domingo, 15 de julio de 2012

leyendo Harry Potter y la piedra filosofal- cap 3


Aclaracion: Bueno todos los personajes y los libros que leen pertenecen a la genialisima JK Rowling ¿ok? yo solo lo traspaso a un blog para que puedan leerlo de una manera diferente con las intervenciones de ciertos personajes pertenecientes a ella.
Espero Disfruten, son un poco largos, pero en cada actualizacion subo un capitulo entero.


Harry Potter y la piedra filosofal

Capitulo III: “cartas de nadie”

-segun tengo entendido, hubo muchas bajas durante la guerra- dijo Albus a Hermione y esta asintio
-pero, hay un hechizo, en el que personas de diferentes años podran venir, es una magia muy peligrosa, ya que quiebra todas las reglas del tiempo, hoy mismo podrian venir James y Lily de 1980 o tal vez una persona que en mi tiempo ya ha fallecido, no tiene ninguna logica de tiempo
-comprendo- dijo Albus- es una magia muy compleja y peligrosa, ya que la vida tiene sentido llendo hacia atras, pero hay que vivirla hacia adelante señorita Granger, un paso en falso y el mundo podria cambiar
-si pero tenemos un protector temporal, varias personas incluyendolo a usted y a mi, notaríamos los cambios producidos
-entonces han sido realmente brillantes- dijo Albus y ambos se dirigieron al comedor, donde todos esperaban expectantes el próximo capitulo

-señorita Evans leera usted el capitulo- anuncio Minerva
-de acuerdo- respondio Lily, tomo el libro y leyo- el capitulo se llama “cartas de nadie”
-espera- dijo Remus- si hace diez años que vive con los Dursley, y tenia un año cuando ustedes...ya saben- dijo sin poder aceptar el fallecimiento d esus amigos- tiene once
-¡la carta de Howarts!- dijeron Sirius y James

La fuga de la boa constrictor le acarreó a Harry el castigo más largo de su vida. Cuando le dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las vacaciones de verano y Dudley había roto su nueva filmadora, conseguido que su avión con control remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su bicicleta de carreras, había atropellado a la anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con sus muletas. Harry se alegraba de que el colegio hubiera terminado, pero no había forma de escapar de la banda de Dudley, que visitaba la casa cada día. Piers, Dennis, Malcolm y Gordon eran todos grandes y estúpidos, pero como Dudley era el más grande y el más estúpido de todos, era el jefe. Los demás se sentían muy felices de practicar el deporte favorito de Dudley: cazar a Harry
-ah no ¡nadie trata asi a mi ahijado!- grito Sirius y todos lo miraron- ¿sere el padrino cierto?-les dijo con brillo en los ojos a Lily y James
-claro que seras el padrino, aunque si hubiera tenido una niña el padrino hubiera sido Remus- dijo Lily
 Por esa razón, Harry pasaba tanto tiempo como le resultara posible fuera de la casa, dando vueltas por ahí y pensando en el fin de las vacaciones, cuando podría existir un pequeño rayo de esperanza: en septiembre estudiaría secundaria y, por primera vez en su vida, no iría a la misma clase que su primo. Dudley tenía una plaza en el antiguo colegio de tío Vernon, Smelting. Piers Polkiss también iría allí. Harry en cambio, iría a la escuela secundaria Stonewall, de la zona. Dudley encontraba eso muy divertido. —Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el primer día —dijo a Harry—. ¿Quieres venir arriba y ensayar? —No, gracias —respondió Harry—. Los pobres inodoros nunca han tenido que soportar nada tan horrible como tu cabeza y pueden marearse.
-ese es mi cachorro- grito Sirius
—Luego salió corriendo antes de que Dudley pudiera entender lo que le había dicho. Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Londres para comprarle su uniforme de Smelting, dejando a Harry en casa de la señora Figg. Aquello no resultó tan terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la pierna al tropezar con un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como antes. Dejó que Harry viera la televisión y le dio un pedazo de pastel de chocolate que, por el sabor, parecía que había estado guardado desde hacía años. Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su uniforme nuevo. Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo oscuro, pantalones de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano. También llevaban bastones con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar que aquél era un buen entrenamiento para la vida futura. Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo con voz ronca que aquél era el momento de mayor orgullo de su vida. Tía Petunia estalló en lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su pequeño Dudley, tan apuesto y crecido. Harry no se atrevía a hablar. Creyó que se le iban a romper las costillas del esfuerzo que hacía por no reírse.
-nunca se le dio bien ocultar las cosas- dijo Hermione divertida
 A la mañana siguiente, cuando Harry fue a tomar el desayuno, un olor horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal que estaba en el fregadero. Se acercó a mirar. El cubo estaba lleno de lo que parecían trapos sucios flotando en agua gris. —¿Qué es eso? —preguntó a tía Petunia. La mujer frunció los labios, como hacía siempre que Harry se atrevía a preguntar algo. —Tu nuevo uniforme del colegio —dijo. Harry volvió a mirar en el recipiente. —Oh —comentó—. No sabía que tenía que estar mojado. —No seas estúpido —dijo con ira tía Petunia—. Estoy tiñendo de gris algunas cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual que los de los demás. Harry tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor no discutir. Se sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría en su primer día de la escuela secundaria Stonewall. Seguramente parecería que llevaba puestos pedazos de piel de un elefante viejo. Dudley y tío Vernon entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del olor del nuevo uniforme de Harry. Tío Vernon abrió, como siempre, su periódico y Dudley golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas partes. Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el felpudo. —Trae la correspondencia, Dudley —dijo tío Vernon, detrás de su periódico. —Que vaya Harry —Trae las cartas, Harry. —Que lo haga Dudley. —Pégale con tu bastón, Dudley
-¿como va a pedirle que lo golpee?- pregunto Arthur Weasley molesto
 Harry esquivó el golpe y fue a buscar la correspondencia. Había tres cartas en el felpudo: una postal de Marge, la hermana de tío Vernon, que estaba de vacaciones en la isla de Wight; un sobre color marrón, que parecía una factura, y una carta para Harry. Harry la recogió y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una gigantesca banda elástica. Nadie, nunca, en toda su vida, le había escrito a él. ¿Quién podía ser? No tenía amigos ni otros parientes. Ni siquiera era socio de la biblioteca, así que nunca había recibido notas que le reclamaran la devolución de libros. Sin embargo, allí estaba, una carta dirigida a él de una manera tan clara que no había equivocación posible.
Señor H. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4 Little
Whinging Surrey
-¡SI!- gritaron los merodeadores- ¡la carta de hogwarts!
El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello. Con las manos temblorosas, Harry le dio la vuelta al sobre y vio un sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que rodeaban una gran letra H. —¡Date prisa, chico! —exclamó tío Vernon desde la cocina—. ¿Qué estás haciendo, comprobando si hay cartas-bomba? —Se rió de su propio chiste.
Harry volvió a la cocina, todavía contemplando su carta. Entregó a tío Vernon la
postal y la factura, se sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre amarillo.
Tío Vernon rompió el sobre de la factura, resopló disgustado y echó una mirada a
la postal.
—Marge está enferma —informó a tía Petunia—. Al parecer comió algo en mal
estado.
—¡Papá! —dijo de pronto Dudley—. ¡Papá, Harry ha recibido algo!
Harry estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo
pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.
—¡Es mía! —dijo Harry; tratando de recuperarla.
—¿Quién te va a escribir a ti? —dijo con tono despectivo tío Vernon, abriendo la
carta con una mano y echándole una mirada. Su rostro pasó del rojo al verde con la
misma velocidad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En segundos adquirió
el blanco grisáceo de un plato de avena cocida reseca.
—¡Pe... Pe... Petunia! —bufó.
Dudley trató de coger la carta para leerla, pero tío Vernon la mantenía muy alta,
fuera de su alcance. Tía Petunia la cogió con curiosidad y leyó la primera línea. Duranteun momento pareció que iba a desmayarse. Se apretó la garganta y dejó escapar un gemido.
—¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!
Se miraron como si hubieran olvidado que Harry y Dudley todavía estaban allí.
Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a su padre en la
cabeza con el bastón de Smelting.
—Quiero leer esa carta —dijo a gritos.
—Yo soy quien quiere leerla —dijo Harry con rabia—. Es mía.
—Fuera de aquí, los dos —graznó tío Vernon, metiendo la carta en el sobre.
Harry no se movió.
—¡QUIERO MI CARTA! —gritó.
—¡Déjame verla! —exigió Dudley
—¡FUERA! —gritó tío Vernon y, cogiendo a Harry y a Dudley por el cogote, los
arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina. Harry y Dudley iniciaron una lucha,
furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de la cerradura. Ganó Dudley, así que Harry, con las gafas colgando de una oreja, se tiró al suelo para escuchar por la rendija que había entre la puerta y el suelo.
—Vernon —decía tía Petunia, con voz temblorosa—, mira el sobre. ¿Cómo es
posible que sepan dónde duerme él? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?
—Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos —murmuró tío Vernon,
agitado.
-exagerados- dijo el profesor Flitwick
—Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos que no
queremos...
Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y viniendo por la
cocina.
—No —dijo finalmente—. No, no les haremos caso. Si no reciben una respuesta...
Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...
—Pero...
—¡No pienso tener a uno de ellos en la casa, Petunia! ¿No lo juramos cuando
recibimos y destruimos aquella peligrosa tontería?
Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que no había
hecho nunca: visitó a Harry en su alacena.
—¿Dónde está mi carta? —dijo Harry, en el momento en que tío Vernon pasaba
con dificultad por la puerta—. ¿Quién me escribió?
—Nadie. Estaba dirigida a ti por error —dijo tío Vernon con tono cortante—. La
quemé.
-¿la quemo?- gritaron todos incluyendo los Slytheryn
-es una estupidez que pensaran que pueden ocultarle que es mago, la magia no se desase- dijo Remus
—No era un error —dijo Harry enfadado—. Estaba mi alacena en el sobre.
—¡SILENCIO! —gritó el tío Vernon, y unas arañas cayeron del techo. Respiró
profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que parecía sentir dolor.
—Ah, sí, Harry, en lo que se refiere a la alacena... Tu tía y yo estuvimos pensando... Realmente ya eres muy mayor para esto... Pensamos que estaría bien que te
mudes al segundo dormitorio de Dudley
—¿Por qué? —dijo Harry
—¡No hagas preguntas! —exclamó—. Lleva tus cosas arriba ahora mismo.
La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon y tía Petunia,
otro para las visitas (habitualmente Marge, la hermana de Vernon), en el tercero dormía Dudley y en el último guardaba todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél. En un solo viaje Harry trasladó todo lo que le pertenecía, desde la alacena a su nuevo dormitorio. Se sentó en la cama y miró alrededor. Allí casi todo estaba roto. La filmadora estaba sobre un carro de combate que una vez Dudley hizo andar sobre el perro del vecino, y en un rincón estaba el primer televisor de Dudley, al que dio una patada cuando dejaron de emitir su programa favorito. También había una gran jaula
que alguna vez tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de
aire comprimido, que en aquel momento estaba en un estante con la punta torcida,
porque Dudley se había sentado encima.
-que niño idiota- bufo Sirius
-porque no conoces al padre- dijo Lily
-¿crees que yo tenga que conocerlos?- le pregunto James
-algun dia iras a mi casa- dijo Lily y James sonrio- si fuera por mi, te ahorraria el sufrimiento, pero mis padres querran que Petunia conosca a su cuñado y ella vendra con Vernon- James miraba a lily embobado
-Lils ¿quieres ser mi novia?- Lily rio
-¿es enserio?
-si, es que no te lo habia preguntado...hoy- dijo algo sonrojado
-claro que si- dijo dandole un beso
El resto de las estanterías estaban llenas de libros. Era lo único que parecía que nunca había sido tocado.
Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.
—No quiero que esté allí... Necesito esa habitación... Échalo...
Harry suspiró y se estiró en la cama. El día anterior habría dado cualquier cosa por
estar en aquella habitación. Pero en aquel momento prefería volver a su alacena con la
carta a estar allí sin ella.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estaban muy callados. Dudley se
hallaba en estado de conmoción. Había gritado, había pegado a su padre con el bastón
de Smelting, se había puesto malo a propósito, le había dado una patada a su madre,
arrojado la tortuga por el techo del invernadero, y seguía sin conseguir que le
devolvieran su habitación.
-¿les pego a sus padres?- pregunto Narcissa sorpredida
-¿intento matar una tortuguita?- dijo una niña de unos seis años, entrando y haciendo puchero, era muy bonita y de cabello rosa, que salio corriendo hacia donde estaba Remus, pero quedaba muy obvio entonces abrazo a su tio (que inteligente la nena :D )
-Nymphi- dijo besandola en la mejilla
-¿porque alguien cometio tortuguicidio?- todos rieron por la palabra y Lily siguio leyendo mientra Tonks se sentaba en el regazo de Sirius
Harry estaba pensando en el día anterior, y con amargura, pensó que ojalá hubiera abierto la carta en el vestíbulo. Tío Vernon y tía Petunia se miraban misteriosamente.
Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía hacer esfuerzos por ser amable con Harry, hizo que fuera Dudley. Lo oyeron golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.
—¡Hay otra más! Señor H. Potter, El Dormitorio Más Pequeño, Privet Drive, 4...
Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asiente y corrió hacia el vestíbulo, con Harry siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo para quitarle la carta, lo que le resultaba difícil porque Harry le tiraba del cuello. Después de un minuto de confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con la carta de Harry arrugada en su mano, jadeando para recuperar la respiración.
—Vete a tu alacena, quiero decir a tu dormitorio —dijo a Harry sin dejar de
jadear—. Y Dudley.. Vete... Vete de aquí.
Harry paseó en círculos por su nueva habitación. Alguien sabía que se había ido de
su alacena y también parecía saber que no había recibido su primera carta. ¿Eso
significaría que lo intentarían de nuevo? Pues la próxima vez se aseguraría de que no fallaran. Tenía un plan. El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente. Harry lo apagó rápidamente y se vistió en silencio: no debía despertar a los Dursley. Se deslizó por la escalera sin encender ninguna luz. Esperaría al cartero en la esquina de Privet Drive y recogería las cartas para el número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas. El corazón le latía aceleradamente mientras atravesaba el recibidor oscuro hacia la puerta. —¡AAAUUUGGG! Harry saltó en el aire. Había tropezado con algo grande y fofo que estaba en el felpudo... ¡Algo vivo! Las luces se encendieron y, horrorizado, Harry se dio cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío. Tío Vernon estaba acostado en la puerta, en un saco de dormir, evidentemente para asegurarse de que Harry no hiciera exactamente lo que intentaba hacer.
-¡esta loco!- grito Lily enfadada
 Gritó a Harry durante media hora y luego le dijo que preparara una taza de té. Harry se marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la cocina, el correo había llegado directamente al regazo de tío Vernon. Harry pudo ver tres cartas escritas en tinta verde. —Quiero... —comenzó, pero tío Vernon estaba rompiendo las cartas en pedacitos ante sus ojos. Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el buzón. —¿Te das cuenta? —aexplicó a tía Petunia, con la boca llena de clavos—. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo. —No estoy segura de que esto resulte, Vernon. —Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo
-¡gracias a merlin!- dijo Hermione
 —dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar. El viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo. Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba De puntillas entre los tulipanes y se  obresaltaba con cualquier ruido. El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para Harry entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartas en la picadora. —¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse contigo? —preguntaba Dudley a Harry, con asombro.
- no pueden negarle ser lo que es- dijo Minerva severamente enojada con aquellos muggles tan desagradables
La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.
—No hay correo los domingos —les recordó alegremente, mientras ponía
mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas...
Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una 
—¡Fuera! ¡FUERA!
Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó al recibidor. Cuando tía Petunia
y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío Vernon cerró la
puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la
habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.
—Ya está —dijo tío Vernon, tratando de hablar con calma, pero arrancándose, al
mismo tiempo, parte del bigote—. Quiero que estéis aquí dentro de cinco minutos, listos
para irnos. Nos vamos. Coged alguna ropa. ¡Sin discutir!
Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se atrevió a
contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a través de las puertas
tapiadas y estaban en el coche, avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley
lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo
pilló tratando de guardar el televisor, el vídeo y el ordenador en la bolsa.
Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Petunia se atrevía a preguntarle  a dónde iban. De vez en cuando, tío Vernon daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.
—Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... —murmuraba cada vez que lo hacia
-esta un poco paranoico ¿no creen?- dijo Frank
No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la noche Dudley
aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería ver y nunca había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un monstruo en su juego de ordenador
-¿no se da cuenta ese niño que hay cosas mas importantes?- dijo Alice sorprendida
Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de
una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron una habitación con camas gemelas y
sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry permaneció despierto, sentado en el borde de la ventana, contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber...
Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y tomates de
lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.
—Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H. Potter? Tengo como cien de éstas en
el mostrador de entrada.
Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde:

Señor H. Potter
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth
Harry fue a coger la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. La mujer los miró
asombrada.
—Yo las recogeré —dijo tío Vernon, poniéndose de pie rápidamente y siguiéndola.
—¿No sería mejor volver a casa, querido? —sugirió tía Petunia tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla. Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza volvió al coche y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en la parte más alta de un aparcamiento de coches.
—Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? —preguntó Dudley a tía Petunia aquella tarde.
Tío Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y había desaparecido.
Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley gimoteaba.
—Es lunes —dijo a su madre—. Mi programa favorito es esta noche. Quiero ir a
algún lugar donde haya un televisor.
Lunes. Eso hizo que Harry se acordara de algo. Si era lunes (y habitualmente se
podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la
televisión), entonces, al día siguiente, martes, era el cumpleaños número once de Harry.
Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos: el año anterior,
por ejemplo, los Dursley le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío
Vernon.
- cuando cambiemos todo esto, tendra una fiesta enorme cada año- dijo James
-y todos los regalos que le plazcan, tendra todo lo que desee, y te lo juro como que me llamare Lilian Potter- dijo enfadada
Sin embargo, no se cumplían once años todos los días.
Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no contestó a
tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.
—¡He encontrado el lugar perfecto! —dijo—. ¡Vamos! ¡Todos fuera!
Hacia mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo que parecía
una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable choza que uno se
pudiera imaginar. Una cosa era segura, allí no había televisión.
—¡Han anunciado tormenta para esta noche! —anunció alegremente tío Vernon,
aplaudiendo—. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!
Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba
en el agua grisácea.
—Ya he conseguido algo de comida —dijo tío Vernon—. ¡Así que todos a bordo!
En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hasta la desvencijada casa.
El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.
La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.
—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? —dijo alegremente.
Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a
buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En privado, Harry estaba de
acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba.
- como si funcionara- dijo –Minerva
- que falta de respeto negarle de esa manera a un niño su identidad- agrego el profesor Binns
Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas
olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los
vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y
preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama
cerca de la puerta, y Harry tuvo que contentarse con un trozo de suelo y taparse con la
manta más delgada.
La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Harry no podía dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómodo, con el estómago rugiendo de hambre.
-¿como se puede ser tan cruel con un niño?- dijo Molly sorprendida
 Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a Harry de que tendría once años en diez minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose dónde estaría en aquel momento el escritor de cartas.
Cinco minutos. Harry oyó algo que crujía afuera. Esperó que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría. Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que podría robar una. Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando en el mar? Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez... nueve... tal vez
despertara a Dudley, sólo para molestarlo... tres... dos... uno...
-¡feeeeeeeeliz cumpleaños!- dijeron muchos  institivamente instintivamente BUM.
Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó, mirando fijamente a la puerta. Alguien estaba fuera, llamando.
-¿quien?- pregunto Sirius ansioso
-ahi termina el capitulo
-y leamos el otro
-si usted quiere- dijo Lily mirando a Albus
-de acuerdo...

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