Aclaracion: Bueno todos los personajes y
los libros que leen pertenecen a la genialisima JK Rowling ¿ok? yo solo lo
traspaso a un blog para que puedan leerlo de una manera diferente con las
intervenciones de ciertos personajes pertenecientes a ella.
Espero Disfruten, son un poco largos, pero
en cada actualizacion subo un capitulo entero.
Harry Potter y la piedra filosofal
Capitulo
III: “cartas de nadie”
-segun tengo entendido, hubo muchas bajas
durante la guerra- dijo Albus a Hermione y esta asintio
-pero, hay un hechizo, en el que personas
de diferentes años podran venir, es una magia muy peligrosa, ya que quiebra
todas las reglas del tiempo, hoy mismo podrian venir James y Lily de 1980 o tal
vez una persona que en mi tiempo ya ha fallecido, no tiene ninguna logica de
tiempo
-comprendo- dijo Albus- es una magia muy
compleja y peligrosa, ya que la vida tiene sentido llendo hacia atras, pero hay
que vivirla hacia adelante señorita Granger, un paso en falso y el mundo podria
cambiar
-si pero tenemos un protector temporal,
varias personas incluyendolo a usted y a mi, notaríamos los cambios producidos
-entonces han sido realmente brillantes-
dijo Albus y ambos se dirigieron al comedor, donde todos esperaban expectantes
el próximo capitulo
-señorita Evans leera usted el capitulo-
anuncio Minerva
-de acuerdo- respondio Lily, tomo el libro
y leyo- el capitulo se llama “cartas de nadie”
-espera- dijo Remus- si hace diez años que
vive con los Dursley, y tenia un año cuando ustedes...ya saben- dijo sin poder
aceptar el fallecimiento d esus amigos- tiene once
-¡la carta de Howarts!- dijeron Sirius y
James
La
fuga de la boa constrictor le acarreó a Harry el castigo más largo de su vida.
Cuando le dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las
vacaciones de verano y Dudley había roto su nueva filmadora, conseguido que su
avión con control remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su
bicicleta de carreras, había atropellado a la anciana señora Figg cuando
cruzaba Privet Drive con sus muletas. Harry se alegraba de que el colegio
hubiera terminado, pero no había forma de escapar de la banda de Dudley, que
visitaba la casa cada día. Piers, Dennis, Malcolm y Gordon eran todos grandes y
estúpidos, pero como Dudley era el más grande y el más estúpido de todos, era
el jefe. Los demás se sentían muy felices de practicar el deporte favorito de
Dudley: cazar a Harry
-ah no ¡nadie trata asi a mi ahijado!-
grito Sirius y todos lo miraron- ¿sere el padrino cierto?-les dijo con brillo
en los ojos a Lily y James
-claro que seras el padrino, aunque si
hubiera tenido una niña el padrino hubiera sido Remus- dijo Lily
Por esa razón, Harry pasaba tanto tiempo como
le resultara posible fuera de la casa, dando vueltas por ahí y pensando en el
fin de las vacaciones, cuando podría existir un pequeño rayo de esperanza: en
septiembre estudiaría secundaria y, por primera vez en su vida, no iría a la
misma clase que su primo. Dudley tenía una plaza en el antiguo colegio de tío
Vernon, Smelting. Piers Polkiss también iría allí. Harry en cambio, iría a la
escuela secundaria Stonewall, de la zona. Dudley encontraba eso muy divertido.
—Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el primer día
—dijo a Harry—. ¿Quieres venir arriba y ensayar? —No, gracias —respondió
Harry—. Los pobres inodoros nunca han tenido que soportar nada tan horrible
como tu cabeza y pueden marearse.
-ese es mi cachorro- grito Sirius
—Luego
salió corriendo antes de que Dudley pudiera entender lo que le había dicho. Un
día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Londres para comprarle su
uniforme de Smelting, dejando a Harry en casa de la señora Figg. Aquello no
resultó tan terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la
pierna al tropezar con un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como
antes. Dejó que Harry viera la televisión y le dio un pedazo de pastel de
chocolate que, por el sabor, parecía que había estado guardado desde hacía
años. Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su
uniforme nuevo. Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo oscuro, pantalones
de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano. También llevaban bastones
con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían.
Debían de pensar que aquél era un buen entrenamiento para la vida futura.
Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo con voz
ronca que aquél era el momento de mayor orgullo de su vida. Tía Petunia estalló
en lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su pequeño Dudley, tan
apuesto y crecido. Harry no se atrevía a hablar. Creyó que se le iban a romper
las costillas del esfuerzo que hacía por no reírse.
-nunca se le dio bien ocultar las cosas-
dijo Hermione divertida
A la mañana siguiente, cuando Harry fue a
tomar el desayuno, un olor horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder
de un gran cubo de metal que estaba en el fregadero. Se acercó a mirar. El cubo
estaba lleno de lo que parecían trapos sucios flotando en agua gris. —¿Qué es
eso? —preguntó a tía Petunia. La mujer frunció los labios, como hacía siempre
que Harry se atrevía a preguntar algo. —Tu nuevo uniforme del colegio —dijo.
Harry volvió a mirar en el recipiente. —Oh —comentó—. No sabía que tenía que
estar mojado. —No seas estúpido —dijo con ira tía Petunia—. Estoy tiñendo de
gris algunas cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual que los de
los demás. Harry tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor
no discutir. Se sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría
en su primer día de la escuela secundaria Stonewall. Seguramente parecería que
llevaba puestos pedazos de piel de un elefante viejo. Dudley y tío Vernon
entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del olor del nuevo uniforme de
Harry. Tío Vernon abrió, como siempre, su periódico y Dudley golpeó la mesa con
su bastón del colegio, que llevaba a todas partes. Todos oyeron el ruido en el
buzón y las cartas que caían sobre el felpudo. —Trae la correspondencia, Dudley
—dijo tío Vernon, detrás de su periódico. —Que vaya Harry —Trae las cartas,
Harry. —Que lo haga Dudley. —Pégale con tu bastón, Dudley
-¿como va a pedirle que lo golpee?-
pregunto Arthur Weasley molesto
Harry esquivó el golpe y fue a buscar la
correspondencia. Había tres cartas en el felpudo: una postal de Marge, la
hermana de tío Vernon, que estaba de vacaciones en la isla de Wight; un sobre
color marrón, que parecía una factura, y una carta para Harry. Harry la recogió
y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una gigantesca banda
elástica. Nadie, nunca, en toda su vida, le había escrito a él. ¿Quién podía
ser? No tenía amigos ni otros parientes. Ni siquiera era socio de la biblioteca,
así que nunca había recibido notas que le reclamaran la devolución de libros.
Sin embargo, allí estaba, una carta dirigida a él de una manera tan clara que
no había equivocación posible.
Señor H. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4 Little
Whinging Surrey
-¡SI!- gritaron los merodeadores- ¡la carta
de hogwarts!
El
sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la dirección
estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello. Con las manos
temblorosas, Harry le dio la vuelta al sobre y vio un sello de lacre púrpura
con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que
rodeaban una gran letra H. —¡Date prisa, chico! —exclamó tío Vernon desde la
cocina—. ¿Qué estás haciendo,
comprobando si hay cartas-bomba? —Se rió de su propio chiste.
Harry volvió a la
cocina, todavía contemplando su carta. Entregó a tío Vernon la
postal y la factura, se
sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre amarillo.
Tío Vernon rompió el
sobre de la factura, resopló disgustado y echó una mirada a
la postal.
—Marge está enferma
—informó a tía Petunia—. Al parecer comió algo en mal
estado.
—¡Papá! —dijo de pronto
Dudley—. ¡Papá, Harry ha recibido algo!
Harry estaba a punto de
desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo
pergamino que el sobre,
cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.
—¡Es mía! —dijo Harry;
tratando de recuperarla.
—¿Quién te va a escribir
a ti? —dijo con tono despectivo tío Vernon, abriendo la
carta con una mano y
echándole una mirada. Su rostro pasó del rojo al verde con la
misma velocidad que las
luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En segundos adquirió
el blanco grisáceo de un
plato de avena cocida reseca.
—¡Pe... Pe... Petunia!
—bufó.
Dudley trató de coger la
carta para leerla, pero tío Vernon la mantenía muy alta,
fuera de su alcance. Tía
Petunia la cogió con curiosidad y leyó la primera línea. Duranteun momento
pareció que iba a desmayarse. Se apretó la garganta y dejó escapar un gemido.
—¡Vernon! ¡Oh, Dios
mío... Vernon!
Se miraron como si hubieran
olvidado que Harry y Dudley todavía estaban allí.
Dudley no estaba
acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a su padre en la
cabeza con el bastón de
Smelting.
—Quiero leer esa carta
—dijo a gritos.
—Yo soy quien quiere
leerla —dijo Harry con rabia—. Es mía.
—Fuera de aquí, los dos
—graznó tío Vernon, metiendo la carta en el sobre.
Harry no se movió.
—¡QUIERO MI CARTA!
—gritó.
—¡Déjame verla! —exigió
Dudley
—¡FUERA! —gritó tío
Vernon y, cogiendo a Harry y a Dudley por el cogote, los
arrojó al recibidor y
cerró la puerta de la cocina. Harry y Dudley iniciaron una lucha,
furiosa pero callada,
para ver quién espiaba por el ojo de la cerradura. Ganó Dudley, así que Harry,
con las gafas colgando de una oreja, se tiró al suelo para escuchar por la rendija
que había entre la puerta y el suelo.
—Vernon —decía tía
Petunia, con voz temblorosa—, mira el sobre. ¿Cómo es
posible que sepan dónde
duerme él? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?
—Vigilando, espiando...
Hasta pueden estar siguiéndonos —murmuró tío Vernon,
agitado.
-exagerados- dijo el profesor Flitwick
—Pero ¿qué podemos
hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos que no
queremos...
Harry pudo ver los
zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y viniendo por la
cocina.
—No —dijo finalmente—.
No, no les haremos caso. Si no reciben una respuesta...
Sí, eso es lo mejor...
No haremos nada...
—Pero...
—¡No pienso tener a uno
de ellos en la casa, Petunia! ¿No lo juramos cuando
recibimos y destruimos
aquella peligrosa tontería?
Aquella noche, cuando regresó
del trabajo, tío Vernon hizo algo que no había
hecho nunca: visitó a
Harry en su alacena.
—¿Dónde está mi carta?
—dijo Harry, en el momento en que tío Vernon pasaba
con dificultad por la
puerta—. ¿Quién me escribió?
—Nadie. Estaba dirigida
a ti por error —dijo tío Vernon con tono cortante—. La
quemé.
-¿la quemo?- gritaron todos incluyendo los Slytheryn
-es una estupidez que pensaran que pueden ocultarle que es mago,
la magia no se desase- dijo Remus
—No era un error —dijo
Harry enfadado—. Estaba mi alacena en el sobre.
—¡SILENCIO! —gritó el
tío Vernon, y unas arañas cayeron del techo. Respiró
profundamente y luego
sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que parecía sentir dolor.
—Ah, sí, Harry, en lo
que se refiere a la alacena... Tu tía y yo estuvimos pensando... Realmente ya
eres muy mayor para esto... Pensamos que estaría bien que te
mudes al segundo
dormitorio de Dudley
—¿Por qué? —dijo Harry
—¡No hagas preguntas!
—exclamó—. Lleva tus cosas arriba ahora mismo.
La casa de los Dursley
tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon y tía Petunia,
otro para las visitas
(habitualmente Marge, la hermana de Vernon), en el tercero dormía Dudley y en
el último guardaba todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél. En un
solo viaje Harry trasladó todo lo que le pertenecía, desde la alacena a su
nuevo dormitorio. Se sentó en la cama y miró alrededor. Allí casi todo estaba
roto. La filmadora estaba sobre
un carro de combate que una vez Dudley hizo andar sobre el perro del vecino, y en
un rincón estaba el primer televisor de Dudley, al que dio una patada cuando dejaron de
emitir su programa favorito. También había una gran jaula
que alguna vez tuvo
dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de
aire comprimido, que en
aquel momento estaba en un estante con la punta torcida,
porque Dudley se había
sentado encima.
-que niño idiota- bufo Sirius
-porque no conoces al padre- dijo Lily
-¿crees que yo tenga que conocerlos?- le pregunto James
-algun dia iras a mi casa- dijo Lily y James sonrio- si fuera por
mi, te ahorraria el sufrimiento, pero mis padres querran que Petunia conosca a
su cuñado y ella vendra con Vernon- James miraba a lily embobado
-Lils ¿quieres ser mi novia?- Lily rio
-¿es enserio?
-si, es que no te lo habia preguntado...hoy- dijo algo sonrojado
-claro que si- dijo dandole un beso
El resto de las
estanterías estaban llenas de libros. Era lo único que parecía que nunca había
sido tocado.
Desde abajo llegaba el
sonido de los gritos de Dudley a su madre.
—No quiero que esté
allí... Necesito esa habitación... Échalo...
Harry suspiró y se
estiró en la cama. El día anterior habría dado cualquier cosa por
estar en aquella
habitación. Pero en aquel momento prefería volver a su alacena con la
carta a estar allí sin
ella.
A la mañana siguiente,
durante el desayuno, todos estaban muy callados. Dudley se
hallaba en estado de
conmoción. Había gritado, había pegado a su padre con el bastón
de Smelting, se había
puesto malo a propósito, le había dado una patada a su madre,
arrojado la tortuga por
el techo del invernadero, y seguía sin conseguir que le
devolvieran su
habitación.
-¿les pego a sus padres?- pregunto Narcissa sorpredida
-¿intento matar una tortuguita?- dijo una niña de unos seis años,
entrando y haciendo puchero, era muy bonita y de cabello rosa, que salio
corriendo hacia donde estaba Remus, pero quedaba muy obvio entonces abrazo a su
tio (que inteligente la nena :D )
-Nymphi- dijo besandola en la mejilla
-¿porque alguien cometio tortuguicidio?- todos rieron por la
palabra y Lily siguio leyendo mientra Tonks se sentaba en el regazo de Sirius
Harry estaba pensando en
el día anterior, y con amargura, pensó que ojalá hubiera abierto la carta en el
vestíbulo. Tío Vernon y tía Petunia se miraban misteriosamente.
Cuando llegó el correo,
tío Vernon, que parecía hacer esfuerzos por ser amable con Harry, hizo que fuera
Dudley. Lo oyeron golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta.
Entonces gritó.
—¡Hay otra más! Señor H.
Potter, El Dormitorio Más Pequeño, Privet Drive, 4...
Con un grito ahogado,
tío Vernon se levantó de su asiente y corrió hacia el vestíbulo, con Harry
siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo para quitarle la carta, lo que
le resultaba difícil porque Harry le tiraba del cuello. Después de un minuto de
confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se
enderezó con la carta de Harry arrugada en su mano, jadeando para recuperar la
respiración.
—Vete a tu alacena,
quiero decir a tu dormitorio —dijo a Harry sin dejar de
jadear—. Y Dudley.. Vete...
Vete de aquí.
Harry paseó en círculos
por su nueva habitación. Alguien sabía que se había ido de
su alacena y también
parecía saber que no había recibido su primera carta. ¿Eso
significaría que lo
intentarían de nuevo? Pues la próxima vez se aseguraría de que no fallaran.
Tenía un plan. El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana
siguiente. Harry lo apagó rápidamente y se vistió en silencio: no debía
despertar a los Dursley. Se deslizó por la escalera sin encender ninguna luz.
Esperaría al cartero en la esquina de Privet Drive y recogería las cartas para
el número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas. El corazón le latía
aceleradamente mientras atravesaba el recibidor oscuro hacia la puerta.
—¡AAAUUUGGG! Harry saltó en el aire. Había tropezado con algo grande y fofo que
estaba en el felpudo... ¡Algo vivo! Las luces se encendieron y, horrorizado,
Harry se dio cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío.
Tío Vernon estaba acostado en la puerta, en un saco de dormir, evidentemente
para asegurarse de que Harry no hiciera exactamente lo que intentaba hacer.
-¡esta loco!- grito Lily enfadada
Gritó a Harry durante media hora y luego le
dijo que preparara una taza de té. Harry se marchó arrastrando los pies y,
cuando regresó de la cocina, el correo había llegado directamente al regazo de
tío Vernon. Harry pudo ver tres cartas escritas en tinta verde. —Quiero...
—comenzó, pero tío Vernon estaba rompiendo las cartas en pedacitos ante sus
ojos. Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el
buzón. —¿Te das cuenta? —aexplicó a tía Petunia, con la boca llena de clavos—.
Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo. —No estoy segura de que
esto resulte, Vernon. —Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña,
Petunia, ellos no son como tú y yo
-¡gracias a merlin!- dijo Hermione
—dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un
clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar. El
viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry. Como no las podían echar
en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas,
y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo. Tío Vernon se quedó
en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y
los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie
pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba De puntillas entre los tulipanes y
se obresaltaba con cualquier ruido. El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse.
Veinticuatro cartas para Harry entraron en la casa, escondidas entre dos
docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a
través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de
correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía
Petunia trituraba las cartas en la picadora. —¿Se puede saber quién tiene tanto
interés en comunicarse contigo? —preguntaba Dudley a Harry, con asombro.
- no pueden negarle ser lo que es- dijo Minerva severamente
enojada con aquellos muggles tan desagradables
La mañana del domingo,
tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y
casi enfermo, pero feliz.
—No hay correo los
domingos —les recordó alegremente, mientras ponía
mermelada en su
periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas...
Algo llegó zumbando por
la chimenea de la cocina mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca.
Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los
Dursley se agacharon, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una
—¡Fuera! ¡FUERA!
—¡Fuera! ¡FUERA!
Tío Vernon cogió a Harry
por la cintura y lo arrojó al recibidor. Cuando tía Petunia
y Dudley salieron
corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío Vernon cerró la
puerta con fuerza.
Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la
habitación, golpeando
contra las paredes y el suelo.
—Ya está —dijo tío
Vernon, tratando de hablar con calma, pero arrancándose, al
mismo tiempo, parte del
bigote—. Quiero que estéis aquí dentro de cinco minutos, listos
para irnos. Nos vamos.
Coged alguna ropa. ¡Sin discutir!
Parecía tan peligroso,
con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se atrevió a
contradecirlo. Diez
minutos después se habían abierto camino a través de las puertas
tapiadas y estaban en el
coche, avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley
lloriqueaba en el
asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo
pilló tratando de
guardar el televisor, el vídeo y el ordenador en la bolsa.
Condujeron. Y siguieron
avanzando. Ni siquiera tía Petunia se atrevía a preguntarle a dónde iban. De vez en cuando, tío Vernon
daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.
—Quitárnoslos de
encima... perderlos de vista... —murmuraba cada vez que lo hacia
-esta un poco paranoico ¿no creen?- dijo Frank
No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la noche Dudley
aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería ver y nunca había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un monstruo en su juego de ordenador
-¿no se da cuenta ese niño que hay cosas mas importantes?- dijo Alice sorprendida
Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de
una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron una habitación con camas gemelas y
sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry permaneció despierto, sentado en el borde de la ventana, contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber...
Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y tomates de
lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.
—Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H. Potter? Tengo como cien de éstas en
el mostrador de entrada.
Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde:
Señor H. Potter
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth
Harry fue a coger la
carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. La mujer los miró
asombrada.
—Yo las recogeré —dijo
tío Vernon, poniéndose de pie rápidamente y siguiéndola.
—¿No sería mejor volver
a casa, querido? —sugirió tía Petunia tímidamente, unas horas más tarde, pero
tío Vernon no pareció oírla. Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo
sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la
cabeza volvió al coche y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio
de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en la parte más alta de un
aparcamiento de coches.
—Papá se ha vuelto loco,
¿verdad? —preguntó Dudley a tía Petunia aquella tarde.
Tío Vernon había
aparcado en la costa, los había encerrado y había desaparecido.
Comenzó a llover.
Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley gimoteaba.
—Es lunes —dijo a su
madre—. Mi programa favorito es esta noche. Quiero ir a
algún lugar donde haya
un televisor.
Lunes. Eso hizo que
Harry se acordara de algo. Si era lunes (y habitualmente se
podía confiar en que
Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la
televisión), entonces,
al día siguiente, martes, era el cumpleaños número once de Harry.
Claro que sus cumpleaños
nunca habían sido exactamente divertidos: el año anterior,
por ejemplo, los Dursley
le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío
Vernon.
- cuando cambiemos todo esto, tendra una fiesta enorme cada año-
dijo James
-y todos los regalos que le plazcan, tendra todo lo que desee, y
te lo juro como que me llamare Lilian Potter- dijo enfadada
Sin embargo, no se
cumplían once años todos los días.
Tío Vernon regresó
sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no contestó a
tía Petunia cuando le
preguntó qué había comprado.
—¡He encontrado el lugar
perfecto! —dijo—. ¡Vamos! ¡Todos fuera!
Hacia mucho frío cuando
bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo que parecía
una gran roca en el mar.
Y, encima de ella, se veía la más miserable choza que uno se
pudiera imaginar. Una
cosa era segura, allí no había televisión.
—¡Han anunciado tormenta
para esta noche! —anunció alegremente tío Vernon,
aplaudiendo—. ¡Y este
caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!
Un viejo desdentado se
acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba
en el agua grisácea.
—Ya he conseguido algo
de comida —dijo tío Vernon—. ¡Así que todos a bordo!
En el bote hacía un frío
terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un
viento gélido les azotaba el rostro. Después de lo que pareció una eternidad,
llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hasta la desvencijada casa.
El interior era
horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de
las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.
La comida de tío Vernon
resultó ser cuatro plátanos y un paquete de patatas fritas para cada uno. Trató
de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.
—Ahora podríamos
utilizar una de esas cartas, ¿no? —dijo alegremente.
Estaba de muy buen
humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a
buscarlos allí, con una
tormenta a punto de estallar. En privado, Harry estaba de
acuerdo, aunque el
pensamiento no lo alegraba.
- como si funcionara- dijo –Minerva
- que falta de respeto negarle de esa manera a un niño su
identidad- agrego el profesor Binns
Al caer la noche, la
tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas
olas chocaba contra las
paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los
vidrios de las ventanas.
Tía Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y
preparó una cama para
Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama
cerca de la puerta, y
Harry tuvo que contentarse con un trozo de suelo y taparse con la
manta más delgada.
La tormenta aumentó su
ferocidad durante la noche. Harry no podía dormir. Se estremecía y daba
vueltas, tratando de ponerse cómodo, con el estómago rugiendo de hambre.
-¿como se puede ser tan cruel con un niño?- dijo Molly
sorprendida
Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados
por los truenos que estallaron cerca de la medianoche.
El reloj luminoso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a Harry de
que tendría once años en diez minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora
de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose dónde
estaría en aquel momento el escritor de cartas.
Cinco minutos. Harry oyó
algo que crujía afuera. Esperó que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez
hiciera más calor si eso ocurría. Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet
Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que podría robar una. Tres
minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas?
Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando
en el mar? Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez...
nueve... tal vez
despertara a Dudley,
sólo para molestarlo... tres... dos... uno...
-¡feeeeeeeeliz cumpleaños!- dijeron muchos institivamente instintivamente BUM.
Toda la cabaña se
estremeció y Harry se enderezó, mirando fijamente a la puerta. Alguien estaba
fuera, llamando.
-¿quien?- pregunto Sirius ansioso
-ahi termina el capitulo
-y leamos el otro
-si usted quiere- dijo Lily mirando a Albus
-de acuerdo...
Muy buen cap, pero para mi deberian haber mas reacciones por parte de Lily y James
ResponderEliminarPienso igual
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