del re­gistro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tene­mos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa y Harry recordó que el señor Weasley había dicho sobre que a Dumbledore no lo le agradaba que los dementores custodiaran el colegio.

-No creo que ninguno este muy alegre con esa decisión- comentó Flitwick.

— Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o dis­fraces, ni siquiera con capas invisibles —añadió como quien no quiere la cosa, y Harry y Ron se miraron.

-Indirecta muy directa- murmuró James.

— No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, os advierto a todos y cada uno de vosotros que no debéis darles ningún motivo para que os hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Pre­mios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.

-Genial manera de tranquilizar a los de primer curso, con eso y lo del tren se quedaran felices de la vida- ironizó Bill.

Percy, que se sentaba a unos asientos de distancia de Harry, volvió a sacar pecho y miró a su alrededor orgullosa­mente. Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada.
—Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras.

Todos, tanto los visitantes como los de Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclaw (Aunque Astoria también formo parte) aplaudieron con ganas.
-¿Qué hace?- preguntó Lucius mirando despectivamente a la mujer de su hijo.
-Si es… especial- suspiró Draco, no había forma de predecir lo que su mujer iba a hacer, como aplaudir a un hombre lobo. Pero bueno, si ella era feliz.

Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas, Harry entre ellos.

Los merodeadores miraron con una sonrisa a Harry.

El profesor Lupin parecía un adán en medio de los demás profesores, que iban vestidos con sus mejores togas.

Ambos Remus miraron el suelo avergonzados.
-Tu siempre te ves guapo- halago una Ravenclaw.
Ginny carraspeó, fulminando con la mirada a la morena. Ella era amiga de Tonks y como su amiga esta ausente, sin contar su versión niña, era su deber alejar las garras de las depredadoras.

—¡Mira a Snape! —le susurró Ron a Harry en el oído.
El profesor Snape, el especialista en Pociones, miraba al profesor Lupin desde el otro lado de la mesa de los profeso­res. Era sabido que Snape anhelaba aquel puesto, pero inclu­so a Harry, que aborrecía a Snape, le asombraba la expresión que tenía en aquel momento, crispando su rostro delgado y cetrino. Era más que enfado: era odio. Harry conocía muy bien aquella expresión: era la que Snape adoptaba cada vez que lo veía a él.

Snape adoptaba la misma expresión. Todos eran iguales, malditos arrogantes e imbéciles merodeadores. Ellos y su maldita decencia. Odiaría a cualquier Potter por muy hijo de Lily que fuese.

—En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profe­sor Lupin—, siento deciros que el profesor Kettleburn, nues­tro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al fi­nal del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.

-¡Hagrid eres profesor!- repitió Charlie, mirando con una sonrisa al semi gigante que no parecía procesar la información. Y luego dejo caer unos gruesos lagrimones.
-¡Es usted el mejor hombre que he conocido, Dumbledore!
-Ya, ya, Hagrid- intentó consolar el anciano director.
-¿Un gigante de profesor? Dime que no deje que esa aberración sucediera- Narcissa puso los ojos en blanco ¿Qué haría falta para que Lucius abriera un poco la mente?

Harry, Ron y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor. Harry se inclinó para ver a Hagrid, que esta­ba rojo como un tomate y se miraba las enormes manos, con la amplia sonrisa oculta por la barba negra.

Hagrid le sonrió a la mesa de los leones, especialmente a los merodeadores y Harry.

—¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dan­do un puñetazo en la mesa—. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde?
Harry, Ron y Hermione fueron los últimos en dejar de aplaudir; y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel.

Tipico, pensó Hermione con una sonrisa.

—Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete!
Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida. Harry, que de repen­te se dio cuenta de que tenía un hambre atroz, se sirvió de todo lo que estaba a su alcance, y empezó a comer.

-AHHH- protestó Sirius, como si fuese un niño. Dobby, quien se mantenía callado para no molestar la lectura, chasqueo los dedos, dejando aparecer una bandeja de bocadillos. –Eso es dobby, eres mi elfo favorito, recuérdame regalarte mas calcetines.
-Dobby lo agradece señor, Dobby esta feliz de hacer feliz los seres queridos del señor Harry Potter, Dobby siempre esta feliz de hacer feliz al señor Harry Potter, porque el señor Harry Potter…
-Dobby cariño- cortó Ginny dulcemente la avalancha de halagos hacía Harry- debemos continuar la lectura.

Fue un banquete delicioso. El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tene­dores. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto signi­ficaba para él ser profesor.

-Es un honor, todo un honor- dijo sacando su ancho pecho con orgullo.

 Hagrid no era un mago totalmen­te cualificado; había sido expulsado de Hogwarts en tercer curso por un delito que no había cometido. Fueron Harry, Ron y Hermione quienes, durante el curso anterior; habían limpiado el nombre de Hagrid.

-No creo que lo dejen ser un mago cualificado, dado que no termino su educación- explicó Lily- pero si le permitirán hacer magia, nada de descontrol, pero si magia.

Finalmente, cuando los últimos bocados de tarta de ca­labaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento.
—¡Enhorabuena, Hagrid! —gritó Hermione muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores.

-No creo que sea el mejor momento para charlar, la verdad- comentó Alice.

—Todo ha sido gracias a vosotros tres —dijo Hagrid mientras los miraba, secando su cara brillante en la serville­ta—. No puedo creerlo... Un gran tipo, Dumbledore... Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettleburn dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido.
Embargado de emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse.

Alice suspiró, para no dejar salir un se los dije.

Harry, Ron y Hermione se reunieron con los demás estu­diantes de la casa Gryffindor que subían en tropel la escale­ra de mármol y, ya muy cansados, siguieron por más corre­dores y subieron más escaleras, hasta que llegaron a la entrada secreta de la torre de Gryffindor. Los interrogó un retrato grande de señora gorda, vestida de rosa:
—¿Contraseña?
—¡Dejadme pasar; dejadme pasar! —gritaba Percy des­de detrás de la multitud—. ¡La última contraseña es «Fortu­na Maior»!

-¿Por qué demonios tiene que cambiarla siempre? Cambia mas de contraseña de Canuto de chica- se quejó James.
-Podría reprocharte… pero es cierto- aceptó arrogancia mal disimulada el ojigris.

—¡Oh, no! —dijo con tristeza Neville Longbottom. Siem­pre tenía problemas para recordar las contraseñas.
Después de cruzar el retrato y recorrer la sala común, chicos y chicas se separaron hacia las respectivas escaleras. Harry subió la escalera de caracol sin otro pensamiento que la alegría de estar otra vez en Hogwarts. Llegaron al conoci­do dormitorio de forma circular; con sus cinco camas con do­sel, y Harry, mirando a su alrededor; sintió que por fin estaba en casa.

-Capitulo terminado.
-¡A COMER!- ordenó Canuto.
-Sirius, compórtate.
-PERO A COMER- secundo Tonks.
-Eres una mala influencia- regañó Andromeda.
-No lo soy- pero cualquier argumento quedo sin sentido cuando la pelirosa comenzó a exigir la comida.

-Comeremos- cortó Dumbledore tranquilamente- y proseguiremos con la lectura.

31 comentarios:

  1. Me encantaaaaaa

    Pliss noo paresss

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  2. No me aparece el capitulo:(

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    1. No lo subió todavia. Siempre pone el nombre del prox capitulo qe empieza pero no, todavia no actualizó.

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    2. Gracias por la informacion! :)

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    3. y cuando lo subis?

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  3. por fa continua escribiendo eres genial

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  4. necesito la actualizacion para vivir! escribes genial!

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  5. Hola me preguntaba si alguien sabe cuando actualizan

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  6. te amo, es simplemente eso, gracias por darnos tan maravillosas historias para entretenernos

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  7. Increíble tu manera de escribir!! Te amo eres la mejor =D :))

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  8. Hola
    Ohh vaya lo de las galletas y lo último me mato por completo te juro que me puese a reír como loca, en general el capitulo me gusto mucho.
    Saludos :-)

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  9. Jajaja muy bueno el capítulo. Normalmente no suelo comentar pero cada domingo estoy desesperada mirando si hay actualización!!
    Mucho ánimo.

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  10. Mero, ante todo quería decirte que leí lo que escribiste en el facebook y pienso que no te desanimes, la gente sigue leyendo, pero de pronto se le olvida comentar, sabes que tienes un gran grupo de lectores que te quieren y te aprecian, nunca dejes de actualizar, te amamos mero

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  11. por favor no dejes de escribirla! esta genial todas las semanas me paso para ver si actualizaste de verdad me encanta tu historia

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  12. estuvo muy bueno elcapitulo sigue asi

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  13. Geniaaal como siempre :D No pares de escribir!

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  14. Hoy descubri tu blog por accidente y me lei todo lo ke has escrito en un dia escribes genial actualiza pronto vale mucho lapena

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  15. Es fantástico. Espero k continúes

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  16. Cada cuánto actualizas? Espero qe pronto, me encanta tu fic

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    Respuestas
    1. Mero esta algo indispuesta y no puede actualizar. :D pero cuando actualiza este fic lo hace en domingo asi que hay que estar atentos :D

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  17. cuando vas a actualizar?? me encanta!!

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  18. Que rico comidaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

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  19. Hey amo tu novela y me encanta como escribes, actualiza por fa!

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  20. Por favor dinos cuando actualizas adoro este fics eres muy buena todos los domingos entro para ver si actualizaste

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  21. Siempre me gustan más los fics donde interactúan más que todos Harry y Ginny, pero me estas haciendo amar las interacciones de Sirius mal influenciando a Tonks jajjaj

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